viernes, 16 de septiembre de 2011

La sentencia contra Arnaldo Otegi: Pero Grullo magistrado







Volaráse con las plumas,

andaráse con los pies,

serán seis dos veces tres.


Pero Grullo (En Quevedo, Sueño de la muerte)


El magistrado, émulo del quevediano Don Pero Grullo, da a entender en su sentencia contra Arnaldo Otegi y otros que, como Batasuna y todo lo que sustituya a Batasuna "es ETA", queda probado que los dirigentes de Batasuna reciben instrucciones de ETA, incluso cuando manifiestamente actúan por sí mismos o cuando intentan influir sobre ETA desde posiciones pacifistas y democráticas o cuando se oponen a su línea.

Aristóteles decía del ser que "se dice de muchas maneras"; la Audiencia Nacional afirma lo mismo de ETA: todo puede "ser ETA" gracias al uso jurídico del nefasto principio de analogía exhumado por el derecho penal nacionalsocialista en los años 30 y que hoy triunfa en la Europa "democrática". Sin embargo, los redactores de la sentencia dan un paso más respecto de Aristóteles, un paso peligroso. Ignorando el principio de contradicción, revolucionan la metafísica occidental, atribuyendo a un nombre, cuando se trata de ETA, sentidos no sólo múltiples sino incompatibles entre sí: para la Audiencia Nacional, ETA es por un lado una organización terrorista que realiza(ba) acciones armadas y otros actos violentos, por otro es un amplio conglomerado de organizaciones políticas, sociales culturales etc. Como, a tenor de esta singular doctrina, estas últimas son también ETA, por mucho que apuesten por una línea pacífica y democrática de actuación y se desvinculen de cualquier forma de violencia, seguirán siéndolo inevitablemente. Incluso si estas organizaciones condenaran a ETA y pronunciaran sobre ella todas las maldiciones de todos los libros sagrados, no dejarían de "ser ETA". La analogía en que se funda la figura antijurídica del "delito de terrorismo" alimenta los razonamientos perogrullescos de las sentencias. Insulto a la democracia y a la lógica. El régimen español se sitúa así -de nuevo- al margen de la decencia común y hasta del decoro intelectual, pero este no deja de ser, desde su sangrienta fundación, uno de sus rasgos esenciales. Como diría Quevedo: "Ya estás diciendo entre ti "¿Qué perogrullada es esta?""

sábado, 10 de septiembre de 2011

11 de septiembre de 2011: se acabó la diversión





"Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor."
(Salvador Allende, 11 de septiembre de 2011)


Hace tiempo que el 11 de septiembre entró en la historia. Lo hizo con la irrupcion del ejército golpista chileno en el palacio de La Moneda y la muerte de Salvador Allende en un ya lejano 11 de septiembre de 1973. Ese dia marca simbólicamente -literalmente a sangre y fuego- el comienzo de la contrarrevolución neoliberal. El 11 de septiembre de 2001 es, sin duda otro hito dentro de la historia de esa misma contrarrevolución. Tras el surgimiento de un movimiento de resistencia a nivel mundial contra el neoliberalismo, denominado movimiento "antiglobalización", que logró erosionar considerablemente la legitimidad del sistema, parecía iniciarse un cierto diálogo entre el poder y el movimiento. Esta incipiente negociación política con los trabajadores y con los pueblos del tercer mundo fue frustrada por otra estrategia cuyo eje era el desencadenamiento de una guerra civil mundial. La maniobra fue ciertamente facilitada por los ataques contra las Torres Gemelas y el Pentágono por parte de un comando islamista probablemente integrado en la red Al Qaida.

Dos guerras de ocupación  neocoloniales contra Afganistán y, posteriormente, contra Iraq sirvieron para cambiar enteramente el escenario anterior: en el interior de los países del centro capitalista se proclamó un estado de urgencia antiterrorista permanente; en el exterior una "guerra de civilizaciones" contra el mundo araboislámico. El estado de urgencia interior se tradujo en una fuerte reducción de los derechos y libertades de los ciudadanos mediante la introducción generalizada de legislaciones antiterroristas. La guerra de civilizaciones se centró en primer lugar en el apoyo incondicional a Israel, convertido en país emblemático de los "valores" de "nuestra civilización" y de la lucha por su defensa. En segundo lugar supuso también un refuerzo del apoyo a los tiranos árabes "laicos" y "moderados" como Ben Ali en Túnez o Mubarak en Egipto, y, sin temor a la paradoja, el mantenimiento de la vieja alianza entre los Estados Unidos y la monarquía teocrático-petrolera saudí. Por último, la "normalización" de Afganistán y la liquidación del régimen de Saddam Hussein, el único régimen árabe que suponía algún tipo de amenaza potencial para Israel, y la fragmentación del país en comunidades religiosas y étnicas sumidas en una guerra civil permanente.

Esta táctica tuvo algunos resultados positivos para el régimen liberal. En primer lugar, la oposición incipiente que había salido a la luz pública en Seattle y posteriormente en diversos puntos de Europa, y había obstaculizado eficazmente la labor de varias conferencias de la OMC, quedó neutralizada. La prioridad era la "lucha contra el terrorismo", y a su sombra, se adoptó, en materia de libertades y en materia socioeconómica una legislación extremista sin necesidad de ninguna negociación con los movimientos sociales y las poblaciones. En este sentido, el 11 de septiembre de 2001 constituye un segundo aliento del 11 de septiembre de Pinochet y sus "Chicago boys". Al calor de la catástrofe provocada (Chile) o sobrevenida (Nueva York), pudieron tomarse, como recordaba Naomi Klein en la Doctrina del shock, medidas impensables en otras circunstancias. Ambos 11 de septiembre funcionaron como auténticos electrochocs para las poblaciones, provocando junto al terror, docilidad y obediencia.

El décimo aniversario del 11 de septiembre neoyorquino, el vigésimo octavo del chileno, se celebran en condiciones ya muy distintas. En primer lugar, en América Latina se consolidaron en la primera década del siglo XXI una serie de gobiernos dispuestos, con un programa de transformaciones internas más o menos radical, a romper con la sumisión a los Estados Unidos. El ascenso político y el auge económico de la potencia brasileña sirve de apoyo a otros procesos más radicales como el venezolano, el ecuatoriano y el boliviano asociados entre sí en pactos regionales. A la ola "populista" y anticolonial latinoamericana está sucediendo una primavera árabe igualmente plebeya y anticolonial. Una primavera contagiosa que está atravesando el Mediterráneo y extendiéndose como un virus por toda Europa, llegando incluso en un maravilloso pliegue del tiempo histórico al propio Chile donde el miedo acumulado por la tiranía de Pinochet parece haberse disipado y se abren a una juventud sin miedo, por fin libre y combativa, "las grandes alamedas" de que hablara el Presidente Allende.

La hidra que el neoliberalismo terrorista quiso doblegar ha levantado ya muchas de sus cabezas. El movimiento antiglobalización no ha renacido igual a sí mismo, sino que se está transformando en un movimiento más amplio y más potente. Ya no se trata de pequeñas movilizaciones como la de Seattle en torno a las ONG y los sindicatos, sino de auténticas insurrecciones -más o menos pacíficas- autoconvocadas y de un auténtico proceso constituyente que -de momento-, a un lado y otro del Mediterráneo y del Atlántico, reivindica una democracia real, una democracia que ya sólo puede existir más allá del capitalismo. Los fantasmas del "terrorismo" y del "islamismo" sólo son el reflejo especular de la violencia y del fanatismo de un régimen que ha perdido su racionalidad social y económica así como su legitimidad política. Son fantasmas que ocupan el lugar clásico del chivo expiatorio. Al igual que el antisemitismo de izquierdas (el socialismo de los imbéciles) y, de manera más sistemática, el nacionalsocialismo, desviaron enlas primeras décadas del siglo pasado el el odio "lógico" que implicaba el anticapitalismo de masas hacia un objeto de sustitución que fue el pueblo judío, el neoliberalismo ha pretendido identificar al enemigo de la democracia y del bienestar de las poblaciones occidentales con el "terrorista" y el fanático "islamista". Un teatro de espejos donde el neoconservadurismo religioso americano combate al integrismo islámico ha pretendido, desde el 11 de septiembre neoyorquino, apartar la atención de las poblaciones de la auténtica y masiva violencia que el capitalismo financiarizado y sus agentes gubernamentales ejercen contra ellas. El problema para el régimen neoliberal es que el teatrillo de los neoconservadores ha perdido toda credibilidad y que la legitimidad del propio régimen está siendo cuestionada cada vez con más radicalidad por las poblaciones. El clásico intercambio de obediencia por protección que nos habían propuesto una vez más los neoconservadores dejó de funcionar cuando en todo el mundo y cada vez más claramente se ve que la mayor amenaza es el propio régimen.  GAME OVER. Se acabó la diversión.

viernes, 2 de septiembre de 2011

De la Puerta del Sol a La Bastilla. Esperanza Aguirre privada de lo público

La toma de la Bastilla (1789)








Son de gran interés las últimas declaraciones de la Presidenta de la Comunidad de Madrid, Doña Esperanza Aguirre. A propósito de los acontecimientos que vienen sucediéndose enfrente de la sede de su institución, en la Puerta del Sol de Madrid, ha declarado en tono agresivo y antipático que constituyen un acto ilegal. Manifestarse y concentrarse, organizar asambleas o aún acampar en un espacio público es, a juicio de la mandataria, una infracción de la ley si estos actos no están avalados por lo que en tiempos de Franco se denominaba "la correspondiente autorización gubernativa". Cabría recordar a la Excma. Sra. Aguirre que los actos que se reproducen ante sus balcones desde el 15M, como mucho podrían constituir una infracción administrativa, pues no se ha solido pedir autorización para realizarlos, pero en ningún caso una violación de preceptos legales, pues los derechos de reunión y manifestación son derechos fundamentales reconocidos en la hoy tan maltrecha Constitución. Tampoco puede afirmar la responsable autonómica madrileña que todo esto sea algo que nunca se ha visto. La celebración de comicios ciudadanos en las plazas públicas tiene al menos un precedente histórico ilustre: la democracia ateniense. Es de temer, sin embargo, que la enfurecida Presidenta autonómica no esté para este tipo de matices. Por ese motivo, considera que la actuación del gobierno y de los ministros del interior de Zapatero ante los referidos hechos ha constituido un grave abandono de responsabilidades. El ministerio del interior habría permitido una violación repetida de la ley movido por oscuras intenciones electoralistas. En consecuencia, la Sra. Aguirre amenaza con pedir una policía autonómica que actúe con la misma contundencia que la catalana y, en cualquier caso, emplaza a los ciudadanos que hacen un uso político de la plaza en el marco del movimiento 15M al día después del 20 de noviembre, cuando haya "un nuevo ministro del interior" del Partido Popular. Como afirma en su tono de chulapa madrileña: "se acabó la broma de la Puerta del Sol".




Más allá de estas opinables declaraciones  y de las amenazas que entrañan, la Presidenta de la Comunidad de Madrid ha afirmado que las actividades del 15M constituyen una "privatización de la Puerta del Sol". A su juicio, "unos quieren privatizar la Puerta del Sol para transformar la Puerta del Sol en la Bastilla." Curiosa comparación, la de la toma de la Puerta del Sol con la de la Bastilla. Tal vez la Sra. Aguirre tenga una potente memoria histórica y recuerde que el edificio que hoy ocupan las oficinas de su gobierno regional era hace unas décadas un siniestro centro de detención y de tortura, la Dirección General de Seguridad (DGS) de Franco. Tal vez el nexo nunca explícitamente justificado entre la Puerta del Sol y la Bastilla sea la relación  entre su edificio emblemático y el principal centro de detención del régimen absolutista francés, la prisión de La Bastilla que la revolución francesa tomó como primer objetivo político y que el pueblo de París derribó hasta la última piedra. Con ese acto, no destruyeron los revolucionario franceses ningún bien público, sino la prisión que, de forma estrictamente privada, sin consideración alguna de legalidad, gestionaba a su antojo el monarca.


Si seguimos recurriendo a imágenes de la Revolución Francesa, como nos invita a hacerlo la enojada Presidenta, hay que decir que el 15M no tiene ninguna intención de transformar la Puerta del Sol en la Bastilla, ni siquiera en la plaza de la Bastilla librada de su prisión: pretende convertirla en el Juego de Pelota (le Jeu de Paume); pabellón en que se reunió la asamblea constituyente en 1789, prometiendo cada uno de sus miembros no salir de allí "a no ser por la fuerza de las bayonetas", mientras no hubiera constitución. El 15M lo que desea y ya en parte ha hecho es convertir la Puerta del Sol en un auténtico espacio público. El problema es que la Presidenta confunde las cosas y maneja un criterio para determinar lo público, enteramente...privado. Para ella lo público es lo que corresponde al público, a la clientela del Corte Inglés y demás almacenes, a la circulación privada de mercancías, a los flujos acelerados de personas y cosas propios del capitalismo actual, lo que corresponde también a la policía y a la administración de la población. Una reunión a cielo abierto, una asamblea de ciudadanos en la plaza pública no puede ser para ella algo público, pues, manifiestamente, los ciudadanos congregados en la Puerta del Sol para debatir de todo lo que no se debate en un Parlamento privatizado por los poderes financieros no son "el público" de nadie, ni de un gran almacén ni de políticos demagogos,..


Sin embargo, la ciudadanía de la Puerta del Sol, se mueve claramente en la esfera pública, una esfera pública que, para serlo debe ser accesible a todos, estar abierta a todos como las asambleas del 15M, a diferencia de la esfera del "público" de las relaciones mercantiles que no debe ser de nadie para poder funcionar como lugar de paso y de intercambio de mercancías. El derecho del Estado capitalista reconoce la propiedad privada y la propiedad pública estatal, que es a la vez propiedad "privada" del Estado, en cuanto nadie puede tener acceso privado a ella, y cosa de nadie, res nullius en cuanto no puede ser objeto de un acceso libre y directo, sin autorización administrativa, por parte de la ciudadanía. Nadie puede acceder a lo público estatal sin autorización de la autoridad competente, del mismo modo que tampoco puede nadie penetrar en una propiedad privada ni usar propiedades de otra persona sin autorización del titular. Lo público estatal es así una forma menor y mistificada de lo público que conserva características de lo privado. Lo público estatal es, pues, lo que no pertenece a nadie por pertenencer al Estado, lo público común, por el contrario, es lo que es de todos y a lo que todos tienen libre acceso como los recursos naturales, el lenguaje, los saberes, los afectos. Estas son también las características de la esfera pública. La política requiere la existencia de una esfera pública, sin la cual se ve sustituida por una serie de relaciones jerárquicas, por un orden constituido que impone sus imperativos de sumisión, obediencia y dependencia. La representación política parlamentaria o el mercado no son así espacios políticos ni públicos, por mucho que el liberalismo haya intentado transformar la política en parlamentarismo y el neoliberalismo traducirla a relaciones mercantiles (Friedman). No hay política sin poder constituyente de la multitud, sin que la multitud pueda cuestionar en todo momento en el espacio público el orden constituido. En ausencia de poder constituyente y de espacio público, lo que sustituye a la política es la policía, la mera defensa del orden existente (Rancière). 


No hay más clara exposición de la diferencia entre lo que es un espacio público y un espacio privado (incluido el estatal) que la que hace Kant en ¿Qué es Ilustración? En ese texto define como se sabe la Ilustración como "la salida del hombre de su minoría de edad" basada en su temor a usar su propio entendimiento y su sumisión voluntaria al juicio de otro. El lema de la Ilustración es, pues, para Kant: Sapere aude! (atrévete a saber) y su objetivo que cada hombre use libremente de su entendimiento. Sin embargo, la salida de la minoría de dedad por parte de un hombre aislado es difícil, sino imposible, " en cambio, es posible que el público se ilustre a sí mismo, siempre que se le deje en libertad", siempre que en un espacio libre puedan contrastarse las opiniones y puedan expresarse ante todos quienes hayan salido de la minoría de edad. Ahora bien, ese uso libre de la razón en una sociedad constituida tiene un límite que es la preservación del orden  vigente en esta sociedad. Por ese motivo, Kant distinguirá dos usos de la razón, un uso privado y un uso público:


Entiendo por uso público de la propia razón el que alguien hace de ella, en cuanto docto, y ante la totalidad del público del mundo de lectores. Llamo uso privado al empleo de la razón que se le permite al hombre dentro de un puesto civil o de una función que se le confía. Ahora bien, en muchas ocupaciones concernientes al interés de la comunidad son necesarios ciertos mecanismos, por medio de los cuales algunos de sus miembros se tienen que comportar de modo meramente pasivo, para que, mediante cierta unanimidad artificial, el gobierno los dirija hacia fines públicos, o al menos, para que se limite la destrucción de los mismos. Como es natural, en este caso no es permitido razonar, sino que se necesita obedecer. Pero en cuanto a esta parte de la máquina, se la considera miembro de una comunidad íntegra o, incluso, de la sociedad cosmopolita; en cuanto se la estima en su calidad de docto que, mediante escritos, se dirige a un público en sentido propio, puede razonar sobre todo, sin que por ello padezcan las ocupaciones que en parte le son asignadas en cuanto miembro pasivo."


El uso de las palabras que aquí hace Kant nos resulta extraño. Nos cuesta hoy concebir el uso privado de la razón como el que se asocia a una función o jerarquía social y que puede entrañar una obediencia ciega. Lo privado, para nosotros, es lo contrario: lo que no depende del Estado y de las funciones sociales que asociamos a los "poderes públicos". Por el contrario, denominamos hoy privado el ámbito de lo que consideramos como nuestra libertad individual. Esta evolución de los términos obedece al hecho de que el propio concepto de espacio público ha desaparecido en favor de un espacio mercantil y administrativo que denominamos "público" cuando lo consideramos en su totalidad y "privado" cuando consideramos las individualidades que en él intervienen. Para Kant, sin embargo, lo público será ese ámbito cosmopolita libremente accesible a todos cuantos deseen hacer uso de su razón sin límites ni distinciones de carácter "privado". El espacio público es el espacio en que se despliega libremente la razón: un espacio común sin exclusiones que perecería si fuera absorbido por los mecanismos del Estado u otras fuerzas en que se apoya el orden social. El espacio público kantiano es un aspecto parcial de los comunes cognitivos y productivos que hoy reivindican, con mayor extensión que Kant, los movimientos sociales que se enfrentan al orden neoliberal; con todo es un buen modelo de lo que puede ser un orden de los comunes y del libre acceso a ellos, más allá de la propiedad privada o de la propiedad pública estatal.


No entienden la Sra. Aguirre ni muchos agentes de la policía (los cuerpos y fuerzas y los demás aparatos de Estado, incluidas sus privatizadoras señorías) que el espacio público es lo contrario del espacio privado y que la ciudadanía madrileña que participa en las asambleas del 15M, muy lejos de haber privatizado nada, ha creado uno de los pocos espacios verdaderamente públicos de la capital. Maravilla ver que quien critica a los movimientos ciudadanos por esta supuesta "privatización" es quien pretende privatizar no sólo el espacio público en nombre de una absurda lógica administrativo-policial, sino los bienes comunes (sanidad, enseñanza, agua etc.) en aras de la ley de bronce de la rentabilidad del capital.

viernes, 26 de agosto de 2011

Violencia policial y golpe neoliberal: dimensiones del estado de excepción



Estamos asistiendo en las últimas semanas a un fuerte endurecimiento del régimen español. Este endurecimiento sucede a un intento de "seducción" del movimiento social identificado con las siglas 15M, por parte del gobierno de Zapatero y del flamante candidato Rubalcaba. Ese intento se ha traducido en un fracaso que responde a una imposibilidad: es imposible, en efecto, atender a las reivindicaciones de los jóvenes y menos jóvenes de las plazas y a la vez tranquilizar a los mercados que pretenden explícitamente saquear los bienes públicos y desvalorizar lo más posible la mercancía fuerza de trabajo. Ante esa imposibilidad manifiesta, las cosas se están poniendo claras. Ya no se trata de dialogar con quienes se oponen al régimen, ni siquiera de tolerarlos; ahora lo que se ensaya es la represión en la calle y el enrocamiento jurídico-constitucional. Los acontecimientos de Madrid en torno a la marcha laica y la visita del Papa, los episodios de violencia policial selectiva contra participantes notorios en el 15M han sido sólo el prólogo de un auténtico golpe de Estado legal: la consagración del equilibrio presupuestario como principio constitucional. Existe a pesar de las diferencias un parentesco entre la violencia policial desatada y la urgente reforma constitucional en ciernes: ambas se integran en la dimensión de la excepción propia del orden político y jurídico del Esrtado moderno.

La policía se nos presenta como una institución "normal" encargada de defender el orden público y de proteger a la ciudadanía frente a la violencia privada. Cuando somos víctimas o testigos de una agresión, solemos llamar a la policía. El problema es que la policía es también, con frecuencia, protagonista de agresiones contra personas. En ese caso, no tiene mucho sentido acudir a ella, pues quien te agrede no te va a proteger. Estas agresiones por parte de las fuerzas de orden público suelen considerarse "excesos" que contradicen la función "normal" de la policía y que a veces, cuando son demasiado evidentes, llegan incluso a sancionarse, aunque sin excesiva severidad. Sin embargo, esta consideración de la institución policial como un cuerpo normalmente destinado a proteger un interés general, que sólo ocasionalmente se desvía de su verdadera misión, es sumamente unilateral. Ignora el hecho de que la policía no se rige sólo por el principio de legalidad.

Una de las funciones de la policía, tal vez la que mejor la define, es el ejercicio de la violencia en nombre del mantenimiento del orden legal. El poder soberano, titular del monopolio de la violencia "legítima", delega en la policía como institución del Estado determinados aspectos del ejercicio de esta violencia. La policía es un poder "comisario", delegado, comisionado, una especie de dictadura comisaria permanente (cf. Carl Schmitt, Agamben). De la dictadura comisaria o delegación parcial del poder soberano procede el término "comisario de policía. La policía, al igual que el poder soberano que le otorga su mandato, actúa siempre dentro y fuera de la ley. Se afirma así que la policía defiende la ley, pero, en realidad, lo que defiende es un determinado orden social normal del que el ordenamiento jurídico es sólo una expresión parcial y mistificada. En el derecho, las relaciones sociales reales se reinterpretan en términos de un tejido abstracto de relaciones entre sujetos libres y objetos, de relaciones entre personas y de personas con cosas. La policía se sitúa formalmente en el plano del derecho, pero su función es restablecer las relaciones sociales reales, el orden social basado en la dominación y el poder de clase. Esto es lo que explica su doble inscripción en el derecho y en la realidad sancionada por los estatutos que la constituyen como institución o aparato de Estado y que, como ocurre en el caso de toda dictadura comisaria, le otorgan un mandato muy poco definido en cuanto a los fines, un mandato que se expresa en términos de derecho -defensa del orden legal-, pero que ciertamente va más allá del derecho. Los abusos policiales no son así una anomalía en el funcionamiento de la institución, sino uno de los aspectos esenciales de esta: su constante atravesamiento del orden jurídico en dirección de la realidad de las relaciones sociales.

En las últimas semanas, hemos podido ser testigos de esa posición excepcional de la policía como institución, viendo como en Madrid las fuerzas policiales desataron su violencia contra ciudadanos aislados e indefensos y que no suponían la más mínima amenaza, so pretexto de disolver una "concentración ilegal". El objetivo real de esta intervención, más allá de su objetivo declarado era intimidar a participantes conocidos en el movimiento 15M. De ese modo, se procuraba restablecer, no sólo el principio de "legalidad", sino sobre todo el orden y la obediencia. Quien visite los foros de debate de la policía como foropolicia verá que la ideología media de la policía no es necesariamente antidemocrática, siempre que la democracia se limite a las vías electorales y representativas de actuación. Lo que molesta a la policía es la intervención política directa del ciudadano en la calle, que considera como un "desorden". Este "desorden" es, sin embargo, un elemento esencial de cualquier democracia digna de ese nombre, pues la democracia, cuando no es otro nombre y otra organización del absolutismo, debe reconocer siempre la existencia de la parte de la sociedad no representada ni representable. La utopía policial consiste en liquidar lo no representable, transformar la democracia en un absolutismo de base electoral. En el crisol de la ideología policial se produce el tránsito de la democracia al fascismo, un tipo de democracia basada en la homogeneidad de la población y en su perfecta representabilidad en la persona del Jefe. Contrariamente a lo que suele afirmarse, los comportamientos fascistas en la policía no son resultado de una infiltración de sus cuerpos por organizaciones políticas de extrema derecha, sino el efecto de la ideología espontánea del aparato policial. La policía no es fascista, el fascismo es esencialmente policial, ideología de madero.

2. Vemos así, a propósito de los aparatos policiales, cómo la normalidad democrática en el capitalismo es un aspecto del Estado de excepción permanente. Del mismo modo que carece de sentido apelar a la policía contra los abusos policiales, no cabe tampoco pretender que cambie el sistema apelando al orden jurídico y denunciando sus violaciones. Las "violaciones" del orden jurídico son aspectos esenciales de ese propio orden. En tanto que el orden jurídico representa formalmente la decisión de un soberano en el ejercicio de su poder legislativo, su "violación" forma parte de ese mismo poder legislativo. La norma puede así formularse o interpretarse al arbitrio del soberano, que se reserva el monopolio de la legislación y de la interpretación de las normas.

Formalmente, las democracias se basan en la voluntad general y persiguen el interés general. El poder democrático sólo puede legitimarse en términos universales. Incluso la defensa de un interés particular debe adoptar la forma -jurídica- de un precepto universal. La juridicidad y la realidad social se contradicen, pero son al mismo tiempo inseparables. En nombre del principio de legalidad, se transgrede "legalmente" el principio de legalidad. El gran secreto del capitalismo consiste en haber codificado en términos jurídicos el conjunto de las relaciones sociales de modo que la propia explotación adquiere la forma de una relación contractual entre iguales. Como afirma Marx, la relación de identidad entre la propiedad y el trabajo que sirve de base a la ideología jurídica burguesa se trastoca en la realidad de las relaciones sociales capitalistas en una relación de contradicción entre ambos términos. La constitución es, en un capitalismo democrático, el instrumento jurídico fundamental mediante el cual la explotación efectiva de los trabajadores adquiere rango legal. No tiene sentido alguno invocarla -salvo de manera táctica- para acabar con la explotación: es la forma jurídica de la propia relación de explotación.

3. Estas consideraciones nos permiten abordar la cuestión de la reforma constitucional sin ilusiones juridicistas. El cambio constitucional propuesto y consensuado por las principales fuerzas políticas del régimen español tiene por objetivo integrar en la constitución el principio de equilibrio presupuestario que se expresaría en un límite máximo de endeudamiento fijado por ley orgánica. Este límite de endeudamiento, para respetar el principio de equilibrio presupuestario, tendría por lo demás, que fijarse a un nivel sumamente bajo. Las únicas excepciones consideradas en el texto son los casos de "catástrofes naturales, recesión económica o situaciones de emergencia extraordinaria que escapen al control del Estado y perjudiquen considerablemente la situación financiera o la sostenibilidad económica o social del Estado, apreciadas por la mayoría absoluta de los miembros del Congreso de los Diputados". Lo que no se contempla entre las excepciones.son las catástrofes sociales a que puede dar lugar una reducción masiva del gasto social, definitivamente ilustradas por la reducción brutal de la esperanza de vida y del nivel sanitario y cultural de la población en los países de la antigua Unión Soviética sometidos a la "terapia de choque" neoliberal.

De lo que se trata claramente es de no poner en peligro el pago de la renta financiera a los titulares de títulos de deuda o de derivados mediante políticas que puedan conducir a una posible suspensión de pagos. Del mismo modo que el Estado garantizaba el futuro de los trabajadores mediante la sanidad gratuita y las pensiones, así como a través de los subsidios de desempleo, el mismo Estado garantiza ahora la rentabilidad de las inversiones, poniéndolas a salvo de todo riesgo y transfiriendo el riesgo a las poblaciones. Si hoy existe una Juventud sin Futuro es porque sólo se está garnatizando el futuro de la renta financiera. Este cambio de estrategia, de la protección social de las personas a la protección pública de la renta financiera refleja un nuevo modelo de acumulación capitalista. En el nuevo modelo, el capital ha adquirido una completa movilidad gracias a la desregulación de los mercados. No tiene tendencialmente ninguna relación real con la producción y traslada los riesgos de la producción de mercancías y servicios a los propios trabajadores, cuyas relaciones laborales se convierten cada vez más en relaciones mercantiles. La cooperación interna a la empresa que se regía por estructuras de gobernanza interna distintas del mercado se sustituye por formas de intercambio -desigual- entre trabajadores. Cada trabajador es así responsable de su "capital humano" y eventualmente de cierta cantidad de capital fijo. El capital financiero, a través del endeudamiento sistemático de los productores funciona como un sistema de extracción de renta cada vez más disociado de la producción. Si la constitución española del 78 había registrado en su texto las dos principales características del modo de acumulación fordista: el libre mercado y la planificación, la reforma constitucional hoy propuesta se adapta a un capitalismo financiero y desterritorializado, a un capitalismo definitivamente parasitario y casi feudal en su modo de extracción de la plusvalía.

A esta transformación jurídica que consagra, -dentro de una constitución que ya consagraba explícitamente el capitalismo- la dominación del capital financiero no se puede responder por el mantenimiento de la redacción constitucional ya existente: no se combate el neoliberalismo con un retorno utópico al fordismo. La nueva redacción responde a la necesidad por parte de un capital parasitario de capturar la riqueza producida por los comunes productivos, por la colaboración y la inteligencia colectivas, esas mismas fuerzas que, desbordando el marco del orden vigente -celosamente defendido por la policía- ocupan nuestras plazas y las convierten en espacio de debate político y no de mera circulación de mercancías. En las plazas esta surgiendo la nueva constitución política de la multitud y de los comunes productivos: un derecho más allá de la propiedad, del individuo propietario y del Estado, más allá del propio derecho. Decir NO a la reforma constitucional es sólo un momento en la resistencia frente el golpe de Estado permanente del capital y a los distintos golpes que puntúan la historia de este régimen de explotación. Lo esencial es seguir afirmando en las plazas y en todo lugar la potencia de una multitud que no necesita y ya ni siquiera puede tolerar al capital ni al Estado.

viernes, 19 de agosto de 2011

El papa en Madrid. Un Inquisidor con zapatos de Prada


(Rembrandt, Cristo y la adúltera)
"Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas"
Jesucristo, Sermón de la montaña


En estos días de visita papal a cargo del contribuyente, el cristianismo camina como un zombi alegre y juvenil, pero espiritual y moralmente muerto, por las calles de Madrid. Se trata de una vieja religión que, sin duda, para lo bueno y para lo malo, contribuyó a definir muchos rasgos de la civilización europea y mundial. Una religión que, en sus inicios, con Jesucristo y San Pablo representó la ruptura más radical con el orden establecido, la implicada por la inminente llegada del Mesías. El cristianismo era una religión mesiánica, no un culto de este mundo, sino la puesta entre paréntesis del orden vigente en nombre de la más necesaria de las contingencias: la inminente llegada del Mesías y el fin del viejo mundo. Afirma así San Pablo en la 1a epístola a los Corintios: "Pero esto digo, hermanos: que el tiempo es corto; resta, pues, que los que tienen esposa sean como si no la tuviesen;  y los que lloran, como si no llorasen; y los que se alegran, como si no se alegrasen; y los que compran, como si no poseyesen;  y los que disfrutan de este mundo, como si no lo disfrutasen; porque la apariencia de este mundo se pasa." Para el cristianismo, como para el materialismo radical, el mundo existente no es el despliegue de una esencia previamente dada. Nada justifica, nada garantiza su existencia. Es la lógica de la facticidad irreductible, la lógica de la gracia. El Mesías que se sitúa más allá de la ley que sostiene este mundo, ni siquiera se opone a esta última, está en otro plano, en otro mundo. El Dios de Jesucristo no es una garantía para los poderosos: su reino no es de este mundo. Por la misma razón, no es tampoco una garantía para los pobres y oprimidos. Ninguna estructura de este mundo, ningún poder, recibe ninguna garantía ni justificación divina. Sólo sabemos que no durará para siempre, pues no deriva de ninguna realidad eterna, sino que es fruto de encuentros aleatorios. El tiempo del Mesías llegará cuando nadie lo espere: no depende de ninguna necesidad de este mundo, pues expresa la absoluta facticidad de este mundo. Sólo es necesaria la facticidad, la gracia, que se confunde con Dios. Ni Dios ni el mundo obedecen al principio de razón suficiente. Su única ley es la de la necesidad aleatoria. Jesucristo y Pablo de Tarso no están en esto lejos de Demócrito de Abdera, ni de Spinoza, ni de Marx.

El mensaje de Joseph Ratzinger y sus secuaces es muy otro. El mesianismo queda enteramente olvidado. El tema central de la pastoral del papa actual como de la de sus antecesores desde los años 60 es algo tan ajeno al mensaje evangélico como la moral sexual. No hablan casi de ninguna otra cosa. Jesucristo, que anuncia la inminencia del fin de los tiempos, la renovación del mundo, no se ocupa, sin embargo, de esta cuestión. Es algo enteramente mundano. Por ello se perdona a la prostituta y a la adúltera. La Iglesia actual centra, sin embargo, su poder en este tema. Es cierto que, desde que la Iglesia se convirtió en institución, dedicó mucho empeño a desarrollar un discurso sobre la disciplina del cuerpo y el sexo destinado a los miembros de las órdenes monásticas, que fueron, como muestra Michel Foucault, un auténtico laboratorio del poder sobre los cuerpos y una auténtica fábrica del discurso de la sexualidad. Sin embargo, fuera del mundo monástico, las cuestiones de moral sexual no eran centrales. Empezaron a cobrar importancia cuando el Estado moderno, al convertirse en gestor de poblaciones, asumió una competencia biopolítica de Estado pastor. Con todo, hasta el siglo XX, e incluso hasta su segunda mitad, el discurso de la sexualidad no será central en la pastoral de la Iglesia. A principios del siglo XX, la Iglesia llegó incluso a desarrollar una "doctrina social" bastante crítica con el orden capitalista y que hoy parece enteramente olvidada por las jerarquías. También se permitía hasta mediados del soglo XX cultivar cierta dimensión sobrenatural dando gran notoriedad a supuestos milagros y apariciones de las que, hoy, prácticamente no se habla. La Iglesia actual habla del sexo y de la vida, se inscribe abiertamente en un discurso biopolítico.

Punto dogmático central de la actual doctrina de la Iglesia es la obligatoriedad de la vida en nombre de la cual, con la mayor de las coherencias biopolíticas -y sin ninguna referencia a la doctrina mesiánica del Evangelio- se prohiben a la vez el aborto y la eutanasia. No sólo se prohiben a los fieles, sino que la misma doctrina se intenta aplicar al conjunto de la sociedad influyendo sobre el Estado y sus leyes. El objetivo es que la vida, don de Dios según estas modernas doctrinas, se multiplique al máximo y se preserve. No tiene que perderse ni un solo embrión, ni tiene que permitirse a ningún enfermo terminal abreviar su sufrimiento. Como buen pastor, el poder eclesiástico procura que la "moral sexual" se traduzca en técnicas intensivas de cría de ganado humano. Para ello operan una amalgama entre la vida y la personalidad humana. Ciertamente, un embrión está vivo, pero es absurdo decir que cualquier entidad que, como esa masa de células no tiene acceso a la palabra ni a la nominación tenga una personalidad humana. Tampoco puede considerarse que la decisión de no seguir en vida de un enfermo terminal que se considere a sí mismo un cadáver viviente pueda invalidarse en nombre de una "dignidad de la vida" determinada por otro. Bien conocido es en los manuales de tortura que utilizan democracias "de nuestro entorno como la norteamericana" el nivel de sufrimiento que se alcanza en los estados cercanos a la muerte. Prolongarlo, por el sadismo de los torturadores o por el humanitarismo de la Iglesia contra la voluntad de quien prefiere morir, es un acto de inequívoca crueldad. Nacer de una madre que no desea tener un hijo o vivir a la fuerza cuando ya apenas se es una persona humana, tal y como prtende la Iglesia católica es algo que nos acerca a la vida desnuda y nos aleja de la humanidad. Frente a esa monstruosidad, es posible otra ética. Cuando Freud, enfermo de cáncer de mandíbula vió que sólo le quedaba una perspectiva de sufrimiento, de muerte en vida sin el uso de la palabra, optó por morir de una sobredosis de opio. Existe un momento en que el ser humano experimenta la inminencia de un estado que Spinoza designaba "muerte sin cadáver", propios de la enfermedad terminal o de algunas formas de locura. En tales momentos, optar por no seguir viviendo puede ser el último acto de potencia.

Por los mismos criterios de rentabilidad de la ganadería humana que preconizan, los poderes de la Iglesia condenan la homosexualidad y toda práctica sexual que no conduzca a la reproducción. La dignidad humana se expresa en términos cuantitativos, como productividad de los actos. La dimensión simbólica, la mediación lingüística que siempre acompaña a la sexualidad humana, haciendo de ella algo siempre "antinatural" son enteramente ignoradas por el poder biopolítico eclesial. Paradójicamente, las formas de sexualidad que nos alejan del animal son las que la Iglesia fomenta en nombre de la espiritualidad, al tiempo que condena las formas -como demuestra Freud siempre perversas- que adquiere la sexualidad en el animal hablante. El papa y su Iglesia se hacen así portadores de un ideal, un ideal de comunión animal en el sexo, de relación sexual natural, más allá de las dificultosas mediaciones simbólicas e imaginarias de la sexualidad humana, más allá de la inexistencia de la relación sexual que caracteriza al animal que habla. El cristianismo biopolítico mantiene así la promesa naturalista de una sexualidad animalesca como principal horizonte moral de su doctrina. Tal vez sea esa promesa su último atractivo.

Otra cuestión que ocupa el interés del papa es la del materialismo y el consumismo propios de nuestra civilización. Uno tendría la tentación de seguirle al menos en eso, hasta que, al levantarse del suelo los bajos de su alba, vemos aparecer unos zapatos rojos de Prada y no podemos evitar pensar en el título de una famosa película. El derroche absurdo de medios que representa la vista del papa a Madrid, los desfiles de moda eclesiástica dignos de Fellini que son cada una de sus misas, la manifiesta preferencia del pontífice por los poderosos y su carencia de críticas al desastre material y moral del capitalismo muestran a todas luces que la Iglesia no es la sucesora del perroflauta palestino cuya imagen crucificada exhiben por doquier. Jesucristo no frecuentaba a los reyes y a los banqueros, ni siquiera a las autoridades religiosas. Jesucristo fue despreciado por fariseos y sayones del mismo modo que los poderosos desprecian a los perroflautas de hoy, pero como decía una oportunísima pancarta exhibida en la puesta del Sol reconquistada por el pueblo del 15M: "Más vale ser un perro flauta que un pastor alemán."

domingo, 14 de agosto de 2011

Reino Unido: la revuelta lógica




"Nous massacrerons les révoltes logiques"(Arthur Rimbaud)
(Machacaremos las revueltas lógicas)

1.
La imaginación, sostenía Spinoza, funciona como un conjunto de conclusiones separado de sus premisas. De modo exquisítamente imaginario, esto es ideológico, es como se nos han presentado en los medios de comunicación las poco sorprendentes revueltas acontecidas estos últimos días en Inglaterra. Si se intentaban seguir los acontecimientos a través de las cadenas de televisión, la necia pregunta que más se oía era "¿qué se siente ahora en Londres?". La respuesta lógica era "temor e inquietud", pero, en ningún caso se preguntaban los "periodistas" qué estaba pasando y por qué. Con esa lógica implacable que comparte la geometría con la imaginación y el delirio ideológico, se asociaban las imágenes de los jóvenes saqueadores encapuchados negros y blanco con las de viejos temores a las clases peligrosas, aquella hidra de muchas cabezas magistralmente descrita en el libro de Peter Linebaugh y Marcus Rediker. Los pobres eran así el fondo oscuro y necesario de una sociedad que se presenta como libre y próspera. Ese fondo oscuro empezó a moverse bajo los pies de la gente biempensante y a perturbar su equilibrio. Lo que ocurría sólo podía atribuirse a la falta de integración de las distintas comunidades "de color" y a otros exotismos en los que se reproponía como explicación de los acontecimientos la figura del temible Calibán shakespeariano, aunque este nuevo Calibán, en muchos de los individuos que lo encarnaban era "de color"...."blanco" y había participado en las revueltas estudiantiles masivas contra el saqueo de la educación pública acometido por el gobierno de Cameron. Para Cameron y las distintas derechas británicas o extranjeras, se trata de "crime", de delincuencia que hay que combatir con los medios más rigurosos, llenando aún más esos auténticos dispositivos del nuevo apartheid que son las cárceles. Sin embargo, la ola de saqueos y de enfrentamientos con la policía de los últimos días no es sino el revés de la violencia estructural que produce a la  vez la pobreza y la "peligrosidad" de los pobres.

2.
El Reino Unido fue, con el Chile de Pinochet y los Estados Unidos de Ronald Reagan uno de los primeros países en emprender la contrarrevolución neoliberal. Lo hicieron, como se sabe, desplegando formas más o menos aparatosas de violencia estatal contra los trabajadores y sus derechos. La más espectacular y sanguinaria fue, sin duda, la protagonizada por Augusto Pinochet Ugarte en Chile, que se saldó con miles de personas asesinadas por el ejército y la policía y centenares de miles de exilados. El mejor símbolo de la fraternidad entre los distintos procesos neoliberales, fue el "emocionante" encuentro entre Margaret Thatcher y Augusto Pinochet en Surrey en torno a una taza de té que selló definitivamente su amistad en tiempos difíciles para el anciano general. Las demás contrarrevoluciones neoliberales no fueron tampoco suaves: recuérdese la actuación paramilitar de la policia británica en el conflicto de los mineros o las brutales intervenciones de los distintos Estados del centro y de la periferia imperiales contra los derechos de los sindicatos y de los trabajadores en general. Los episodios iniciales de violencia que fundaron el orden actual formaban parte de una estrategia coherente de limitación -cuando no liquidación- de la democracia en unos países capitalistas donde las conquistas sociales del movimiento obrero -unidas a la nueva fuerza de los países del tercr mundo- ponían en peligro la tasa de ganancia del capital. Esta estrategia se describía en el famoso texto de la Comisión Trilateral elocuentemente titulado "La crisis de la democracia", donde Samuel Huntington -el mismo del "Choque de Civilizaciones"- sostenía que "El funcionamiento eficaz de un sistema político democrático requiere una determinada medida de apatía y de no participación por parte de ciertos individuos y grupos". Sabemos de qué modo se obtuvo esa "apatía" y esa "no participación" en Chile y en el resto de América Latina. En los Estados Unidos, el Reino Unido y los demás países del centro capitalista, los medios fueron algo más sutiles, pero el resultado fue el mismo.

3.
Desde los años 70, la historia del neoliberalismo ha seguido siendo la de la exclusión sistemática de las clases populares de toda decisión política efectiva. Es correlativamente la historia de la "crisis de la izquierda", debilitada por su incapacidad de mediación efectiva en favor de los intereses de los trabajadores en el nuevo marco social y económico postfordista. Esa exclusión cobró las dos formas descritas y preconizadas por Huntington: la apatía y la marginación. La apatía afectó sobre todo a las "clases medias" que dejaron de identificarse con las conquistas sociales de postguerra y -como les urgían a hacerlo los ideólogos neoliberales- situaron el centro de la "democracia" en el mercado. Para los demás grupos, se pusieron en marcha medidas de exclusión. Estas afectaron preferentemente a los jóvenes hijos de obreros cuyas perspectivas profesionales se hacían cada vez más precarias y a los inmigrantes cuyas posibilidades de "ascenso social" mediante el trabajo en las sociedades de acogida quedaron liquidadas por la  supresión de las distintas medidas de protección social y de inserción y la introducción de la coacción al trabajo (workfare).

La combinación de estas políticas logró el objetivo de rebajar de manera efectiva el valor de la fuerza de trabajo aumentando la oferta de esta mercancía a unos precios de mercado cada vez más bajos y dividir a las clases trabajadoras entre los apáticos y los marginados. Los apáticos fueron representados por una izquierda "socialdemócrata" y "eurocomunista" y unos sindicatos que se convirtieron en pilares del nuevo régimen. Los marginados fueron objeto de medidas de exclusión y control cada vez más rigurosas. En una sociedad como la británica, pero también en otros países europeos como Francia, los marginados se identificaron en gran medida con los inmigrantes. Estas personas, procedentes de las antiguas colonias, han venido siendo objeto desde el bloqueo de su "ascenso social" en los años 70, de una auténtica política de marginación colonial en el interior de las propias metrópolis: concentración en guetos o ciudades dormitorio, control policial permanente, humillaciones racistas permanentes por parte del Estado etc. La divisoria entre trabajadores organizados, representados, con contratos estables y los cada vez más numerosos trabajadores precarios se articuló así con una frontera racial cuya gestión se basa en la rica experiencia de control y represión de los "indígenas" adquirida en ultramar por las viejas potencias europeas. Africanos, indios, antillanos y demás grupos de inmigrantes de las colonias obtenían así en la metrópoli un trato semejante al que tuvieran sus padres en los países colonizados. El espacio colonial se había trasladado con ellos a la metrópoli y englobaba ahora a una capa creciente de precarios "blancos". Como afirmaba en la BBC un popular y algo reaccionario historiador británico "los blancos se han vuelto negros".

4.
La "paz" neoliberal logró, a pesar de todo, mantenerse gracias a la sustitución parcial del Estado del bienestar gestionado por el gasto público por una forma supletoria del Estado del bienestar representada por la renta financiera y el crédito fácil. El sector "apático", junto con el conjunto de las "clases medias" fue inicialmente el principal beneficiario de estas medidas, aunque, en cierto modo estas, a través de los "créditos basura" acabaron extendiéndose a los sectores más insolventes de la población. Experimentamos hoy la quiebra del sistema financiero causada por esta sustitución del gasto público por el crédito. Hoy día, ni los marginados ni los apáticos pueden contar con la renta financiera y aún menos con el gasto público para obtener condiciones de vida decentes: desde el punto de vista de la gestión de los equilibrios y consensos sociales, el capitalismo ha entrado en un callejón sin salida. Tanto en Inglaterra como en el resto de Europa y del mundo, el capitalismo ya no puede proponer a las clases populares un sistema de protección social y de bienestar; sólo les puede imponer por la violencia un trabajo precario en condiciones cada vez más degradadas. La respuesta pacífica del 15M y las respuestas violentas de Grecia o de los muchachos de Tottenham frente al saqueo capitalista son un mismo proceso en coyunturas políticas diferentes. Un grupo de jóvenes "antisistema" franceses, el colectivo Invisible escribió hace unos años un libro proféticamente titulado "La insurrección que llega"; hoy, la insurrección ya ha llegado y vive entre nosotros.

jueves, 28 de julio de 2011

Morir en Oslo



"Extreme violence has a way of preventing us from seeing the interests it serves."
(La violencia extrema se las arregla para que no veamos los intereses a los que sirve)
Naomi Klein

1.
Noruega es uno de los últimos países europeos de modelo socialdemócrata que han sobrevivido a la ofensiva neoliberal. El secreto de esta supervivencia está en la renta petrolera, que permite redistribuir riqueza al mismo tiempo que prosigue, como en el resto del planeta, la acumulación financiera en favor de una exigua minoría. Noruega consigue así, gracias a la circunstancia enteramente fortuita que constituyen sus grandes reservas de petróleo, conciliar lo que en el resto del mundo es inconciliable. Aún así este modelo está en crisis. En primer lugar porque la clave de reparto de la renta petrolera no satisface a los representantes del capital financiero que proponen una salida de la socialdemocracia y una "modernización" del país como la que ya se ha conocido en los demás países escandinavos donde impera el modelo neoliberal de la "flexiguridad". Incluso entre las clases populares se acusa cierto cansancio del paternalismo burocrático con el que las burocracias políticas y sindicales de la socialdemocracia han gestionado el Estado del bienestar. Esta combinación de presión oligárquica y desencanto popular se ha traducido ya en recortes considerables del gasto social y en cierta inquietud entre los sectores populares que  sufren, a consecuencia de este recorte, un deterioro de su nivel de vida. Entre estos sectores se encuentra una posible base de apoyo para una nueva extrema derecha como la que ya ha conocido éxitos importantes en Suecia, Dinamarca o Finlandia, así como, fuera de la zona escandinava, en los Países Bajos o en Hungría. La función explícita de esta nueva extrema derecha es la de presionar en favor de la liquidación del Estado del bienestar socialdemócrata preconizando inicialmente la supresión de prestaciones sociales a los inmigrantes, pero también a los "vagos" y demás individuos que no viven de un trabajo asalariado.  En Noruega, el "efecto petróleo" hace menos justificable este tipo de actuación. Esta es probablemente una de las claves de la particular aplicación de la "Doctrina del shock" que ha tenido lugar en Oslo y en la vecina isla de Utøya.

2.
Es necesario entender de dónde sale en esta zona privilegiada de la ya privilegiada Europa esta nueva extrema derecha. En cierto modo, es un efecto colateral de la difícil introducción del neoliberalismo en Escandinavia. El descontento de las clases populares por la reducción de sus derechos sociales requiere para ellas mismas una explicación. Sólo un pequeño sector es capaz de formular esta explicación en términos de lucha de clases por la apropiación de la riqueza; la mayoría es vulnerable a "explicaciones" que corresponden a su "experiencia" inmediata y asocian la reducción de sus derechos a la cada vez mayor presencia de inmigrantes. Los inmigrantes serían así "parásitos" de otras culturas que se aprovechan de la riqueza noruega en detrimento de la propia población del país. El odio de clase se ve, de esta manera, desplazado de los agentes del capital hegemónicamente financiero causantes y beneficiarios de los recortes en el Estado del bienestar, a las comunidades inmigrantes y sobre todo musulmanas que no sólo se benefician de los derechos sociales, sino que también se niegan a "integrarse" y conservan su religión y sus costumbres. Del mismo modo que el antisemitismo -el "socialismo de los idiotas", según Bebel- desvió hacia los judíos el odio de clase del proletariado europeo hacia sus explotadores, hoy el antiislamismo está ejerciendo un papel semejante en el marco del neoliberalismo y la globalización. La orientación del odio hacia los musulmanes y hacia el Islam como religión "oscurantista" y "antifeminista" permite dar a los temas xenófobos y racistas de extrema derecha, así como a las guerras neocoloniales en curso, una orientación "progresista" de defensa del laicismo, de los derechos de la mujeres y de la libertad de orientación sexual. La extrema derecha y las guerras del Imperio se hacen así "ilustradas".

3.
El atentado contra la sede del gobierno noruego y la matanza de la isla de Utøya, aparentemente protagonizados por un individuo aislado, no son meros disparates de un loco, pues se inscriben claramente en este contexto social e ideológico. En el larguísimo texto publicado por Breivik en internet,donde expone los motivos de sus atentados y explica en centenares de páginas los aspectos técnicos de su ejecución, destaca la amalgama entre marxismo e islamismo. La idea dominante en el texto de Breivik parece ser que la izquierda socialdemócrata ha vendido Noruega al islamismo y que es necesario resistir a la vez a los "marxistas" y a la nueva "dominación" islámica. De ahí que se titule "2083: A European Declaration of Independence" (2083 -aniversario de la victoria sobre los turcos a las puertas de Viena- Una declaración de independencia europea). Breivik se ve a sí mismo como un combatiente contra el islamismo, pero se trata de un cruzado que defiende no ya la religión sino una "civilización cristiana" que habría dejado un espacio para el laicismo y las libertades individuales. No parece casual que atacase un campamento de verano de las juventudes laboristas noruegas que tenía en su programa debatir sobre el boycott a Israel y rendir homenaje a los combatientes noruegos de las Brigadas Internacionales. 

En esa lógica de "guerra cósmica", la posición de Breivik es el reflejo especular de la otra rama de la ideología de la guerra de civilizaciones representada por Al Qaida, para la cual existe una amenaza real representada por los "cruzados" occidentales y los judíos contra la identidad de los países musulmanes. La diferencia es que la justificación de Al Qaida, aun siendo una mistificación, guarda algún contacto con la realidad, pues algunos países musulmanes experimentan una ocupación efectiva por parte de ejércitos occidentales y todos ellos una sumisión política y económica a los intereses de los países capitalistas centrales, mientras que estos últimos países sólo han conocido una inmigración pacífica desde los países musulmanes. No existe, pues, ninguna simetría real, pero esto no impide que se dé una simetría imaginaria, ideológica, que encubre la dominación y la agresión occidentales bajo la retórica de la "guerra de civilizaciones" o de la versión "progre" de esta misma "guerra" que es el "diálogo de civilizaciones".

4.
Breivik y las demás personas que colaboran en el sitio http://www.document.no/ son defensores de Israel. Esto es algo que los diferencia al menos en apariencia de las  extremas derechas de épocas anteriores, caracterizadas habitualmente por su antisemitismo y los aproxima a personajes más ambiguos como Bernard Henri Lévy o André Glucksmann que defienden a la vez los "drechos humanos" y las matanzas israelíes. Israel aparece en los textos que se publican en esta página como un país que ejerce de adelantado de occidente frente al peligro representado por el Islam. Israel no es así el país que encarna y materializa la identidad judía, sino el baluarte de una supuesta identidad "occidental". Israel, para la nueva extrema derecha, es sobre todo el supuesto representante de una civilización occidental "judeo-cristiana" enfrentada a la islámica. El antisemitismo, por su parte, sin dejar de existir y valiéndose de los mismos temas racistas de principios del siglo XX se aplica ahora -sin denominarse antisemitismo- a la otra gran familia semita, los árabes. Del mismo modo que la extrema derecha nazi creó la figura del judeo-bolchevique, la nueva extrema derecha proisraelí imagina la existencia de un complot islamo-marxista destinado a acabar con la cultura europea y, para luchar contra él, erige a Israel en vanguardia de su cruzada. Israel no es, sin embargo, la cabeza de ningún lobby de proyección universal ni de ninguna nueva edición del complot judío mundial, sino la cola del dragón que representa el sistema imperial capitalista.

5.
Hay quien ha querido ver la implicación del Mossad en los atentados de Oslo apoyándose en las proclamaciones filoisraelíes de Breivik. De momento, no hay ninguna prueba de ello. Tampoco parece verosímil. No es además técnicamente necesario ningún apoyo logístico particular para el tipo de atentado -bastante clásico- perpetrado por Breivik: bastaron varias toneladas de fertilizantes, un fusil y una munición expansiva que puede obtenerse en el mercado negro o directamente del ejército o de fuerzas policiales. Buscar la presencia israelí detrás de los atentados es intentar identificar un sujeto "malvado" y ahorrarse un análisis de los determinantes efectivos de estos atentados. Quien intenta, así, desvincular a Israel del conjunto del sistema de dominación denominado "Occidente" considerándolo un sujeto político autónomo o incluso el centro de un lobby judío que determina la política occidental no suele acabar muy lejos de las temáticas ideológicas del "complot judío" cuyo paradigma son los Protocolos de los Sabios de Sión. Además se ve incapacitado para comprender, más que en términos conspirativos la instalación en casi todo el mundo de sociedades basadas a la vez en el control y la segregación según un modelo del que Israel es el paradigma, pero en modo alguno el único promotor. El objetivo de la nueva extrema derecha coincide con el objetivo general del capitalismo globalizado: por un lado, defender la libre circulación de capitales y de mercancías en el marco de la globalización, lo que supone el establecimiento de una serie de mecanismos de control -no de bloqueo- de sus movimientos, y, por otro lado, la creación o el refuerzo de dispositivos de segregación de las poblaciones dentro y fuera de los países del centro capitalista.

La segregación mundial que se manifiesta en la brutal limitación de la circulación de personas impuesta por los Estados del centro a las poblaciones de la periferia, se ve replicada dentro de cada Estado por nuevas formas de segregación de las poblaciones inmigrantes (segregación económica y laboral, segregación social y política, distintas formas de encierro en centros de acogida o incluso penitenciarios). Se reproducen así en las metrópolis viejas formas de segregación colonial, que se pueden además extender a la propia población pobre de la metrópoli. Todas estas características las encontramos en forma modélica en Israel, Estado colonial clásico y, a la vez sociedad de control y vigilancia generalizada postmoderna. De ahí que los más firmes e intransigentes defensores del orden existente vean el el Estado sionista un auténtico modelo.

6.
Se ha debatido mucho últimamente sobre las conexiones de Breivik con las fuerzas policiales o militares de su país o de otros países. Ciertamente, hizo falta que alguien en la policía noruega hiciera la vista gorda, o tuviera una distracción, para que Breivik obtuviera la autorización que le permitió adquirir un fusil de asalto. Una vez adquirido, necesitaba también municiones. Las que se emplearon en el atentado fueron balas expansivas, conocidas como balas "Dum Dum". Estas pueden obtenerse en los arsenales de los ejércitos o fabricarse de forma casera mediante la manipulación de otras municiones. De momento no existe ninguna indicación precisa en un sentido ni en otro. Sin embargo, el atentado de Breivik -como muchos de los de Al Qaida- es harto probable es que se haya preparado de manera descentralizada. En la actualidad es posible acceder a los conocimientos en materia de explosivos necesarios para fabricar bombas mediante una simple consulta de Google, es posible incluso utilizar las recetas que describe el propio Breivik en su "manifiesto" ampliamente difundido por la red. Los ingredientes necesarios para ello son también fácilmente accesibles: abonos químicos, aspirina, ácidos...Breivik es probablemente un "terrorista" postmoderno que replica en sus actos las características fundamentales del trabajador postfordista: acceso libre a conocimientos compartidos, inciativa individual, creatividad, ausencia de jerarquías etc. 

7.
Dentro del contexto ideológico y político del ascenso generalizado de las extremas derechas en Europa y, particularmente en la Europa nórdica, y sobre todo de las políticas racistas en materia de inmigración practicadas por los gobiernos de Europa y las instituciones de la UE, es perfectamente posible que un individuo relativamente aislado pase al acto. No hace falta para ello que lo apoye ningún aparato estatal, aunque tampoco puede afirmarse su completa independencia respecto de temas ideológicos que encuentran su caldo de cultivo en aparatos específicos, en concreto en los policiales. La ideología de la extrema derecha actual tiene muchos ingredientes de la ideología espontánea de la policía, en concreto las ideas de "peligrosidad" intrínseca de determinados grupos sociales, la necesidad de la "prevención" de los efectos de esa peligrosidad mediante medidas de exclusión y segregación etc.. No hace falta así que existan "infiltrados" de la extrema derecha en un aparato policial supuestamente neutro. Más bien hay una expansión de la ideología policial hacia el espacio de las organizaciones y redes políticas de la extrema derecha, una exfiltración, más que una infiltración. 

Y es que la policía expresa de manera particularmente explícita la doble naturaleza del Estado soberano ("hombre y bestia" debía ser el príncipe según Maquiavelo): por un lado un orden jurídico, por otro una violencia que suspende las leyes. Ambos lados no son, sin embargo recíprocamente exteriores: la violencia extrajurídica del Estado, cuya posibilidad permanente se encarna en la policía y el ejército, es una forma permanente del estado de excepción reconocido por el propio ordenamiento jurídico como una posibilidad límite. Existe así un Estado de excepción momentáneo que puede declarar el soberano, al lado de formas permanentes de la excepción soberana encarnadas en aparatos de Estado, como el policial, cuyas finalidades (prevención del delito, matenimiento del orden) son necesariamente imprecisas y no pueden someterse enteramente a ninguna ley. El aspecto bestial del Estado se encuentra así en contacto directo con todas las formas de ilegalidad. Nunca el Estado está más cerca de su gemelo especular mafioso que cuando se presenta a través de sus fuerzas policiales. La definición engelsiana de la policía como "lumpen uniformado" expresa correctamente la posición límite de este aparato de Estado. La extrema derecha como ideología y como organización política nunca está muy lejos de esa "ideología espontánea" de la policía generada por la posición del aparato policial en el conjunto de las estructuras de dominación (unificado -precariamente- en el Estado). La extrema derecha, como la policía expresa un proyecto de restablecimiento del orden, mediante la suspensión del ordenamiento jurídico. Del mismo modo que Israel pudo inspirar a Breivik y sus congéneres sin participación alguna del Mossad en sus crímenes, la policía como referente ideológico también pudo tener una influencia sin realizar ningún acto preciso. La función de la violencia policial en el Estado postfordista también se privatiza, tanto de manera oficial, como por iniciativa de individuos y grupos.