viernes, 20 de julio de 2012

domingo, 10 de junio de 2012

El "rescate" o el "préstamo": un auténtico saqueo...a mano armada



Un análisis somero de los presupuestos generales del Estado nos confirma la definición leninista de éste: "una banda de hombres armados". Las cifras son elocuentes (*):
- Educación: 2.230 millones de euros
- Sanidad:    3.974
- Seguridad ciudadana e instituciones penitenciarias: 8.000
- Defensa: 7.250 
(*) Obsérvese que estas cifras corresponden a gastos de la administración central del Estado y no incluyen los gastos de las comunidades autónomas en educación y sanidad (mucho más importantes que los de la administración central), que corresponden a competencias en gran parte transferidas ni tampoco los gastos de "seguridad ciudadana" correspondientes a competencias transferidas a Cataluña, Euskadi y Navarra. Mantenemos estas cifras como referencia, porque la administración que contrae el préstamo/rescate es la central.

El Estado Español (administración central) se gasta en represión y control de la población unos 15.000 millones de euros, más del doble que en las partidas de educación y sanidad sumadas.

Lo importante es saber para qué sirven estos hombres armados y qué tipo de reparto de la riqueza garantizan en último recurso. Esto también se desprende con claridad de la estructura de los presupuestos del Estado. Si tenemos en cuenta que el Estado Español ha solicitado, para salvar a la banca un préstamo de 100.000 millones de euros, podemos hacer los siguientes cálculos:
100.000 millones son el equivalente de un poco menos del 10% del PIB español (1.062.591 millones de euros) y corresponden a casi un tercio del gasto público español (311.000 millones de euros.
100.000 millones son casi 50 años de presupuesto de educación y 25 de sanidad.

En conclusión, para devolver ese préstamo, los gobiernos españoles que acepten la lógica del endeudamiento tendrían que suprimir la educación y la sanidad públicas durante décadas o privatizarlas enteramente. Queda, naturalmente, otra partida de donde se puede transferir riqueza pública a manos privadas: las pensiones. Estas constituyen algo más de la mitad del gasto público: 175.382 millones.  En Rusia, durante la terapia de choque, la brutal reducción de las pensiones o su simple impago causaron una caida vertiginosa en la esperanza de vida, debido a la sobremortalidad de las personas de edad. El pago de la deuda requerirá, por lo tanto una fuerte reducción del gasto en pensiones y, accesoriamente en las partidas cuantitativamente mucho menos importantes, pero decisivas para la vida civilizada de la ciudadanía, que constituyen la sanidad o la educación. Sin olvidar, naturalmente la privatización masiva de patrimonio público.

Como vemos, el "préstamo en condiciones favorables" constituye una auténtica transfusión de sangre... hecha por el Conde Drácula a sus víctimas.

Es urgente reaccionar: protegernos con ajos y plantar estacas en el corazón del régimen, centrando todas las reivindicaciones de los movimientos sociales en una sola: el impago inmediato de la deuda odiosa.

(fuente: La información.com: en qué gasta España)

jueves, 7 de junio de 2012

Un régimen capitalista "de chiste". Reflexiones gramscianas sobre el buen sentido y el sentido común.

Es característico de los fines de régimen que el poder establecido actúe de una forma cada vez más  absurda e irracional, como si ya nada le importara el consenso de la población. Es algo que la historia ha contemplado desde la Roma bajoimperial hasta nuestros días con gran regularidad, desde Calígula a Berlusconi. Rara vez un sistema caracterizado por su alta racionalidad ha caído sin antes haberse corrompido progresivamente y acceder a una fase en que el discurso dominante se hiciera insensato, incapaz de producir un mínimo de buen sentido y menos aún de informar el sentido común. Buen sentido y sentido común guardan una estrecha relación, pero no son términos idénticos. El buen sentido es una facultad de juicio sobre la realidad que no necesita mediaciones conceptuales complejas. El buen sentido no descubre verdades, pero sí es capaz de reconocerlas. El buen sentido impide cometer errores absurdos. El buen sentido no se puede compartir porque está siempre ya compartido. Decía Descartes con cierta ironía que el buen sentido ("le bon sens") es la cosa mejor repartida del mundo pues nadie se queja de tener menos buen sentido que otro. El sentido común es otra cosa. El sentido común es lo que nos hace pensar como los demás, mantener una identidad o al menos una cercanía de criterios dentro de una sociedad, de tal modo que los mecanismos básicos de cooperación y comunicación, aunque también las instituciones de la dominación y la explotación cuando estas existen, puedan funcionar adecuadamente. El sentido común puede ser torvo, oscuro y fanático cuando el régimen social imperante se caracteriza por la dominación de uno o de unos pocos, también puede ser generoso y abierto a la diferencia, si está determinado prevalementemente por la cooperación entre iguales.

Antonio Gramsci tematizó la distinción entre buen sentido y sentido común en los Cuadernos de la cárcel. Se vale para introducirla de un ejemplo literario procedente del capítulo sobre la peste de Los Novios (I promessi sposi) de Manzoni. Uno de los personajes confiesa privadamente que se niega a aceptar la creencia supersticiosa en unos individuos malvados que contagian voluntariamente la peste (los "untori" o "untadores"), pero se niega a hacer la misma declaración en público. Cita Gramsci a Manzoni: "el buen sentido existía, pero permanecía oculto, por miedo al sentido común". El sentido común es "la filosofía de quienes no son filósofos"; es el resultado de una estratificación histórica de diversos discursos cuya coherencia no está garantizada. Las filosofías, los discursos políticos que tienden a la hegemonía, procuran dar coherencia al sentido común sin conseguirlo nunca enteramente. Hasta un aparato ideológico como la Iglesia Católica ha tenido que aceptar en su seno una multitud de catolicismos que se distinguen entre sí en función de los ambientes sociales y culturales. El sentido común gramsciano es, así, un espacio conservador e inerte en el que cuesta introducir nuevas ideas: 

" el sentido común (senso comune) es un concepto equívoco, contradictorio, multiforme, y referirse al sentido común como prueba de verdad es un sinsentido. Podrá afirmarse con exactitud que una determinada verdad se ha hecho de sentido común para indicar que se ha difundido más allá del círculo de los grupos intelectuales, pero en ese caso no se hace sino una constatación de carácter histórico y una afirmación de racionalidad histórica; en este caso, y siempre que se emplee con sobriedad, el argumento tiene su valor, precisamente porque el sentido común es groseramente contrario a las novedades y conservador y haber logrado que penetre una verdad nueva prueba que esta verdad posee una considerable fuerza de expansividad y de evidencia." (Q,8, §173)

Una idea hegemónica puede así instalarse en el sentido común y participar de su inercia y de su conservadurismo. Tal ha sido el caso de los principales temas ideológicos del capitalismo: el mercado, la libre empresa, la libertad de contratar, la libertad de elegir; o del Estado capitalista: representacçión, Estado de derecho, derechos humanos etc.. Todos ellos habían adquirido hasta hoy la condición de auténticos prejuicios populares anclados en el sentido común, reproduciendo así eficazmente los principales mecanismos de dominación y explotación capitalistas. El buen sentido de cada uno ha tenido que adaptarse a este marco de ideas y representaciones, de modo que, incluso cuando el buen sentido del individuo las rechazaba, éste tenía, sin embargo que conformarse a ellas en público para no parecer "irrealista" o "radical". Esto era posible en la medida en que el capitalismo conservó cierta racionalidad y mientras la conservó. Como recuerdan Marx y Engels en el Manifiesto, el capitalismo ha sido una enorme fuerza expansiva de la capacidad productiva y de la socialización del trabajo y ha producido un incremento de la potencia humana de una magnitud tal que ninguna otra civilización se le puede comparar. Incluso, en términos de civilización, llegó a producir bajo la presión del movimiento obrero y la amenaza del socialismo del siglo XX sistemas sociales con un elevado grado de libertad y de prosperidad en los países del centro imperialista (básicamente, Europa occidental, Estados Unidos, Japón). El neoliberalismo vino a poner un límite a las conquistas sociales obtenidas hasta los años 60 dentro del capitalismo y a invertir la tendencia, liquidando o vaciando de contenido las distintas instituciones de representación democrática del trabajo (sindicatos, partidos, parlamentos) que habían ido desarrollándose y los derechos obtenidos a través de ellas. El proceso se acelera en su segunda fase coincidente con el hundimiento del socialismo real para llegar a finales de los 90 a un modelo puro de régimen neoliberal impulsado por la acumulación financiera. Frente a un capitalismo que organizaba y racionalizaba la producción y dentro de ese mismo proceso llegaba a transacciones y compromisos con la sociedad, nos encontramos hoy con un capitalismo de hegemonía financiera cuyo principal mecanismo de extracción de plusvalía es hoy el sistema de la deuda tanto pública como privada. 

En el marco del sistema de la deuda, el capitalismo ha perdido toda racionalidad social, pues es incapaz de imponer su propia "verdad" en el común de la sociedad, en el espacio donde se forma el sentido común. No sólo se rebelan los "buenos sentidos" individuales contra él, sino que cada vez penetran más en la compacta masa de un sentido común aún dominado por las representaciones que reproducen el orden capitalista, exigencias que son contradictorias con él. Se trata de exigencias políticas de democracia, de exigencias morales de dignidad e igualdad, de la exigencia incluso biológica de un derecho a vivir y a participar de la riqueza colectiva, de un derecho también a disfrutar de los frutos de un intelecto común en el que todos participamos y al que todos aportamos y que las relaciones de propiedad intentan arrebatarnos. El capitalismo de la deuda ya no puede ofrecer nada, sino más deuda y con ella más tristeza, más impotencia. En lugar del brillante porvenir del capitalismo progresista del siglo XIX y XX, tenemos ante nuestros ojos un porvenir de miseria y destrucción del tejido social. En cierto modo, esto siempre ha sido así y el capitalismo sólo ha sido "civilizado" y ha podido hacer triunfar su racionalidad gracias a la permanente resistencia de los trabajadores. Hoy esta resistencia adquiere una nueva forma. Sigue teniendo como nos los están mostrando los gloriosos mineros de Asturias, la forma de una lucha sindical tradicional, pero asume también de manera hoy hegemónica formas socialmente difusas de expresión que se traducen en ocupaciones de espacios urbanos o en obstrucciones de los flujos materiales y simbólicos del régimen capitalista. Este nueva resistencia es la de un trabajo cada vez más social, inmaterial e intelectual. La disociación gramsciana entre "sentido común" del pueblo y verdades de los "intelectuales" y los aparatos hegemónicos ha perdido hoy pertinencia. Hoy la verdad del intelectual colectivo circula en las redes de colaboración y rompe la inercia del sentido común. El sentido común pierde su pasividad y se transforma en intelectual colectivo de masas, en lo que Marx denominó "General Intellect" o entendimiento general. Simultáneamente, el capitalismo abandona el campo de la racionalidad y de la verdad anclada en el sentido común de la producción. Disociado de una producción cada vez más socializada y basada en el acceso generalizado a los comunes productivos (lenguaje(s), conocimiento(s), experiencia(s), recursos naturales y producidos etc.), el capitalismo, bajo su forma hegemónicamente financiera, existe ya sólo como parásito, como vampiro. Expulsado cada vez más del sentido común por un buen sentido de masas que reclama el derecho a vivir en libertad. 

Esto es lo que explica las formas ridículas que caracterizan a la actual representación del mando capitalista. Venizelos, el antiguo ministro de defensa del Pasok convertido en ministro de economía para llevar adelante una guerra económica contra la población, proclama en la actual campaña electoral que los ciudadanos deben votarle porque él fue el artífice de los acuerdos que condujeron al "memorándum" de medidas de austeridad. Sin el menor pudor y sin ningún otro argumento, pide que el voten por ser el artífice del actual desastre. Pero, más cerca de nosotros, Mariano Rajoy recordaba el día mismo en que la prima de riesgo española alcanzaba los 500 puntos, que "no estamos al borde de ningún abismo". A quienes pertenecemos a cierta generación, esta absurda declaración nos hizo sonreir. Cómo no recordar el famoso chiste de Franco en el que el sanguinario antecesor de nuestro Jefe del Estado a título de Paquidermicida proclamaba: "Españoles, en el 36 estábamos al borde del abismo, con el Régimen del 18 de julio hemos dado un gran paso adelante...". El poder es de chiste. Un poder de chiste, ridículo no puede ya influir en el sentido común tanto menos cuanto su propia racionalidad -capitalista- es contraria al nuevo sentido común productivo. Hoy, al capitalismo como forma de sociedad se le aplica la dura sentencia de Spinoza contra los regímenes que han perdido su racionalidad y su dignidas política siendo para los súbditos motivo de risa o desprecio: "mientras que, cuando concurren determinadas condiciones el Estado inspira a los súbditos temor y respeto, si estas mismas condiciones dejan de darse, ya no hay temor ni respeto, de modo que el propio Estado deja de existir".(Tratado Político, IV,4).

lunes, 14 de mayo de 2012

12M15M: Reflexiones sobre la violencia








"Yo digo que los que condenan los tumultos entre los nobles y la plebe, a mi entender, están cesurando las cosas mismas que constituyeron la causa primera por la que Roma se mantuvo libre; y que consideran más el ruido y el alboroto que de tales tumultos nacía que los buenos efectos que generaban; y que no consideran que en toda república hay dos humores distintos, el del pueblo y el de los grandes y que todas las leyes que se hacen en favor de la libertad nacen de su desunión, como se ve con facilidad que ocurrió en Roma." (Maquiavelo, Discorsi, I, 4)


1. La violencia no la deciden los movimientos sociales, sino el poder. El poder decide, por ejemplo, que una agresión fascista por parte de gentes uniformadas o de paisano no es "violenta" o que la resistencia pacífica o pasiva sí lo es; el poder decide que la prisión o la pena de muerte no son formas violentas de sanción o que la huelga es una forma particularmente violenta de defensa de un interés particular. El poder decide que los hinchas de fútbol o los secuaces del papa pueden ocupar las calles durante varios días con conductas no siempre cívicas y que una tranquilísima acampada en un lugar público o una asamblea ciudadana en una plaza constituyen actos de violencia.  Por mucho que se busque, no hay ningún contenido específico debajo del término "violencia" que no dependa de la mera decisión soberana. Lo mismo puede afirmarse respecto del terrorismo. Soberano, podría decirse parafraseando a Carl Schmitt, es quien decide sobre qué es violencia, quien nombra al terrorista.

2. Según Aristóteles existen dos tipos de movimientos, el natural,por el cual un cuerpo se mueve y cambia conforme a su propia esencia dirigiéndose a su lugar natural, y el violento por el cual ese cuerpo se mueve y cambia por efecto de la fuerza de un cuerpo exterior. Lo contrario de la naturaleza es la violencia. En la época moderna, lo que es natural en el orden social lo define el poder. Como explica Bodin, el soberano es quien da valor jurídico a un derecho natural y lo define como tal. En otros términos, es el soberano quien define qué es la naturaleza y qué es el orden natural y, por consiguiente, qué es la violencia. El soberano define lo natural y lo violento y atribuye a la "violencia", contraria al orden social "natural", el estado de excepción en que la ley del soberano no es aplicable. Nada hay de extraño en ello, pues todo soberano pretende definir, sin temor a la tautología;  el orden normal, el orden natural, como el orden en que se pueden aplicar sus leyes.

3. En la modernidad politica a la que pertenece el poder soberano, la naturaleza no tiene ningún contenido propio. El gran traductor a categorías metafísicas del orden político soberano, René Descartes, sostiene que el orden natural depende constantemente de la voluntad divina. La violencia es así, acción contra la naturaleza, y, en el orden social y político, contra la ley y la voluntad del soberano que en ella se expresa. Toda pretensión de condenar o de aprobar la violencia empieza y acaba en el discurso del soberano.

4. Cuando la naturaleza no es "orden natural" sino correlación de fuerzas, la oposición naturaleza-violencia cae por su propio peso. Todo orden es precario y efecto relativamente inestable de un equilibrio de fuerzas. El propio poder del soberano que sirve de fundamento a ese orden -o el poder de Dios en el universo- se disuelve en un tejido de relaciones. Es esa la perspectiva democrática y subversiva del materialismo, la de Maquiavelo y la de Spinoza. Era la perspectiva de los materialistas de la antigüedad respecto de los cuales Maquiavelo y Spinoza reconocen su filiación. Es también la de Marx. Ni hay sustancia del poder, ni hay orden natural, ni tampoco es la violencia una característica esencial de una acción, sino la caracterización política de esta por un poder soberano que, a su vez, es la mera resultante de una correlación de fuerzas interna a la multitud.

5. El materialismo desvela la desnudez del poder. Este ya no puede basar su "legitimidad" en un orden natural. Debe fundamentarse en una relación, siempre relativamente antagónica con una multitud de otras fuerzas. El intento de suprimir todo antagonismo, todo tumulto de la multitud equivale a la supresión de la libertad, pues disminuye la potencia de la multitud, su productividad y sume a la multitud en la imaginación triste propia de todo poder absolutista. El absolutismo, que pretende que todos se ajusten a una única complexión, llama paz a lo que es un desierto. El totalitarismo moderno nos da abundantes ejemplos de ello.

6. La variante liberal del absolutismo que hoy se denomina "democracia liberal" pretende también basar su orden social en una naturaleza que, en un círculo vicioso, es a la vez efecto y causa del orden legal  establecido por el soberano. Los efectos de este discurso liberal-absolutista se traducen hoy en el rechazo  y criminalización de toda ilegalidad cometida por los súbditos -entre los que, naturalmente, no se cuentan los más poderosos, que forman parte del soberano-. Un control estricto del ajuste de las conductas de los súbditos a la legalidad es el principio del Estado policial. La criminalización de los espacios de antagonismo, la consideración como "violentos" de los más inofensivos actos de desobediencia mata la libertad y entristece la vida común.

7.Dado que en la circunstancia actual, el poder criminaliza la más mínima ilegalidad por parte de la disidencia social,lo único que debe tener en cuenta el movimiento en esta cuestión es la posibilidad real de conquista de hegemonía social que hay detrás de cada uno de sus actos, a sabiendas de que todos ellos pueden ser calificados de violentos por el poder. Ello no quiere decir que las agresiones contra personas sean indiferentes o que constituyan medios aceptables en función de un fin que todo lo justifica. Todo acto de agresión tiene un coste para la ética y la política del movimiento, pues prefigura el orden que este puede llegar a constituir y pone en peligro su carácter libre y democrático. Es de encomiar la enorme paciencia y sabiduría del movimiento 15M a este respecto, sabiendo evitar las numerosísimas provocaciones de un poder que vería probablemente con muy buenos ojos una deriva que pudiera calificar sin demasiado temor al ridículo como "terrorista". De momento, dejémoslos con su frustación.

martes, 8 de mayo de 2012

Francia y Grecia. 2 elecciones, ninguna decisión



Ayer tuvieron lugar en dos países europeos, uno de los grandes y poderosos y otro, más pequeño y marginal en cuanto al reparto del poder en el continente, sendas consultas electorales. En el gran país, se oyeron de nuevo las solemnes tonterías de la política de la representación, con dos candidatos a cual más ridículo hablando en nombre de "los franceses" y emitiendo sin vergüenza ninguna frases como "los franceses quieren", "los franceses opinan" etc. El gran país hexagonal es un viejo centro de poder europeo. En él la crisis golpea, pero, de momento, no se ha convertido en el desastre social que conocen los países de la Europa del Sur y sobre todo, el país más pequeño y marginal, Grecia. Por eso, es todavía posible jugar a la representación, a un juego de espejos entre derecha e izquierda en que los distintos componentes del mando capitalista afirman dar mayor importancia al mercado o al Estado, a la igualdad o a la libertad de emprender. Todo dentro de una espléndida continuidad entre los dos polos de un sistema que en modo alguno se ve cuestionado desde esas categorías, pues son las suyas. Quien piense que un régimen capitalista se pone en entredicho reforzando el Estado o aumentando la igualdad jurídica entre los ciudadanos ignora que el mercado generalizado propio del capitalismo es un fruto de la actividad estatal y que la igualdad entre contratantes es condición básica de la existencia del mercado. Como recordaba Michel Foucault a Chomsky en su memorable debate de la televisión neerlandesa de 1971, "no se puede combatir un régimen a partir de su propios conceptos y valores". Por ese motivo, la izquierda representativa sólo podrá representar, en el mejor de los casos, a una clase obrera que forma parte del entramado del capitalismo, de su modo específico de reparto de la riqueza. Su papel en la lucha de clases es de pura mistificación, de ocultación de los antagonismos detrás de los valores comunes del sistema presentados como valores "democráticos" o "valores de la República" con la voz engolada de proclamar grandes mentiras.

En el poderoso hexágono ha ganado las elecciones presidenciales por un pequeño margen de diferencia respecto del presidente saliente, François Hollande, un dirigente del Partido Socialista que se presentó con un programa de crítica moderada de las políticas de austeridad y anunciando su voluntad de modificar el pacto de estabilidad europeo. Lo que propone, en lugar de austeridad, es "crecimiento". Probablemente, Hollande no tardará mucho en dar marcha atrás respecto de sus promesas y regresar al "realismo" consistente en aceptar austeridad y recortes, tal vez en nombre del crecimiento. En Francia todavía existe margen para mentir con algo de éxito y también para recortar gasto público y salarios. Mientras exista ese margen seguirá siendo posible el guiñol de los dos candidatos de la derecha y de la izquierda con sus adláteres "populistas" de derecha y de izquierda que introducen entre Estado y mercado a un tercer personaje en la farsa: el pueblo. Ese pueblo que irrumpe como el otro del mercado en el discurso de izquierda de Mélenchon o el otro del Estado en el populismo semifascista de la hija de Le Pen. Como si el pueblo no fuera la unificación por el Estado y en él de los agentes dispersos del mercado. Los populismos no son tampoco una salida del laberinto de espejos de la política representativa en la cual, sencillamente no existe ningún espacio exterior, ningún más allá de la representación que no sea la mera criminalidad "terrorista" y aun esta es un exterior mistificado, un falso exterior enteramente designado por el poder y desde él. La lucha de clases no es representable, sólo lo son los espejos en que se refleja al infinito el falso antagonismo del Estado y del mercado, del pueblo de izquierda y del pueblo guardián de las esencias nacionales. Como en la última escena de la película "La dama de Shangai" de Orson Welles, los protagonistas disparan contra sus imágenes en un laberinto de espejos y disparando contra su propia imagen matan al otro. El capitalismo modificado en liberal vence al capitalismo modificado en socialista o viceversa. Mientras, se agita el coco fascista, que previamente se ha alimentado mediante una estudiada xenofobia de Estado para que las opciones mayoritarias, respetables y no "populistas" presenten las políticas más brutales como un "mal menor"... en comparación con lo que ocurriría si vencieran los fascistas. La existencia de un bloque fascista permite a los partidos del régimen ser ellos mismos fascistas acusando a los "populistas" de extrema derecha de serlo. Poli bueno y poli malo.

Grecia también ha conocido ayer unas elecciones, pero su desarrollo y su resultados han sido muy distintos de los de Francia. La prensa europea oficialista ha presentado los resultados de las elecciones griegas como un fuerte avance de la izquierda "radical" y un retroceso de los dos grandes protagonistas del bipartidismo helénico, los socialistas del Pasok y la derecha de Nea Dimokratia. Sin embargo, en Grecia ha ocurrido algo mucho más grave: se ha mostrado que, llegadoa a un cierto nivel, la representación democrática del capitalismo neoliberal resulta imposible. Los dos grandes partidos que defienden la austeridad y el pago de la deuda, Pasok y ND sólo cuentan con algo menos del 33% de los votos: el resto de las fuerzas representadas en el parlamento griego es, en cambio, radicalmente hostil a esta política que está arruinando el país y empobreciendo a las clases populares y a las capas medias. Esto no ha impedido al régimen hacer todo lo posible para que la ciudadanía griega no pudiera expresar su descontento: no sólo no fue posible consultar a la población sobre las medidas de austeridad en un referéndum (el mero intento de hacerlo le costó el puesto a Papandreu), sino que, para evitar la expresión de posiciones minoritarias, se establece en 3% de los votos el porcentaje mínimo para obtener diputados, lo cual supuso en estas últimas elecciones excluir de la representación al 19% de los electores, un porcentaje de sufragios superior al obtenido por Nea Dimokratia, el partido más votado. No sólo esto: la prima de mayoría para el partido más votado queda fijada en 50 escaños, de modo que Nea Dimokratia con 18,9% (sólo 2% más de votos que Syriza, la coalición de izquierda que obtuvo un 16,8%) obtiene, gracias a este generoso "regalo", 108 diputados frente a los 52 de Syriza. La combinación del mínimo de sufragios y la prima al partido mayoritario desfigura así grotescamente la correlación de las fuerzas políticas representadas en el parlamento. Este auténtico pucherazo legal destinado a garantizar la "gobernabilidad" estuvo a punto de tener éxito y de permitir un gobierno de "salvación nacional" formado por Nea Dimokratia y Pasok, los partidos minoritarios que representan la política de austeridad contra la que los votantes se expresaron de forma clara y nítida. Los resultados definitivos no han permitido esta solución, pues ni siquiera con este fraude electoral legal alcanzan los partidos del "mnimonio" (el memorándum de políticas de austeridad impuesto por la Comisión Europea, el BCE y el FMI) la mayoría absoluta. La austeridad se hace ingobernable democráticamente. Esa es la gran diferencia entre Grecia y Francia. En Grecia, con los resultados de ayer será casi imposible formar gobierno, pues, aunque Syriza ha obtenido un resultado excelente, le será imposible obtener ningún apoyo suficiente. El Partido Comunista, que ya se opuso a presentar listas unitarias con los "socialdemócratas" de Syriza por considerarlos demasiado "europeistas", tampoco aceptará ningún tipo de coalición postelectoral. Por otra parte, una extrema derecha caricatural pero terrible, Chrysi Avgi (Aurora Dorada) ha entrado en el parlamento con una política de denuncia a de las políticas migratorias, pero también de la "Junta" (nombre hispánico que se da en Grecia a la dictadura de los coroneles) del "mnimonio" (memorándum). La función de esta formación es de momento semejante a la de Marine Le Pen en Francia y a la de otras extremas derechas: permitir la radicalización neoliberal y xenófoba de los partidos mayoritarios que pueden presentar al fascismo como un "mal mayor", aunque sus milicias ya están actuando en las calles contra los inmigrantes...

Las elecciones que hubieran debido servir para dar legitimidad a la dominación del capital financiero a través de la austeridad y del pago de la deuda, no han logrado este objetivo en Grecia. La austeridad y la deuda son hoy irrepresentables, también lo es la resistencia de la multitud frente a estas políticas. Los espejos se han quebrado definitivamente aunque es posible que aún se juegue un poco con ese gran añico que constituye la extrema derecha. En los próximos días todo se puede precipitar: si no existe una mayoría para apoyar el plan de salvamento y las medidas de austeridad impuestas que lleva consigo, puede producirse rápidamente una suspensión de las transferencias financieras europeas y del FMI y una suspensión de pagos de Grecia. Es muy probable también que el país tenga que salir del euro, con las consiguientes repercusiones sobre los demás países frágiles (Portugal, España, Italia, Irlanda etc.) y sobre el conjunto de la zona.  Grecia se encuentra hoy en una situación que recuerda a la Alemania de los años 30. Las causas son semejantes: la Alemania de Weimar quedó arruinada por el pago de una brutal deuda de guerra impuesta por los vencedores de la primera guerra mundial. Keynes ya había avisado en la comisión de reparaciones de guerra de las consecuencias desastrosas de esta política. Ante la imposibilidad de una revolución debida entre otras cosas a la profunda división de las izquierdas y al sectarismo del Partido Comunista alemán, un pequeño, feo y resentido cabo gritón, tan ridículo como los dirigentes de Chrisí Avgi, acabó haciéndose con el poder. El resto de la historia es conocido.

En este momento, sólo una potente reacción a escala europea contra las políticas de austeridad puede evitar que vuelva la barbarie a nuestro continente. Es necesaria una Europa que sea un verdadero espacio de cooperación productiva para la multitud, un espacio de democracia y de libertad y no una mera agencia de cobro de la deuda financiera odiosa gestionada por una oligarquía y de gestión racista de la inmigración. No todos los países pueden permitirse el espectáculo de gran guiñol "republicano" que vive Francia; dentro de poco la propia Francia tampoco lo podrá.  Grecia nos muestra que la dominación social mediante la deuda no puede ya representarse democráticamente. Para preservar la democracia, es urgente acabar con una política económica que cada vez disimula menos su carácter de auténtica dominación política. Esto, sin embargo no puede hacerse en el marco de los Estados-nación: la nostalgia soberanista representada por el fascismo y en cierta medida por los "populismos" es hoy una trampa. Sólo a escala europea es posible solucionar unos problemas que hace tiempo que han dejado de plantearse a nivel nacional. Encerrándonos en "nuestros" Estados nos encontraremos con un mando capitalista cada vez más brutal y seremos más incapaces de hacerle frente. Otra construcción europea es necesaria y urgente. El 12M será a estos efectos mucho más decisivo que las elecciones del 6 de mayo.

sábado, 14 de abril de 2012

14 de abril: Gora Errepublika! Visca la República! Viva a República! ¡Viva la República!

La tricolor en el ayuntamiento de Donosti



Tal vez lo que más daño haya hecho al republicanismo español sea la confusión de la República con una forma de Estado. Inicialmente, el término república (res publica) hace directa alusión a lo que es común a todos los ciudadanos, a aquello que a todos pertenece y sobre cuya base pueden establecerse derechos particulares, incluida la propiedad privada (proclamada en Roma, no como un atributo del individuo, sino "ex jure Quiritum", conforme al derecho común de los ciudadanos). República significa la primacía de lo común sobre la propiedad: por ello mismo, la república es el gobierno de la multitud libre, no de los reyes ni de los ricos, no de los soberanos ni de los propietarios. Ha habido y hay, sin embargo, repúblicas cuya alma es monárquica: son las constituidas sobre la propiedad y cuya finalidad es la preservación de la propiedad y no la salvaguardia de lo común. Esas repúblicas nominales tienen caracter estatal pues se configuran como un conjunto de aparatos de dominación y de representación y no como un espacio libre de intervención política de la variopinta multitud de los ciudadanos. Son, como las monarquías, un tipo de gobierno que aspira a la trascendencia sobre la sociedad.

Una república es, sin embargo, otra cosa, un modo de gobierno que se confunde con la democracia y que no aspira por consiguiente a representar/sustituir a la multitud. La multitud es irrepresentable y sólo en ese paradójico sentido es "soberana". El conjunto de los propietarios, en cambio, puede acceder a la representación; mejor dicho, los propietarios -separados entre sí por su propiedad privada- sólo existen como conjunto, en tanto que representados. El soberano representa a los propietarios y los somete a un régimen de legalidad cerrado que permite la libertad del mercado y en el mercado y excluye cualquier libertad política, cualquier ejercicio del poder constituyente. Las repúblicas de los propietarios -en lo esencial regímenes absolutistas que también pueden tener forma monárquica- llaman estado de derecho a la prohibición del poder constituyente. Por ello mismo procuran con afán totalitario criminalizar todo intento de cambio sustancial del orden legal y toda actuación al margen de la ley que no sea la del propio soberano. Es lo que estamos viendo hoy en esa república de los propietarios monárquicamente encabezada que es el Reino de España cuando se intenta criminalizar como violenta la resistencia pacífica a la autoridad o reprimir cualquier disenso respecto del orden capitalista reconocido por las leyes y la constitución.

Una verdadera república reconoce esencialmente el disenso, porque no se basa ni se puede basar en ningún fantasma consensual: la república es régimen de la multitud, gobierno de lo común. La multitud en sí sólo puede ser plural: por ello los clásicos del republicanismo radical como Maquiavelo o Spinoza siempre afirmaron que la libertad no se basaba en la excelencia de la legislación, sino en la correlación de fuerzas entre soberano y multitud y entre los distintos sectores de la multitud. La república nunca puede olvidar su fundamento, que es el poder constituyente de la multitud. Un régimen republicano nunca puede ser -como pretenden serlo las repúblicas de los propietarios- la encarnación del Estado de derecho más allá de la cual sólo existen el crimen y el delito, la violencia ilegítima y el terrorismo, sino un sistema donde el derecho es flexible y admite siempre márgenes de realidad, márgenes de anomalía, de disenso y de desobediencia que son irregulables y con los que todo poder debe negociar.

La República española de 1931 no llegó a ser una república de los propietarios, sobre todo porque los principales representantes de las clases propietarias nunca la quisieron. La República fue traída por ĺas clases populares que ocuparon la puerta del Sol ochenta años antes del 15M y echaron a una monarquía corrupta que intentó sobrevivir en sus últimos años mediante un régimen dictatorial. Las clases populares fueron quienes en el 34 y el el 36 salvaron la República contra los esfuerzos sibversivos de los propietarios y, durante tres años, impidieron la victoria de Franco. Hoy, la República tiene que volver a ser un marco de libertad y de democracia, pero al mismo tiempo un régimen de la multitud y un gobierno de lo común. La República de la multitud no es una forma de Estado sino la forma misma de la autodeterminación de la multitud como comunidad abierta y no representable. Reivindicar hoy la República en el Estado español es impulsar un proceso constituyente que abra nuevas posibilidades de organización y de relación al conjunto de individuos y de pueblos que hoy se ven incluidos en éste Estado que decía Gil De Biedma dominado por "todos los demonios". Esto es lo que ha permitido que hoy, 14 de abril de 2012, en varios ayuntamientos de Euskal Herria y, en concreto, en el de Donostia, ondease la bandera tricolor, y que un importante sector del 15M participara en las manifestaciones en favor de la República por considerarlas el marco idóneo para la dura batalla por la defensa de las libertades que se avecina. 

viernes, 30 de marzo de 2012

29M: farolas encendidas a mediodía



La gente que tiene el mando suele creer que su poder se debe a su mérito propio y que puede, por consiguiente, manipular a los súbditos a su antojo. Bonito ejemplo de los efectos de esta singular crencia fue la decisión de algunos ayuntamiento dirigidos por el PP de mantener encendido el alumbrado urbano durante la jornada del 29 de marzo a fin de falsear los datos de reducción del consumo eléctrico y, por lo tanto, hacer creer que el seguimiento de la huelga general fue menor del que efectivamente fue. Son métodos totalitarios que recuerdan los de la Oceania de 1984. La idea subyacente a la utopía que en sí es todo totalitarismo -no existe ni puede existir un totalitarismo real- es que el poder es capaz no sólo de mentir, sino de construir la realidad. Esto es algo de sobra conocido en el funcionamiento habitual del racismo que crea enteramente a través de la discriminación, la segregación, la humillación y la violencia la "raza inferior" que se trata de poder exterminar. Así lo hizo Hitler con los judíos y Franco con los "rojos".

Ayer el poder fue capaz de intentar falsear los datos de consumo eléctrico y también de prohibir que un helicóptero de la prensa tomara fotografías aéreas de las manifestaciones en que culminó la huelga, para poder concluir con El País, diario "indepediente de la mañana" pero muy dependiente de los poderes financieros transfranquistas, que el seguimiento de la huelga fue "moderado". Esconden la realidad, mienten, pero no pueden crearla. La realidad es que una nueva correlación de fuerzas se está estableciendo gracias a la convergencia de los sectores tradicionales del trabajo (representados, aunque mal, por los sindicatos) y los nuevos sectores de trabajadores (precarios, inmateriales, cognitivos, afectivos etc.)que no están representados ni son representables y que han decidido por lo tanto estar ellos mismos presentes en la plaza pública con sus reivindicaciones. Ayer se produjeron fenómenos de hibridación entre los sindicatos y el 15M: se vio a sindicalistas maduros reproducir gestos y consignas de los jóvenes y también liberar a algún adolescente que cayó en manos de las mal llamadas "fuerzas de orden público". Ambos grupos sociales se mezclaban sin insistir demasiado en sus identidades. Esa hibridación, esa contaminación de las organizaciones sociales tradicionales por la cultura 15M -muy a pesar de las direcciones sindicales- ya se pudo percibir en la Marea Verde de la enseñanza madrileña y en otros movimientos recientes. Algo se está formando ante nuestros ojos, con un enorme potencial de resistencia y transformación. Si se consolida, el mando capitalista podrá encontrarse con un gravísimo problema. Tal vez por eso tenga que consolarse con ensueños totalitarios.