jueves, 25 de febrero de 2016

Reflexiones sobre un Plan B para Europa

La expresión "Plan B" se utiliza cuando un primer proyecto, el Plan A, ha salido mal. En el caso europeo, lo que ha fracasado, el Plan A, es claramente el intento de resolver a nivel nacional toda una serie de problemas que tenían y tienen que ver con el nivel específicamente europeo como la imposición de las políticas neoliberales. El fracaso, en concreto, de los intentos de modificar de manera significativa la política económica neoliberal desde un solo país quedó ilustrado este verano por el fracaso del gobierno griego de Syriza a la hora de negociar con el Eurogrupo un acuerdo que le permitiese realizar elementos esenciales de su programa. Ese fracaso es interpretado desde una perspectiva soberanista -muy presente en una izquierda aún presa de las tradiciones estatalistas y soberanistas del socialismo- como una rendición o una claudicación. Puede verse simplemente como un fracaso, tras el cual el gobierno griego -reelegido por una mayoría amplia- ha intentado realizar políticas que paliasen los efectos de las medidas de austeridad impuestas y nunca aceptadas. Así, mientras denuncia la irracionalidad del marco económico impuesto por el Eurogrupo, el gobierno de Syriza ha tomado medidas como la ley de protección de la primera residencia contra los desahucios o la extensión universal de la cobretura sanitaria, junto a otras muchas. Ciertamente, también ha recortado las pensiones más altas y se ha visto obligado a tomar toda una serie de medidas impopulares impuestas por los acreedores de una deuda ilegítima. Obviamente, mientras no se logre alterar la correlación de fuerzas a nivel europeo y moificar en elementos decisivos el funcionamiento del actual sistema institucional, todo gobierno europeo se verá encerrado en la misma jaula que el gobierno de Syriza. Lo que hace el gobierno socialista portugués apoyado por el Bloco de Esquerda y el PCP no deja de ser esencialmente lo mismo que hoy está haciéndose en Grecia. Lo mismo puede decirse que se vería obligado a hacer un gobierno español de izquierdas con participación de Podemos. Lo mismo también puede decirse de los ayuntamientos españoles dirigidos por coaliciones municipalistas. Estos deben hacer frente a feroces ataques políticos  de las derechas, pero también a cierta asfixia presupuestaria como la que se ha puesto de relieve en Barcelona con la huelga del metro en la que el gobierno municipal debe optar entre conceder un aumento salarial a los trabajadores o mantener las tarifas que pagan los usuarios.

Solo será posible ir más allá de unas simples medidas defensivas y paliativas si se abre a la política la Unión Europea. El problema de la Unión Europea no es la temible "burocracia de Bruselas", sino la ausencia de un sujeto político europeo con el que los movimientos sociales y los gobiernos que les son favorables puedan negociar. Es algo que pudo comprobar Giannis Varoufakis a lo largo del año pasado cuando las propuestas que realizaba a las distintas instituciones europeas y, en particular, al Eurogrupo, recibían la callada por respuesta. No había en Bruselas, en el marco del Eurogrupo, ni siquiera en la Comisión Europea nadie capaz de responder a las propuestas con contrapropuestas: la única posibilidad era mantener la fórmula absurda que estos últimos años ya sirviera para hundir la economía griega. Y es que ningún sujeto político europeo se está jugando su legitimidad ante la población. La Unión Europea como tal es, según el Tribunal de Justicia de la UE: "una comunidad de derecho", por lo tanto no un Estado ni ningún tipo de sujeto político, sino la mera custodia meramente administrativa y jurídica de un orden de derecho que garantiza el funcionamiento del mercado único. Sujeto político es el que tiene que obtener y negociar su legitimidad (o lo que es lo mismo, la obediencia de la población) en un pulso con la multitud. Muy lejos de cualquier espacio democrático, el propio Partido Comunista Chino lo tiene que hacer, lo que tiene como resultado el éxito de un gran número de huelgas y movilizaciones populares en China. El propio generalísimo Franco lo tuvo que hacer e implantó un birrioso pero existente Estado del bienestar. Las instituciones europeas no tienen que negociar con nadie porque no son portadoras de una racionalidad política directa, sino agentes de una potestad indirecta. Si en el mundo premoderno, la potestad indirecta que determinaba a la potestad directa de los gobenantes era la Iglesia, hoy, esa potestad indirecta corresponde a la economía. En lo cual existe una sutil continuidad, pues economía es, como ha mostrado Giorgio Agamben, término de Iglesia. La economía se presenta como una evidencia, algo que se revela a una casta técnica de economistas y administradores portadores de una racionalidad económica en cuyo nombre "se gobierna sin gobernar" el ámbito de la producción material así como del reparto y circulación de la riqueza.

La lógica de la economía no es la de la representación, que admite cierto margen de resistencia al no coincidir nunca -fuera de la imaginación totalitaria- los representantes con los representados, sino la de la evidencia indiscutible de algo casi "natural". La Unión Europea es el resultado de la extensión a escala de casi todo el continente de la lógica liberal ya operante en los distintos Estados. En cada uno de ellos, la economía se constituyó como espacio autónomo al retirarse el poder soberano de la administración de una serie de cuestiones relacionadas con la riqueza, su producción y su reparto, por considerarse estas cuestiones, por un lado, demasiado complejas para gestionarlas por decreto del soberano, y, por otro lado, por resultar, según el dictamen de la economía política, capaces de autorregulación. La autolimitación soberana en la UE ha terminado coordinándose entre diversos Estados soberanos para configurar un mercado y un espacio económico común. Esto, sin embargo, y contrariamente a la opinión comúnmente admitida, no entraña ninguna auténtica transferencia de soberanía a ningún órgano político común, sino un mero acuerdo de coordinación de la autolimitación del poder soberano. Son cosas muy distintas: una "transferencia de soberanía" o, en realidad, una transferencia de competencias -pues la soberanía como tal es intransferible- tiene como condición y como resultado la creación de una soberanía común, pues solo pueden transferirse competencias de un poder soberano a otro de nivel superior. Sí se puede, sin embargo, establecer un determinado marco administrativo y jurídico, no soberano y no político que gestione la cosa económica sin tocar por ello la soberanía de cada Estado. Para que la Unión Europea fuese una entidad política federal, tendría que haberse producido un proceso constituyente, pero este proceso nunca ha tenido lugar ni, probablemente lo pueda tener nunca en las condiciones del neoliberalismo. De ahí el fracaso de propuestas constitucionales como la de Giscard d'Estaing que terminaron convirtiéndose en mero marco formal de acomodo de un régimen liberal común sin sujeto político alguno.

Una Europa política, una Europa constituida como sujeto político sería una Europa a la que sería posible oponerse, en la que la oposición y la resistencia de la multitud podría transformarse en contrapoder y elemento potente de democratización. Todo eso es imposible frente a una Europa políticamente inexistente. De ahí que sea indispensable, antes de que termine de hundirse la actual construcción Europea bajo los embates del nacionalismo y de una gestión asimétrica y antisocial de la crisis, lanzar un proceso de construcción europea, un auténtico proceso constituyente desde abajo que tenga la forma y los efectos de una auténtica rebelión democrática. Iniciativas como Diem 25 o Plan B para Europa apuntan en ese sentido. No Podemos permitirnos una Europa sin democracia y, sobre todo, una Europa sin política: aunque parezca paradójico, los europeos tendremos que dotarnos de nuestras propias instituciones políticas para poder oponernos a ellas.

lunes, 8 de febrero de 2016

Honor a los titiriteros, guardianes de la democracia.

(Publicado en el blog Contraparte del diario Público)
Los regímenes sociales que ha conocido la humanidad son regímenes imperfectos, precarios. Todos ellos tienen puntos de fragilidad y deben protegerse frente a esa fragilidad. Algunos rituales comunes a la mayoría de las civilizaciones humanas están destinados a suturar las inconsistencias de nuestras sociedades, a comar sus brechas. En las sociedades comunistas primitivas, según nos las describen los etnógrafos como Boas o Mauss, una práctica común era la destrucción ritual de los excedentes de riqueza, o la igualación ritual de la riqueza mediante donaciones suntuarias (potlatch). El "munus" romano -"munus" es el término de donde proviene la institución de la "com-munitas" como espacio de intercambio de "munus"- puede asociarse a estas prácticas, de las que constituye una supervivencia. Frente a las prácticas de reducción de las diferencias de riqueza de las sociedades comunistas, las sociedades de clase desarrollaron otro tipo de rituales que les permitían reconstituir simbólicamente la comunidad rota por la dominación de una clase sobre otras. El Carnaval es una de estas prácticas. La igualdad simbólica que sirve de base a la comunidad no se restablece aquí mediante el regalo suntuario, sino mediante la inversión por un tiempo de los roles sociales: por unos días, los pobres son reyes o arzobispos y los ricos y poderosos son locos o mendigos, las mujeres son hombres y los hombres mujeres, en un mundo al revés. Lo que escenifica el carnaval es la no naturalidad de las diferencias sociales, su reversibilidad ilustrada por el potente símbolo medieval de la Rueda de la Fortuna cuyos giros ponían abajo a los de arriba y arriba a los de abajo. El Carnaval escenificaba así la reversibilidad de la desigualdad humana, la no naturalidad de la falta de comunidad real entre los seres humanos. La violencia con la que establecieron y siguen reproduciendo su poder los dominantes es escenificada de manera caricatural por los pobres y el pueblo, para regocijo de todas las edades. El guiñol, los espectáculos de títeres o de marionetas populares, sean de la tradición napolitana o de la escuela de Lyon, se inscribe en este marco carnavalesco. En el teatrillo de la antigua farsa representada por los títeres se exhibe a través de la risa el anhelo de igualdad y de comunidad del pueblo, siempre de manera provocadora, no ocultando sino exhibiendo la violencia de las jerarquías, de las clases, del Estado, de la propia resistencia popular. Nada más alejado de la "responsabilidad de Estado" que un Carnaval o un espectáculo de títeres.

Se dice que el espectáculo "Don Cristóbal y la bruja" presentado con gran escándalo de las autoridades municipales madrileñas durante la programación de Carnaval es un "disparate político y educativo". El guiñol, como el Carnaval, es un disparate político y educativo siempre. El guiñol no educa para vivir en esta sociedad, sino para tomar distancia de ella. En el guiñol se apalea a policías, se apuñala y se ahorca a gente que apalea, apuñala y ahorca; se permite a la gente del pueblo contemplar la violencia de quienes los gobiernan e incluso responder simbólicamente a esta violencia. En el guiñol, que los niños contemplan con deleite, se escenifican dos violencias: la del poder y la de la gente del pueblo oprimida por los poderosos. Es algo propio de las tradiciones del carnaval, pero de manera más general, es un desahogo para quienes sienten muy de cerca la violencia del Estado. Solo quedan traumatizados con este espectáculo las gentes de poder, quienes intentan ocultar por todos los medios que estamos en una sociedad de clases, basada estructuralmente en la violencia. Entre esas gentes del poder cabe incluir en lugar destacado a sus representantes "progresistas" o de izquierdas que suelen hacer méritos para demostrar su "sentido del Estado", esto es su apego a una sociedad de clases. Esa violencia estructural inseparable de la sociedad de clases es algo que todos sentimos a diario, pero que el discurso oficial hace invisible, inexpresable. Para el sentido común dominante los mensajes del Carnaval o de los titiriteros son obscenos, pues desvelan una realidad que no se puede contemplar cara a cara sin hacer peligrar un orden desigual. Por eso mismo son gozosos para la gente del pueblo, y para los niños, para toda la gente que no ha perdido la "decencia común", siempre incompatible con esa disimulación de la violencia estructural que se denomina "responsabilidad de Estado". El Carnaval y los títeres siempre son motivo de risa y de burla, no son una cosa seria, pues destituyen de su gravedad, de su respetabilidad a todas las instituciones del orden social existente. Ninguna seriedad, ninguna gravedad permite un acceso a lo real.




Franco prohibió el Carnaval: sabía perfectamente lo que hacía. Borraba con esa prohibición la expresión de un anhelo popular de igualdad, el ansia algo utópica que todos tenemos de vivir en una comunidad libre de la violencia estructural que la desgarra. Prohibiendo el Carnaval, Franco naturalizó su propia violencia, el exceso de muerte y destrucción sobre el que se asentó su largo régimen. Quienes hoy consideran "terroristas" a unos titiriteros y quienes, desde un gobierno municipal de izquierdas, los entregaron al brazo secular, comparten la seriedad del sanguinario Caudillo y se hacen herederos contra el Carnaval y contra el pueblo, de una España negra que había suprimido, junto al Carnaval, la propia política. Toda política auténtica, como nos enseña Jacques Rancière, implica un momento de rechazo del reparto actual del poder y de la riqueza, en nombre del "partido democrático", el partido de los excluidos del reparto. La política, inseparable de la democracia, exhibe así un espíritu muy cercano al del Carnaval y al de los obscenos espectáculos de los tinglados de títeres. Honor a los titiriteros, guardianes de la democracia.


viernes, 15 de enero de 2016

De rastas y castas

Copio a continuación una serie de reflexiones sobre la entrada en el Congreso de los diputados de Podemos y de las confluencias. Su único orden es cronológico


¡Que no nos representan! Ellos tampoco.
Un éxito indudable que estén allí los diputados de Podemos y de las confluencias. Están ahí para hacer una labor concreta que se les ha encomendado: defender un programa centrado en el rescate ciudadano y la defensa y ampliación de la democracia. Merecen ser apoyados en esa tarea, pero eso no implica que nos representen. Nunca hay que aceptar ser representado, nunca debe ninguna persona libre delegar su capacidad política. La representación/delegación es una inmensa máquina de despolitización de la ciudadanía. La entrada de estos nuevos diputados en el parlamento solo será útil para las mayorías sociales si la ciudadanía los vigila de cerca y no deja de actuar en otros muchos terrenos sociales que son los decisivos.

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A pesar de mis conocidas diferencias políticas y teóricas con algunos de los diputados de Podemos que hoy han entrado en el Congreso, hay que reconocer que suponen un chorro de aire fresco y una perspectiva de repolitización de una institución adormecida y neutralizada por la partitocracia. Las críticas de los medios de la derecha muestran el miedo y el odio que suscita en la clase política la presencia de gente normal en estos ambientes. Esperemos que los diputados de Podemos y de las confluencias nunca se profesionalicen. Para eso tendrán que cambiar cosas, sobre todo dentro de Podemos. Para eso habrá que controlarlos muy de cerca.
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Si queremos que en el Congreso puedan intervenir las mujeres en pie de igualdad con los hombres, hay que hacerse a la idea de que estas lleguen con sus bebés, e incluso de que los amamanten. También a la idea de que es necesario que haya guarderías en el Congreso como en cualquier lugar de trabajo. La "vergüenza" que este espectáculo produce al ministro amigo del ángel Marcelo, es simplemente el resultado de que considera que las mujeres tienen que quedarse en casa y que las actividades que tienen que ver con el cuidado de nuestros hijos son "obscenas". En cierto modo tiene razón: en una sociedad patriarcal todo lo que tiene que ver con la mujer es "obsceno", debe quedar apartado de la vida pública.La vergüenza del ministro cuando se exhibe públicamente una hembra humana actuando como tal, es la otra cara de la exclusión y la discriminación de las mujeres. En otros lugares y épocas, las personas de "raza" no blanca producían vergüenza a los blancos cuando se exhibían públicamente en lugares frecuentados por blancos: la solución fue la segregación, a menos que la propia vergüenza no fuera la parte subjetiva de los dispositivos materiales de segregación. En lugares como el Estado Islámico y Arabia Saudí han encontrado soluciones radicales para la vergüenza que sienten algunos miembros del sexo masculino ante las mujeres. Prefiero otra solución: que se acostumbren todos los hombres a la presencia pública de mujeres en todas las situaciones. Se les pasará pronto la vergüenza y habrán ganado en libertad y dignidad.

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Al fetichismo de la mercancía que nos hace ver las mercancías como portadoras de valor al margen de cualquier relación social, hay que añadir otra ilusión necesaria en el capitalismo: la Inmaculada Concepción del producto por la cual este surge espontáneamente en la naturaleza sin contacto alguno con el trabajo. La invisibilidad de los procesos de producción y de reproducción es una característica fundamental del modo de producción basado en la mercancía. La invisibilización de la fábrica, pero también de la actividad reproductiva de la mujer son rasgos esenciales de nuestro imaginario cotidiano. El "escándalo" provocado por Carolina Bescansa ayer en el Congreso se inscribe en el marco de ese régimen de prohibiciones.

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Forma parte del imaginario racista básico la idea de que el cuerpo del otro es sucio y contamina. Los diputados de Podemos y las confluencias son considerados por la derecha como una amenaza, por lo cual se les aplican los estereotipos habituales: huelen mal, están sucios, son obscenos y maleducados, amamantan a sus hijos en público como las gitanas, etc. Lo importante aquí es comprender que el racismo no tiene nada que ver con las razas -raza no es ningún concepto científico en biología, ni en ninguna otra disciplina- sino con la voluntad de excluir, de eliminar al otro, que es la forma subjetiva en que se manifiestan dispositivos de exclusión perfectamente materiales. Saben perfectamente que, hoy por hoy, unos diputados portadores de exigencias forjadas en el 15M y los movimientos sociales son realmente una amenaza para sus privilegios y su dispositivo de poder. En un primer momento funcionará el intento de exclusión, pero muy pronto se desencadenará otro mecanismo más perverso: la cooptación selectiva. Todo colonialismo necesita guardias moras o cipayos. Cuidado sobre todo con este tipo de mecanismos, sobre todo en un Podemos cuya dirección ha liquidado todo mecanismo de control de la acción de sus responsables internos y diputados por parte de su base social y militante. Esos mecanismos tienen que existir: si no se quiere que Ulises sucumba a los cantos de sirena del poder, sus marineros tienen que atarlo firmemente al mástil.

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Lo que ha irrumpido con fuerza en el parlamento español es algo inédito. Su nombre es biopolítica. Se trata de una política a la altura de una producción capitalista que ya no tiene límites en el espacio (globalización) ni en el tiempo (inexistencia de límites horarios, de "jornada de trabajo") y, por consiguiente, termina coincidiendo con la vida misma. Una mujer dando el pecho, jóvenes -y menos jóvenes- con rastas u otros adornos o vestidos afirmando su singularidad irreductible, cierto modo de vida desenfadado, ajeno al respeto reverencial por los símbolos y poderes del Estado, son, más allá de la representación, una reivindicación de lo común que nos permite a los humanos colaborar y vivir. La vida misma exige sus derechos y expresa su potencia frente a un orden mortífero que la bloquea, que la niega, y hace de la juventud una juventud sin futuro y de la democracia una democracia irreal.
Obviamente, en un parlamento que se había convertido en el squat o en la okupa de un grupúsculo minoritario y fuertemente marginal de ricos y poderosos con rituales y códigos vestimentarios propios, esta irrupción de la vida, de la gente normal, ha producido reacciones de odio e incluso de racismo. Nada más normal: el régimen actual ejerce un poder de contención y de bloqueo sobre la vida, es un "biopoder" cuya función es controlar la vida en nombre de una representación de la vida conforme a sus intereses de casta. Este bloqueo y esta contención, que van hasta la eliminación pura y simple de la vida, en nombre de una representación de la vida se llama racismo. Las referencias a la "suciedad", al "mal olor" del otro son típicas de un discurso de la segregación y la eliminación del otro típicamente racista. Esto nos permite ver dónde estamos y precavernos frente a quien se presenta abiertamente como enemigo. Frente a eso, mucha calma, mucha normalidad: los rarillos y, sin duda socialmente peligrosos son ellos. Ellos son contingentes y marginales, la vida normal, lo común, el trabajo, son en cambio, cada vez de forma más clara, lo normal y lo necesario.

martes, 12 de enero de 2016

Las brechas de la máquina de guerra electoral







(Este artículo, publicado el 12 de enero de 2015 en Público en el marco del blog Contraparte, responde al texto de Íñigo Errejón titulado Abriendo brecha: apuntes estratégicos tras las elecciones generales publicado el mismo día en el mismo diario)
Público.es

Álvaro Oleart y Juan Domingo Sánchez Estop
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Hacía tiempo que se esperaba un análisis de los resultados electorales y de la coyuntura política que estos han determinado por parte de la dirección de Podemos. Tal vez ese análisis ha tardado casi un mes porque los resultados no cuadraban con las expectativas de quienes dirigen Podemos. En estas elecciones, ni la coalición formada en torno a Podemos ni los métodos de sus distintos componentes —en todos los casos muy distintos de los de la vertical y centralista “máquina de guerra electoral” diseñada para “asaltar los cielos”— han correspondido a las expectativas de Iglesias-Errejón y su equipo. A pesar de las renuncias democráticas impuestas a los militantes de Podemos, de la ingrata disciplina de empresa de comunicación carente de pluralismo real y del mando centralizado —que todo lo decide sin ningún tipo de consulta que no esté estrictamente controlado—, los objetivos de la dirección solo se han cumplido a medias. Además, si la coalición alrededor de Podemos consiguió resultados decorosos, ello se debe en buena parte a la movilización de elementos municipalistas enteramente ajenos a la estrategia “populista-electoral” de la dirección del partido.
El artículo de Íñigo Errejón titulado “Abriendo brecha: apuntes estratégicos tras las elecciones generales” publicado en Público ayer mismo, muestra que el objetivo previsto no se ha realizado: ciertamente se ha abierto brecha en el sistema político del régimen, pero se está lejos de haberlo derribado. Si se lee con atención, el análisis de Errejón asume como horizonte la idea de autonomía de lo político. Para él la política es un juego autónomo, con su propio espacio y sus propias reglas: unos partidos desplazan a otros en la medida en que son portadores e incluso generadores de sentidos de la realidad, no en cuanto encarnan intereses y fuerzas sociales. Se refiere Errejón a la excepcionalidad de las legislativas del 20 de diciembre en los siguientes términos: “El hecho mismo de que nadie discutiese que el 20D no era una competición electoral ordinaria, constituye ya una victoria de quienes trabajan para el cambio político y la soberanía popular por cuanto no era “necesario” por ninguna acumulación de circunstancias sino el resultado de una disputa por el sentido.” La política es para el secretario político de Podemos disputa por el sentido, no lucha social entre distintos actores.
Naturalmente, en el mundo de Errejón no se habla de la crisis, no existen clases ni conflictos que no se den en una esfera rigurosamente simbólica. La consecuencia de esto es que cada actor de la escena política —cada partido y dentro de cada partido cada dirección— se ve a sí mismo como el productor de un sentido que, posteriormente, inspira movimientos sociales y antagonismos. La objetividad tozuda de la crisis, la precarización general del trabajo que afecta a las propias clases medias no existen aquí. La crisis política española no tiene que ver en este marco de análisis con la imposibilidad de representar una crisis y unas resistencias que existían mucho antes de Podemos, sino con el juego entre sentidos abstractos como “lo nuevo”, “lo viejo”, “los privilegiados”, “las fuerzas de alternancia”, “las fuerzas del cambio”…
Asistimos así a un combate de abstracciones en el que la dirección de Podemos genera su propio sentido e intenta hacerlo compartir a las mayorías sociales. Sin duda, el método de análisis centrado en la pugna por el sentido es útil para preparar una campaña electoral, pero claramente insuficiencia para una comprensión de las fuerzas reales en presencia. El populismo es un estilo discursivo. Es una forma, no un contenido. Por eso, el populismo, en tanto discurso, no está necesariamente ligado a ninguna ideología o proyecto político ni a ningún interés social definido. En este sentido es un método óptimo para el recambio de élites, pero resulta insuficiente para una estrategia de cambio social efectivo. Quizás no haga falta insistir en que se requiere mucho más que una estrategia discursiva para derribar al régimen, al menos si esto es realmente lo que se desea.

La hipótesis populista errejoniana no permite entender la acción de realidades sociales ajenas a ella. Por ese motivo, para Errejón, la brutal bajada de la intención de voto de Podemos en los sondeos posteriores a enero de 2015, responde exclusivamente a las campañas de desprestigio lanzadas contra Podemos por los medios, no a la incapacidad de esta organización —tras su cierre verticalista de Vistalegre— de seguir echando raíces en la sociedad real, asumiendo su complejidad y pluralidad efectivas. Toda posibilidad de autocrítica queda así cerrada. No existe un exterior en que apoyarse para formularla. Como en todo discurso ideológico, si una hipótesis falla total o parcialmente, la causa de este fallo es siempre exterior. O como los viejos teólogos, “Dios no puede ser el autor del mal”.
No menos interesante es el modo en que a través de este discurso ideológico se reelabora la realidad. Si a pesar del declive del núcleo central de Podemos, este partido y las candidaturas a él asociadas han tenido un éxito relativo, ello se debe a la importación de pluralismo a partir del exterior, en concreto de los procesos municipalistas (En Común, En Marea), infinitamente más participativos y horizontales que el partido de Iglesias. Obviamente Errejón no puede reconocer esto sin arruinar su propia hipótesis y tiene que traducirlo a términos compatibles con su estrategia, aunque para ello tenga que valerse de una dialéctica algo descabellada. Así la estrategia nacional-popular, basada en “un discurso patriótico de nuevo tipo” tiene que reconocer el hecho tozudo de la plurinacionalidad, pero también el hecho de que vivimos en una sociedad capitalista europea del siglo XXI y de que en ella existe “una composición social individualizada en la que la relación con lo público se establece a menudo más como ‘ciudadano’ que como ‘pueblo'”. En efecto, es difícil hacer de un conjunto plurinacional una nación, pero no lo es menos hacer de una multitud de individuos que desean participar activamente en la vida política un “pueblo”. Como en un juego de prestidigitación, la hipótesis populista choca con la realidad y se fractura, pero su fracaso teórico y político se reinterpreta como éxito. Se pasa así por alto la especificidad de los procesos participativos y democráticos que permitieron la victoria de las candidaturas de unidad popular en muchas ciudades y que salvaron a Podemos en las legislativas de unos resultados mediocres, o lo que es lo mismo, de una previsible marginalidad.
El proceso de construcción de un “pueblo plurinacional”, objetivo explícito de la cúpula de Podemos, conlleva además el riesgo de un soberanismo que olvide completamente la cuestión europea y global. Ni siquiera un Podemos con mayoría absoluta en España podría cambiar gran cosa para bien. Las élites son europeas y globales. En consecuencia, un movimiento contra-hegemónico debe incluir necesariamente una dimensión global. La correlación de fuerzas inmediata se juega a nivel europeo.
En definitiva, la lógica de la producción de sentido acaparada por una dirección es un límite obvio para la conquista de la hegemonía. Para constituir una potencia común deben multiplicarse las producciones de sentido y entretejerse. El sentido que los animales políticos damos a nuestra acción es inseparable de otras producciones que no son de mero sentido, sino de nueva realidad: el trabajo, las luchas, el amor, la inteligencia siempre colectiva, mientras que la idiotez es solitaria. La producción de sentido es necesariamente colectiva, lo cual implica que hace falta una articulación social más allá de la unilateralidad de los medios de comunicación. En ningún modo, puede llegar a triunfar por medios y con efectos democráticos una estrategia que prive a la gente común de su papel en esta producción. El monopolio de la producción de sentido por parte de la “máquina de guerra electoral” va ligada directamente a la lógica de la representación. El famoso “No nos representan” del 15-M ha sido rápidamente olvidado en favor del núcleo irradiador. El cierre sobre este núcleo como productor exclusivo de sentido genera una impotencia rayana en el delirio, obscurantismo y lenguaje de papagayo, impide hacer frente a la realidad y a lo común de los seres humanos, imposibilita la autocrítica, impide luchar con eficacia y establecer las alianzas necesarias. Impide vencer.

jueves, 24 de diciembre de 2015

La clase media como paradoja

{\text{Let }}R=\{x\mid x\not \in x\}{\text{, then }}R\in R\iff R\not \in R
(Paradoja de las clases -o de los conjuntos- denominada paradoja de Russell. R es la clases de las clases que no se contienen a sí mismas. Si R pertenece a R, ello implica que R no pertenece a R, y viceversa...). 


Dado que la clase media se ha convertido en el centro de las distintas estrategias electorales, es conveniente pararse a reflexionar sobre el sentido de este término, tan habitual, que parece darnos a entender algo cuando en realidad es un concepto vago y problemático. La clase media es una realidad paradójica, pues, tratándose de una clase particular, las ideologías políticas mayoritarias en las democracias liberales pretenden hacer de ella la clase universal que termine incluyendo a todas las clases. Con cierto humor podría decirse que su propio concepto genera muy precisamente una variante de la paradoja de Russell, la de "la clase de todas las clases que no se contienen a sí mismas", pues la clase media es solo universal a condición de contenerse a sí misma y a las demás clases, con lo cual abole las clases conservándolas.

En su vocación universal, la clase media es así heredera de la burocracia de Hegel o del proletariado de Marx, pero su función de superación de las clases no sigue la vía de la racionalidad como la burocracia, ni la de la pobreza como el proletariado. En cierto modo, la clase media es un antiproletariado. Si el proletariado era para Marx la clase universal por carecer de propiedad, por ser la clase expropiada, la clase media se convierte en clase universal por lo contrario, por su acceso a la propiedad. Los teóricos del ordoliberalismo alemán y sus discípulos españoles, los del desarrollismo franquista, quisieron poner término a la lucha de clases que dio lugar a lo que consideraban el “peligro comunista” y, para ello, diseñaron políticas dirigidas a la "desproletarización" de los trabajadores, a que, en otros términos, no existiese ninguna categoría social que no tuviera nada que perder. La generalización de la propiedad de la vivienda, y en segundo lugar la del automóvil, fueron así los medios por los cuales el antiguo proletariado -junto a la inmensa mayoría de la sociedad- pudo verse a sí mismo como “clase media”. Este acceso a la propiedad corrió paralelo en toda la Europa occidental a la conquista de importantes derechos sociales y a la institucionalización de la negociación colectiva, con lo cual, bajo la protección del Estado, los trabajadores consiguieron alejarse en buena medida de la suerte precaria de la clase obrera del siglo XIX y principios del XX.

Estos logros sociales fueron resultado de una política de desproletarización “desde arriba” combinada a una sólida representación política y sindical de los trabajadores, que a la vez articulaba e institucionalizaba socialmente la resistencia de estos a la explotación. Paradójicamente, la constitución de importantes partidos y sindicatos de clase en Europa occidental fue uno de los principales factores del triunfo y la extensión de las clases medias. La clase media se convirtió en un modo de vida (a way of life) marcado por la seguridad material, la existencia de derechos civiles y sociales y un nivel importante de consumo. La idea democrática y socialista de una sociedad sin clases parecía así realizarse en la Europa de los años 70 en los principales países desarrollados mediante un agente inesperado: la clase media. Esta fue además la base material de un nuevo orden democrático basado en la negociación de los diversos intereses sociales que garantizó importantes conquistas en materia de derechos civiles para los trabajadores, las mujeres y otros sectores que no estaban tradicionalmente incluidos en el orden tradicional de la sociedad política burguesa. La democracia, que giraba en torno a la clase media, se convirtió así en una mesocracia, un gobierno basado en las capas medias de la sociedad.

Con todo, la apariencia de una sociedad sin clases era inseparable de otra realidad: la de una situación muy desigual en lo referente al control de los medios de producción y de los recursos financieros. La sociedad de clase media, que Galbraith describió como “la sociedad del consentimiento” en la que todos se identificaban a sí mismos como propietarios, no dejaba de estar basada en una desigualdad estructural irreducible: unos poseían los medios de producción y otros carecían de ellos. Esto es precisamente, lo que define la existencia de clases y no solo las diferencias de riqueza. Al nivel de las relaciones de producción, como afirmó Marx, el Edén de la libertad, la igualdad y la fraternidad queda sustituido por otra realidad en la que unos mandan y otros obedecen, en la que existe, más allá del poder político democrático y representativo, en los espacios mismos de la producción, un tipo de dominio invisible basado en el hecho de que unos poseen los medios de producción y otros no. Esta división fundamental en una sociedad capitalista no desaparece en las sociedades basadas en las “clases medias”, aunque, ciertamente, se hace en ellas casi invisible.

La sociedad de clase media es en cierto modo el apoteosis del capitalismo, en cuanto sistema social, pues la característica fundamental del orden social de una sociedad capitalista, el rasgo que la diferencia de cualquier otra sociedad de clases, como la esclavista o la feudal, es el hecho de que la dominación social y política aparecen como separadas de la explotación. Por un lado, la dominación política resulta invisibilizada mediante una legitimación del poder político basada en la ficción del contrato y de la representación. Un ciudadano de una democracia liberal solo obedece las órdenes -basadas en las leyes- de unas autoridades que él mismo ha elegido, con lo cual, estrictamente, puede decirse que no está sometido a ningún tipo de dominación social y solo a una dominación política libremente consentida y que actúa por medios legales. Por otra parte, la explotación queda también invisibilizada por otro contrato, el que vincula al trabajador con su empleador. En este contrato, como en todos los demás, son esenciales la libertad de las partes, su igualdad y su propiedad. Cada una de ellas debe tener algo que intercambiar, aunque se trate de cosas tan abstractas como el dinero o  la capacidad de trabajar, que Marx denomina "fuerza de trabajo". De este modo, el hecho social que funda las clases, la expropiación de los trabajadores, resulta perfectamente invisible, del mismo modo que queda invisibilizada bajo las formas jurídicas que lo perpetúan la dominación social de los dueños de los medios de producción y de los recursos financieros. La clase media es así la base de una paradójica sociedad sin clases dentro de una estructura social basada en la expropiación de las mayorías y, por consiguiente....en la lucha de clases.

Las hipótesis populistas que se vienen experimentando a uno y otro lado del Atlántico, en América Latina y, en una fase menos avanzada en la Europa del Sur, se basan en estrategias de redistribución de la riqueza destinadas a salvaguardar -o en algunos casos, como en América Latina- a crear las clases medias. Estas que, o bien han existido a penas, como en Bolivia o Venezuela o se han visto en peligro por la crisis financiera y económica como ocurre hoy en el sur de Europa, buscan ante todo afirmarse o afinzarse en el marco de redistribución de riqueza y creación de derechos al que nos hemos referido. En ningún caso tienen por objetivo las hipótesis populistas en curso atentar contra las relaciones de producción vigentes, esto es cuestionar la expropiación de las mayorías sociales por los poderes económicos y financieros. Por consiguiente, por mucho que se recubran de oropeles “revolucionarios”, los distintos populismos representan un intento de hacer de la clase media la “clase universal” mediante la constitución de nuevas élites políticas capaces de mediar con los distintos intereses sociales y económicos en favor de las mayorías sociales.

Estas políticas han contribuido de manera importante al afianzamiento de las bases sociales de la democracia liberal, pero en ningún momento han afectado en lo más mínimo al orden social existente. De ahí su límite interno consistente paradójicamente en que el éxito de sus políticas determine no la perpetuación sino el fin de los gobiernos populistas. La clase media fuera de peligro o nuevamente constituida abandona sistemáticamente a los gobernantes populistas y busca formas de gobierno supuestamente conservadoras que protejan sus intereses, que ven alejados de los de los trabajadores y los precarios. De este modo, los bloques históricos configurados en torno a la hipótesis populista tienen un carácter inestable y se integran en ciclos de articulación y descomposición característicos como aquel a cuyo fin estamos asistiendo hoy en América Latina.


Con todo, parece que el futuro de lo que se llamó izquierda está condenado a girar en esta rueda de la fortuna. Solo podrá salirse de ella cuando se hayan constituido en la propia sociedad nuevas relaciones de producción centradas en la apropiación de los comunes. La economía en red, la inteligencia colectiva como fuerza productiva, las distintas formas de cooperación directa que hoy funcionan en el marco del capitalismo, son sin duda las bases materiales de un cambio de relaciones de producción y de una nueva democracia, las bases de un cambio estructural que ningún gobierno podrá nunca crear. El capitalismo no surgió de la decisión de ningún gobierno, ni de ninguna necesidad histórica conocida por una vanguardia, sino del encuentro y articulación aleatorios de distintos actores sociales en el marco de la descomposición del régimen feudal. Tal vez un cambio real de nuestras estructuras sociales solo sea posible cuando se logre diseñar tras un encuentro imprevisible de distintos sectores sociales, un gobierno adecuado a la transformación, cuando se descubra esa “técnica de gobierno socialista” de la que nos decía Foucault que aún no existe, pues el socialismo -en sentido amplio- solo ha reproducido hasta ahora, con resultados que van del éxito relativo a la catástrofe, los dispositivos gubernamentales del capitalismo, que giran en torno al Estado representativo y al mercado. De momento, solo queda a quienes critican el orden neoliberal cosechar éxitos relativos. El resultado de las últimas elecciones en España es el comienzo de un proceso que tal vez conduzca a uno de esos éxitos relativos.

viernes, 18 de diciembre de 2015

Dale un susto a la Sra. Merkel votando a Podemos

Si alguien tenía aún la más mínima duda sobre su voto del domingo, que mire o vuelva a mirar la mueca que hace la Sra. Merkel cuando Rajoy le dice que la segunda fuerza política en España este 20 de diciembre puede ser Podemos. Si le quedan dudas, que compruebe cómo en todas las instituciones donde hay presencia de candidaturas de unidad popular o de Podemos se produce una curiosa epidemia de dimisiones de representantes del PP. La última, la del Sr. Echeberría en Madrid, pero ha habido bastantes más y habrá otras muchas. El nombre Podemos y todo lo que con él se asocia -mucho, muchísimo más que el dichoso "núcleo irradiador"- da miedo al poder actual y representa una esperanza para muchas personas en nuestro país. Ese miedo y esa esperanza están fundados.

No hay que tener remilgos. Nadie más que quien escribe estas líneas afirma ni ha afirmado con mayor contundencia que el partido Podemos resultante de la disociación del comando mediático de su base movimentista es un partido, como todos los demás, infame, un remedillo de Estado. Sin embargo, este partido infame, que es más empresa que partido, se llama Podemos y evoca por su solo nombre muchas cosas, como el 15M y las ganas de conquista de la democracia que en él se expresaban. Este partido infame ha servido, junto a otras organizaciones y una multitud de ciudadanos, de catalizador para mandar a las instituciones a numerosas personas que en ellas desempeñan un papel esencial, el de la única verdadera oposición. Una oposición que el PSOE nunca quiso asumir y que IU nunca pudo ejercer eficazmente por su debilidad y su cierre identitario en la izquierda.

Podemos es un partido y es una institución (un aparato) de Estado. No es rigurosamente otra cosa. Esto no impide que se haya convertido en la pequeña puerta por la que están entrando personas enteramente ajenas al poder actual en la esfera de la representación para intervenir en ella y modificar las correlaciones de fuerzas. Y es que el Estado solo existe como monstruo impenetrable y hostil a la sociedad cuando se cree en él; si no, es solo la representación imaginaria de una correlación de fuerzas, algo cuya única consistencia real es la relación entre los poderes y las resistencias múltiples que configuran y reproducen el orden social. El Estado no tiene ninguna consistencia propia que lo separe de la sociedad. Ciertamente, la dirección de Podemos parece creer en el Estado y la representación, lo cual, al menos a mi juicio, ha limitado fuertemente el empoderamiento popular que empezó a hacer de Podemos un fenómeno desbordante. Con todo, la horizontalidad y la pluralidad expulsadas de la organización en nombre de la "reponsabilidad de Estado" y de la lógica de la representación/delegación, se ha recompuesto en las candidaturas de unidad popular y en otros movimientos e individualidades que hoy apoyamos las candidaturas formadas por o alrededor de Podemos o junto a Podemos. Si, en pleno periodo de crisis de régimen, se echa a la multitud por la puerta, regresa por la ventana.

Se han criticado los candidatos que la dirección de Podemos ha cooptado para las listas y sobre todo al antiguo jefe del Estado Mayor de la Defensa (Jemad), Julio Rodríguez. Se acusa al general de haber sido responsable de no se sabe qué horrores perpetrados por la OTAN e incluso de ser un firme partidario de esa organización militar. Estas acusaciones tienen poca base, pues España no intervino después de la retirada de Iraq, decidida por el gobierno de Zapatero, que nombró a Julio Rodríguez, en ninguna aventura guerrera neocolonial, En cuanto a la pertenencia a la OTAN -lo dice quien fue un activista del movimiento anti-OTAN en los años 80 y hoy es un crítico de todo bloque militar- no es uno de los principales problemas del país, incluso puede decirse que una vez que se está dentro de ella, es mejor permanencer dentro e intervenir desde el interior: aunque suela ignorarse, las decisiones de la OTAN se toman todas por unanimidad, con lo cual existe la posibilidad de bloquear iniciativas militares disparatadas. En cuanto a los demás candidatos cooptados, son sencillamente personas indispensables para formar un eventual gobierno o incluso un gobierno en la sombra.

El programa que presenta Podemos mantiene ciertos ecos del 15M: rechazo de los desahucios (las 5 de la PAH), lucha contra la corrupación, lucha contra la austeridad a nivel estatal y europeo, mayor participación de la ciudadanía en la toma de decisiones (referéndum en caso de guerras exteriores, referéndum de autodeterminación en Cataluña, etc.), incluso una forma edulcorada de renta básica (la renta mínima). Nada es revolucionario, pero todo es necesario para mantener unas condiciones de vida digna para la población y recuperar una democracia digna de ese nombre. Quien vote a Podemos debe saber que está votando un programa socialdemócrata, pero debe saber también que este programa no es el de las socialdemocracias históricas, fuertemente influidas por el neoliberalismo, y que, por otra parte, el programa socialdemócrata es imposible en las condiciones actuales -como pudo comprobar el gobierno de Syriza este verano- por lo cual quien lo proponga tendrá que esforzarse por crear el entorno que lo haga posible tanto a nivel estatal como a nivel europeo.

Y una última reflexión para los amigos anarquistas:

Si eres anarquista de verdad, vota para sacar a este gobierno, luego resiste como siempre, pero en mejores condiciones. Ningún gobierno será nuestro gobierno, pero los hay que son directamente enemigos como el actual y los hay menos nocivos. Que la creencia en el Estado (¡compartida con la dirección de Podemos y con la tradición de la izquiersa autoritaria!- no te impida modificar las correlaciones de fuerzas en favor de las mayorías sociales. El anarquismo de verdad siempre supo intervenir en ese terreno.Valdría la pena recordar que en el 36 la CNT no llamaron a la abstención en las elecciones, y sus militantes y simpatizantes votaron Frente Popular. Hay que pensar que gente como Buenaventura Durruti votó al Frente Popular...Por no hablar de los excelentes ministros que tuvo la CNT en el gobierno republicano: no hay mejor ministro que quien no cree en el Estado y no tiene vocación de ocupar cargos.

No regalemos el gobierno a la derecha. Que no se pierda ni un solo voto.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

El no acontecimiento de París

"Para todos los hombres, dígase lo que se diga, siempre hubo una sola moral. Los nazis, a pesar de su conducta, no eran una excepción. Hitler llamaba a Churchill "belicista desacreditado". No decía: "Yo quiero la guerra, yo soy agresivo y los ingleses son inmundos partidarios de la paz y de la comprensión entre los hombres". No hay que olvidar que Atila significa el padrecito." Jorge Luis Borges, citado por Adolfo Bioy Casares en Borges, Barcelona, Planeta, 2011, p.335)


Un acontecimiento no es cualquier hecho. Pueden y suelen producirse hechos que no son acontecimiento : son aquellos que reproducen el orden existente enmarcándolo en un tiempo muerto que se repite en su vacuidad. Un acontecimiento es, por el contrario, un acto o un hecho que sobresale, que marca la irrupción de un tiempo nuevo, de un nuevo orden de cosas. Desde ese punto de vista es difícil calificar lo que ocurrió anteayer en París de « acontecimiento ». Lo que se produjo anteayer en París y hoy en Raqqa es una escenificación grotesca del espectáculo de la soberanía en un período -la globalización- en que la soberanía es un mero recuerdo de un orden pasado. Existen ciertamente Estados formalmente soberanos, pero su margen de actuación autónoma frente al poder financiero es prácticamente inexistente. En cierto modo, el sueño del liberalismo, desde Adam Smith a Benjamin Constant, el de una sociedad sin política que se gobierna sin gobierno se ha visto realizado desde el fin de la Guerra Fría. Hoy, la soberanía solo existe como objeto perdido que en vano se intenta resucitar mediante la violencia, mediante la periódica reactivación como espectáculo de un poder soberano cuyo principal atributo es la facultad de « hacer morir ». En ese culto melancólico de la soberanía comulgan los Estados y quienes como el ISIS juegan a serlo.


En París, los yihadistas atacaron lugares de ocio y de espectáculo que consideran antros de « corrupción y depravación»: bares, restaurantes, un estadio de fútbol, el café-teatro Bataclan. Aparte de los motivos teológico-morales que exponen en su comunicado, hay en la intención de los atacantes una voluntad clara de ponerse al nivel del Estado francés y de los demás Estados europeos que intervienen en Siria. Ellos también bombardean, aunque sea mediante esa « fuerza aérea del pobre » que representan, en términos de Mike Davis, los suicidas cargados de explosivos. Ellos pueden sembrar indiscriminadamente la muerte, como los drones o los aviones de las coaliciones que atacan distintos objetivos en Siria e Iraq. El ISIS es una evolución de Al Qaida : si Al Qaida era el yihadismo en tiempos de la globalización, una simple franquicia sin territorio -en Afganistán, los talibanes los acogieron temporalmente, pero no era Al Qaida quien controlaba Afganistán-, el ISIS/DAESH/Estado Islámico (EI) tiene otras pretensiones. La primera de ellas ha sido dotarse de un territorio efectivamente bajo su control y actuar en él con una exhibición delirante de atributos de la soberanía : las decapitaciones y otras formas de ejecuciones filmadas reafirman su capacidad de matar dentro del territorio. Atentados como los de anteayer en París intentan reafirmar esta misma facultad soberana en su proyección exterior. En cierto modo, la brutalidad del EI, a pesar de que identifica a esa organización como la perfecta imagen del mal, casi caricatural, que a cualquiera le gustaría tener como enemigo, es un paradójico intento de dotarse de « respetabilidad ». Esto permite cifrar la inmensa torpeza de las autoridades del Estado francés, que se han apresurado a «declarar la guerra» al Estado Islámico, satisfaciendo así su máxima pretensión : que se reconozca su soberanía, que se reconozca al EI como sujeto posible de una relación bélica internacional. Este apresuramiento, por parte de un presidente débil e impopular de un país cuyo declive como potencia europea y mundial es evidente, es síntoma de la necesidad del régimen y del gobierno franceses de afirmarse como soberanos, respondiendo de inmediato a los atentados con el bombardeo de la ciudad de Raqqa, la «capital» del EI.


De este modo, ambos actores del sangriento espectáculo se legitiman recíprocamente ante los sectores sociales que les prestan apoyo. Mientras tanto, la realidad sigue su curso. Prosigue la masiva huida de refugiados de las zonas controladas por el EI hacia Europa acentuando la disolución de fronteras y Estados por abajo: desde las poblaciones y no desde los flujos de capital financiero. Por un lado está la multitud nómada, que escapa a las guerras y a la miseria, por otro, los intentos de captura de esta, por el EI, que las intenta mantener bajo amenaza en los espacios que controla y por los Estados europeos que intentan gestionar los flujos utilizando dispositivos fronterizos móviles y filtrantes (controles, selecciones, campos de internamiento, identificaciones, etc.). Los intercambios de violencia real y simbólica y el control de los flujos de refugiados constituyen hoy una nueva economía simbólica entre distintas zonas del sistema mundo, se trata de hechos dentro de un sistema, no de acontecimientos. El único acontecimiento es el éxodo, los éxodos internos y externos. ¿Podrá el poder neutralizar a los nuevos movimientos sociales y políticos como ya hiciera tras el 11 de septiembre con el movimiento antiglobalización? Hay que construir una defensa activa de la paz y de lo común frente a los cierres soberanos.