martes, 17 de enero de 2017

Durruti en Vistalegre. Leyendo el documento "Desplegar las velas".

Durruti en Vistalegre. Leyendo el documento "Desplegar las velas. Un Podemos para gobernar."
(el presente texto ha sido publicado en una versión menos extensa en el blog Contraparte del diario Público)


"Desde nuestra perspectiva, la clave es que en la transición del 20-D al 26-J se observa la importancia que le otorga la ciudadanía de nuestro país a un cierto orden y, por lo tanto, más allá de la pulsión destituyente, la necesidad de plantear un horizonte alternativo de certezas y seguridades para ser una fuerza realmente transformadora." (Desplegar las velas)

La lectura del documento "Desplegar las velas" puede realizarse de dos maneras. Pueden verse los distintos argumentos expuestos como una serie de aserciones contrastables con la realidad histórica reciente a la que aluden. En tal caso, la lectura consistiría en buscar las coincidencias y las disonancias entre el texto y los hechos, validando algunos aspectos e invalidando otros. Esta lectura “inocente”, esto es empirista, no nos conduce sin embargo muy lejos en un texto cuya estructura más que descriptiva es justificativa y exhortativa. Es bastante más útil aplicar al texto una lectura interna que busca en sus articulaciones los síntomas, los efectos internos, no de la realidad, sino de otro texto al que el texto manifiesto hace alusión, a la vez que lo invisibiliza. Esto nos permite indagar cuál es la problemática a la que alude, cuál es el discurso que informa los distintos enunciados, permitiendo formular determinados problemas a la vez que otros quedan descartados o invisibilizados. Se habrá reconocido así el procedimiento de lectura “sintomática” que propuso Althusser en Lire le Capital, método particularmente útil a la hora de leer un texto que combina elementos teóricos e ideológicos. Nuestra lectura no recorrerá así la totalidad del texto, sino que seleccionará en él los principales puntos de inflexión que apuntan a la problemática de fondo. Nos centraremos, por lo tanto en dos pasajes relativos al Estado y a las instituciones y en un pasaje relativo a la propuesta económica.
Para indicar el tono general del documento,baste citar, antes de entrar propiamente en materia, uno de sus pasajes más reveladores., aquel en el que se cita nada menos que a Buenaventura Durruti como valedor de las opciones políticas y organizativas de Vistalegre: "Y en ese proceso para Vistalegre I realizamos una nítida apuesta pública, haciendo caso omiso a los viejos manuales de la izquierda tradicional: nos poníamos el objetivo de ganar las elecciones generales cuando se convocasen para el siguiente año. Como dijo Buenaventura Durruti: “Renunciamos a todo menos a la victoria"." Hermoso, casi inefable, el descaro de citar a Durruti en apoyo de la construcción de un partido-empresa verticalista y autoritario enteramente volcado en los procesos electorales. Este tono de descaro capaz de recuperar toda suerte de elementos para apuntalar una opción no es un mero elemento formal sino el indicador de todo un método consistente que permite presentar una restauración como una revolución, y viceversa.
1.
Sobre la crisis de régimen y la supuesta ausencia de crisis de Estado
Dentro del diagnóstico de la situación política española actual, una de las principales tesis del errejonismo es la que afirma a la vez la debilidad del régimen español surgido de la transición y la fortaleza del Estado. No es difícil adivinar que de lo que se trata es de justificar así, no un proceso constituyente, que supondría un cambio radical en la forma de Estado, sino un relevo de élites dentro del mismo Estado. De ahí la sutil distinción entre Estado y régimen y la identificación del régimen con el personal que ocupa las instituciones del Estado y no con la estructura y funciones de este.
Demos la palabra a Errejón y los demás autores del documento:
"Es fundamental entender que en España hay abierta una crisis de régimen, pero no una crisis de Estado (nota: la negrita es añadido nuestro). Hay una crisis orgánica que envuelve a los partidos políticos y los instrumentos de concertación social, a la credibilidad de los actores mediáticos e intelectuales que hasta ayer cimentaban el consentimiento, del modelo de desarrollo económico y su sostenibilidad social y ecológica, del prestigio de las élites, del modelo territorial y de las expectativas de las nuevas generaciones y el pacto intergeneracional. Pero esa crisis, por mucho que desordene los equilibrios de poder y dificulte la estabilización, no afecta en lo fundamental a los aparatos del Estado, la confianza social en “el progreso”, el consumo o el funcionamiento de las instituciones. Es decir, a la reproducción de un cierto orden, por más injusto que este sea."
Arriesgada afirmación esta de la ausencia de crisis del Estado, cuando si algo define al Estado es su capacidad de representar (invisibilizánolo a la vez) el orden capitalista y su crisis y si algo no puede negarse en la coyuntura posterior al 15M es la incapacidad del Estado español para representar la crisis y legitimar sus efectos. Casi podría afirmarse lo contrario de lo que se afirma en este documento de título marinero: el Estado, impotente y carente de soberanía está en profundísima e irrecuperable crisis, por motivos materiales y estructurales, no meramente de coyuntura política, y lo que ha logrado sobrevivir agarrado a ese navío que zozobra es precisamente un sector importante de sus élites políticas, aunque fuera con un coste enorme. Esta realidad patente en un país al que ha costado más de un año dotarse de un gobierno y al que amenazan tensiones secesionistas ni se ve ni se puede ver desde una doctrina de la autonomía de lo político para la que el Estado es un elemento fijo, un marco de interpretación y de acción que, en último término, nunca puede entrar en crisis.

Este carácter imperecedero del Estado -la necesidad de “un cierto orden”- justifica la idea de una supuesta "usurpación" de las instituciones y la consiguiente necesidad de “recuperarlas”:
"Las instituciones han sido usurpadas para ponerlas al servicio de la ley del más fuerte y la lógica clientelar; a nosotros nos toca retomarlas para que garanticen la lógica del bien común y la justicia."
Se impone a raíz de lo aquí afirmado una pregunta: ¿Cuándo no fueron usurpadas les instituciones? ¿No será un rasgo esencial de las instituciones del Estado esa misma "usurpación" en la medida en que el Estado es la separación de la multitud que compone la sociedad de la vida política activa? ¿Qué sentido tiene por consiguiente "recuperarlas"? Todo esto parece responder a una utopía de clase media, la que ve el Estado como resultante y como agente de un consenso natural de los gobernados respecto del gobierno. Este consenso se manifiesta como aquiescencia general hacia un Estado que beneficia a la mayoría, que se ve a sí misma, al margen de todo conflicto, como una apaciguda clase media. Más que a un análisis de la realidad social del país y de su historia la afirmación de que las instituciones son “de la gente” y deben estar al servicio del “bien común”, responde a la idea liberal, fundadora de la ideología mesocrática de que la política corresponde a una clase política y que, como sostenía Benjamin Constant, a la ciudadanía le queda -una vez ha delegado su actuación política en ese misterioso "nosotros" que pretende "recuperar las instituciones para la gente- la libertad apolítica de dedicarse a sus “goces privados”. No sorprende, por lo demás que el Estado y las instituciones queden en esta problemática al margen de la lucha de clases: la doctrina laclausiana que lo inspira hace imposible una determinación de las circunstancias materiales de la acción política y del propio Estado, ya que intentar explorarlas es incurrir en un pecaminoso "esencialismo". Al nocivo “esencialismo” debe preferirse, pues, la ceguera en cuanto a lo material que funda la completa contingencia de lo político respecto de la vida material de la sociedad. Impera así la fortuna (taćtica) al margen de toda determinación objetiva de las fuerzas en liza, de lo que Maquiavelo denominaba virtù y que siempre se encontraba histórica y materialmente determinado, como potencia en la coyuntura.


2.
El pablismo como secta errejonista
Iglesias compite con Errejón en el documento que firma y al que da por título Plan 2020. Ganar al Partido Popular. Gobernar España. Divertido, aunque previsible, el elevadísimo nivel de coincidencia entre ambos documentos, que solo de distinguen en detalles que no determinan realmente líneas políticas diferenciadas, pero justifican el enfrentamiento de dos vacíos estratégicos retóricamente inflados. En ambos textos es patente la falta completa de un análisis social, histórico, económico, la casi completa indiferencia hacia los condicionantes materiales de la política. El laclausismo errejonista ha arrasado incluso en el sector que teóricamente más se le opone. Lo que queda claro es que ambos textos defienden con uñas y dientes el gobernismo, la delegación de la política en una clase política y en un posible poder ejecutivo fuerte, a pesar de todas las poco creíbles denegaciones procedentes de la mala conciencia de la nomenklatura morada. En este marco, no podía faltar una recuperación de la partitocracia, eso sí...para la gente.
"La política de partidos necesita de savia nueva en la gestión de lo público, de gente que aporte a la experiencia de lo estatal la experiencia de la vida de la sociedad, que lleve a las instituciones las dificultades de los autónomos, la gestión de pequeñas empresas agrícolas, el trato con pacientes, con estudiantes o con clientes, la dirección de empresas, el conocimiento de otros países, la dureza del empleo precario y el drama del desempleo, la gestión de la vida familiar, el conocimiento concreto de las finanzas y de las nuevas tecnologías... En definitiva, gente haciendo política en vez de políticos repitiendo los lugares comunes de la política."
Compárese con la realidad existente hasta ahora dentro de Podemos, con la constitución a la velocidad de la luz de una nomenklatura que ni Iglesias ni Errejón ponen en cuestión, por mucho que hoy dos sectores de ella compitan por el mando. La "savia nueva" es un conjunto de competencias expertas que representan diversas realidades, en una especie de fórmula extendida de la democracia orgánica deweysiana. La savia nueva no impide, sin embargo, que la política de partidos siga siendo eso: política de partidos, partitocracia, absolutamente reñida con la participación activa de la ciudadanía sin la cual no hay democracia digna de ese nombre. Decía el surrealista belga Marcel Mariën que “el estalinismo era una secta trotskista”, puede decirse en las actuales condiciones de Podemos que “el pablismo es un secta errejonista” y el errejonismo una reencarnación del "Verdadero Socialismo" alemán con relentes de proudhonismo.


2.
Un proudhonismo para el siglo XXI
Pasemos a las propuestas económicas de Errejón & al. Entre las medidas económicas del errejonismo no sorprende, a la vista de todo lo anterior, encontrar la siguiente:
"La primera es llevar la democracia al interior del proceso de producción, al seno de la empresa, al espacio en el que la cooperación necesaria para la producción entre los distintos agentes que intervienen en la misma ha sido sustituida por una relación jerárquica que concentra el poder de decisión en los órganos de dirección y, con él, la capacidad de decidir sobre cómo se distribuye el resultado de la producción y de los incrementos de la productividad entre trabajadores y empresarios. Ese es el conflicto distributivo original y, al mismo tiempo, es el más velado, el más normalizado e interiorizado por la población como algo natural. Frente al autoritarismo de la gestión empresarial tradicional es necesario proponer la democratización de los procesos de producción con el fin de que el producto social se distribuya de una forma más justa y equitativa ya desde la producción."

Descubrir que existe en la esfera productiva “una relación jerárquica que concentra el poder de decisión en los órganos de dirección y, con él, la capacidad de decidir sobre cómo se distribuye el resultado de la producción y de los incrementos de la productividad entre trabajadores y empresarios” no es descubrir una injusticia y una falta de equidad, sino la dinámica misma del capitalismo. La democracia no tiene cabida en el proceso de producción en un régimen donde la fuerza de trabajo se vende en el mercado y quien la compra ejerce su derecho legítimo a usarla. No es posible querer a la vez una economía donde imperen el mercado y el régimen salarial y una democratización de las relaciones internas al proceso de trabajo. No existe ni existirá nunca ese capitalismo democrático y con rostro humano, por mucho que la legislación pueda limitar y haya limitado efectivamente el despotismo de fábrica en algunos de sus efectos. Imaginemos por un solo momento que, en una economía de mercado basada en la relación salarial, los trabajadores pudieran “democratizar” las relaciones laborales en su empresa: ello no los privaría de estar sometidos como un capitalista cualquiera a la presión de los mercados, por lo cual se verían obligados a gestionar su propia explotación. Esto en el mejor de los casos, el ya experimentado en Yugoslavia con un éxito más que escaso. Sin embargo, en el documento presentado por Errejón y los suyos estamos incluso lejos de esa hipótesis, pues ni siquiera se propone una generalización de la gestión cooperativa.

Nota:
La proximidad de estas posiciones con el proudhonismo que Marx criticó en Miseria de la filosofía resulta evidente. Cito el texto de Marx, en el que se cita al propio Proudhon cuando este describe en su Philosophie de la misère la improbable "historia" de la "sustitución de la cooperación por una relación jerárquica" :
"El señor Proudhon nos ofrece luego una “genealogía” extraordinariamente “interesante”, para demostrar cómo la fábrica ha nacido de la división del trabajo, y el trabajo asalariado de la fábrica.
1) Supone un hombre que “observe que, dividiendo la producción en sus diversas partes y haciendo ejecutar cada una de ellas a un obrero”, se multiplicarían las fuerzas productivas.
2) Este hombre, “siguiendo el hilo de esta idea, se dice a si mismo que, formando un grupo permanente de trabajadores escogidos para el fin especial que se propone, obtendrá una producción más regular, etc.” (I, 161).
3) Este hombre hace una proposición a otros hombres con el fin de inducirles a aceptar su idea y seguir el hilo de su idea.
4) Este hombre, en los primeros tiempos de la industria, trata de igual a igual con sus compañeros de taller, que más tarde serán sus obreros.
5) “Se comprende, desde luego, que esta igualdad primitiva tenía que desaparecer rápidamente debido a la situación ventajosa del maestro y a la dependencia del asalariado”. (I, 163).
He aquí una nueva muestra del método histórico y descriptivo del señor Proudhon."
La conclusión de Proudhon y de Errejón es que basta eliminar la injusticia que constituye la relación jerárquica que supuestamente liquidó el paraíso de una cooperación originaria dentro de la sociedad del salario y del mercado, para que se restablezca "un cierto orden". La explotación y la expropiación del trabajador a lo largo del proceso de trabajo nada tienen que ver con las estructuras de un régimen de producción, el capitalismo, para no nombrarlo, sino con una contingencia histórica nunca definida que torció el buen orden incial. Esto hace necesaria según los involuntarios neo-proudhonianos de la ponencia marinera una actuación de restablecimiento del orden y de la justicia, literalmente una acción "justicialista", sin que resulte en modo alguno condición para ello la transformación de las relaciones de producción. Basta, como vemos, ignorar profundamente la historia y, en concreto la historia del pensamiento social, a la manera de Proudhon, para creerse sumamente innovador, aunque la innovación consista hoy en ofrecer antiguas paparruchas ideológicas recalentadas. No es postmarxista quien quiere.


Observación general a modo de síntesis
Errejón y los demás redactores de su texto resumen perfectamente la esencia de su propuesta. Se trata de volver al orden, de restablecer un cierto orden. Un malvado diría que es muy precisamente el lema central de campaña de Marine Le Pen: "remettre la France en ordre" (Volver a poner orden en Francia). El documento errejonista hace de esta aspiración al orden una de las principales demandas populares: "Desde nuestra perspectiva, la clave es que en la transición del 20-D al 26-J se observa la importancia que le otorga la ciudadanía de nuestro país a un cierto orden y, por lo tanto, más allá de la pulsión destituyente, la necesidad de plantear un horizonte alternativo de certezas y seguridades para ser una fuerza realmente transformadora." Una característica fundamental de la izquierda gobernista es precisamente esa voluntad de presentarse como fuerza de orden. Ello responde a la necesidad absoluta de coincidir con una posición de Estado, esto es, con una posición que exprese y reproduzca, como ya vimos, la perspectiva de la "clase media". El lema de campaña de Felipe González en 1981 fue: "Un gobierno firme para un país seguro". En esta misma temática incide hoy abiertamente el errejonismo.
El supuesto básico del populismo errejoniano, un subproducto del de Laclau, es la idea de que el problema fundamental de nuestras sociedades no tiene nada que ver con que sean sociedades de clase con estructuras sólidas de dominación política y social y de explotación, sino con el hecho de que en ellas se producen "injusticias" y estas dan lugar a demandas que se expresan prepolíticamente como quejas o "dolores". El objetivo de la "democracia radical" no es así liquidar las estructuras de dominación y explotación, sino crear condiciones propicias a la justicia social mediante la representación de estas quejas y dolores a través de un instancia simbólica (significante vacío) que dé cabida a realidades muy dispares y determine en ese vacío su equivalencia. Cabe preguntarse a propósito de ello desde dónde se mide la injusticia, cuál es la situación ideal o inicial de justicia de la que nuestras sociedades se habrían apartado y que habría que restablecer. Todo apunta, como en general señaló Althusser respecto de los estructuralismos, a la presencia agazapada, detrás de la articulación o combinatoria contingente de las diversas demandas, de una ideología humanista, de la idea del Hombre como norma de la realidad social. Es lo propio de todos los justicialismos. 
El documento al que nos referimos parte, como se ha visto, del supuesto de que tanto las relaciones capitalistas de producción como el Estado capitalista español no son en sí opresivos y explotadores, sino que es posible recuperarlos para el pueblo, (re)stableciendo en las relaciones laborales unas condiciones democráticas entre agentes de una supuesta cooperación que fueron corrompidas por la injusticia y la violencia o recuperando las instituciones del Estado resultante de la reforma del franquismo "para el pueblo". Esto es suponer que esas mismas instituciones, las de una partitocracia oligárquica en las que Podemos debería hacer lo necesario por integrarse plenamente, no fueran los principales instrumentos por los que los ciudadanos españoles son excluidos desde hace decenios de la participación política activa.
Será imposible que Podemos o cualquier otra organización sea un instrumento de transformación social sin que previamente haya hecho un balance de la realidad social en que vivimos, balance que debe incluir un examen objetivo de las estructuras de explotación y dominación hoy vigentes y que ninguna valoración moral y ninguna fábula histórica puede sustituir. La explotación y la dominación no son el resultado de la maldad de ningún sujeto en particular sino el modo de funcionamiento de una serie de estructuras e instituciones. Por ello mismo, ignorar la existencia de tales estructuras e instituciones y pensar que su materialidad cambiará mediante la magia de una resignificación es suicida y conduce, en último término a posiciones reaccionarias basadas en la nostalgia melancólica de un orden que nunca existió. El sujeto político portador de esa melancolía se postula como nueva élite dispuesta a poner en orden lo que está torcido, manteniendo en lo esencial las estructuras hoy existentes. Desde esa posición de ceguera social es, sin embargo, posible realizar ciertas "mejoras" en el orden existente, aunque no sea en absoluto inevitable que se produzcan tales “mejoras” ni menos aún que resulten irreversibles. El orden social existente que se ha dejado intacto reclama siempre de nuevo sus derechos como podemos apreciar en la presente coyuntura de descomposición de algunos regímenes progresistas latinoamericanos.

 Una transformación social y política real, con capacidad para sentar las bases de una democracia de los comunes tiene que dotarse de una visión estratégica basada en el análisis de las estructuras del capitalismo y de su Estado. No se trata ya de (re)stablecer unas relaciones humanas y democráticas en un ámbito productivo dominado por el orden capitalista, sino de cambiar unas relaciones de producción cuya fuerza dirigente es la acumulación de capital realizada a través del mercado por unas relaciones de producción basadas en la cooperación y en el cultivo de los comunes productivos. Será asimismo imposible que la forma política correspondiente a esas relaciones cooperativas sea la democracia liberal representativa, en la cual se perpetúa la ausencia de la ciudadanía respecto de los centros de decisión política, característica que los regímenes liberales heredan, como sabe todo lector de Tocqueville, del absolutismo. La democracia reinventada dentro de esas nuevas relaciones implicará un máximo de participación efectiva a todos los niveles y un mínimo de libertad en los mandatos de los representantes. Todo eso estaba presente, al menos de manera incipiente, en el nacimiento de Podemos y todo esto está perfectamente ausente en el Podemos formateado como partido "normal" por las dos facciones que hoy están en pugna por el reparto del poder en el partido morado.

viernes, 13 de enero de 2017

La crisis como horizonte (sobre el libro de Emmanuel Rodríguez López La política en el ocaso de la clase media)

Reflexiones sobre el libro de Emmanuel Rodríguez López La política en el ocaso de la clase media, Madrid, Traficantes de Sueños, 2016

Un buen libro de historia de lo inmediato, un buen libro político, no está hecho para gustar. Por un lado, destruye por método -hablamos del rigor como característica de un buen libro- las ilusiones y seducciones que mueven a los agentes tanto activos como pasivos del presente, por otro, adopta a partir de una disección -dolorosa- de la realidad una posición política definida en términos de antagonismo, lo que no suscita solo simpatía ni amistad ecuménica, sobre todo cuando el objeto de que se trata son esas dos fábricas de ilusiones (han sido más que eso) llamadas 15M y Podemos. La crítica de Podemos era vista por los dirigentes, burócratas, agitadores y fieles seguidores de la organización morada poco menos que como una blasfemia. Esta crítica solía formularse en términos de traición al espíritu del 15M por prte de la dirección de POdemos y secundariamente de los "ayuntamientos del cambio". Lo más original del libro de Emmanuel Rrodríguez es que no se refugia en una alabanza del momento virginal del 15M para criticar la deriva de Podemos, sino que interpreta esta misma deriva como efecto de importantes elementos de continuidad sociológica, ideológica y metodológica entre el 15M y Podemos. Podemos no es -solo- una traición al 15M, sino su continuación, por otros medios, los de la representación política, el espectáculo mediático y la acción institucional, de las principales debilidades del propio 15M: el universalismo "buenista" que ansiaba llegar a "toda la gente", la falta de potencial antagonista derivada de una carencia de estrategia, el culto de la imagen (aunque aún no del líder), etc.

Estas debilidades tienen una raíz social e histórica que las unifica: el entronque con la crisis de la clase media tanto del movimiento español de las plazas, como de la organización emblemática de la nueva política o incluso de los municipalismos gobernistas. Decía Althusser que la crisis del marxismo se hizo patente en la incapacidad de la doctrina de dar cuenta de la realidad política de los Estados y partidos que se decían "marxistas". Mientras el marxismo existió fue incapaz de explicar en términos de luchas de clases la realidad de la URSS y de las organizaciones comunistas. Una invisibilidad a sí mismos pareja a aquella se acusa en fenómenos como Podemos y el 15M, movidos como han estado por una pasión poco política y casi religiosa de adhesión y lealtad a un proceso cuyos términos nadie osa realmente definir, pues esos términos definitorios son a la vez los de su base material y la indicación de sus límites reales. Atreverse a oponer al lenguaje de la ilusión, de la autonomía del discurso y de los significantes flotantes entorno a los cuales se anudan construcciones hegemónicas, un análisis social e histórico riguroso que apela -horresco referens!- incluso a la realidad económica es a la vez una blasfemia y una exigencia metodológica. Conocer verdaderamente es conocer por causas, decía el viejo Aristóteles, y la seducción, la ilusión y las demás pasiones son obstáculos epistemológicos que impiden un análisis racional, etiológico.

La clase media ya fue protagonista del anterior libro de ER: Por qué fracasó la democracia en España (Madrid, Traficantes de Sueños, 2015), en el que se daba cuenta del cierre de la transición como efecto de la derrota de las expresiones autónomas de la clase obrera (tan potentes en los 70 como hoy borradas de la crónica oficial) y la entronización de una clase media incubada en el desarrollismo franquista cuya principal expresión política fue el PSOE artificialmente renacido de sus cenizas. La clase media se originó históricamente en la ascención social a través del funcionariado estatal, el sistema educativo ampliado a sectores antes excluidos de él, los aparatos empresariales del desarrollismo o, de manera general, el consumo generalizado en marcos de empleo estables, de una variedad de sectores sociales oriundos de la pequeña burguesía urbana, de la clase obrera o del campesinado. Con la creación de una clase media se realizaba en sueño de desproletarización y borrado de la lucha de clases caro a los ordoliberales y a sus secuaces españoles de los gobiernos desarrollistas del Opus Dei en la segunda mitad del franquismo. De la zapatilla, se pasó al seiscientos e incluso a la propiedad de la propia vivienda. Una clase que "tenía algo que perder" dejaba así de ser "proletaria". La clase media sirvió así de medio para legitimar el franquismo como lo que denominó Rossana Rossanda "un régimen de gestión autoritaria de lo cotidiano" que no ejercía ninguna función de movilización política ni de adoctrinamiento ideológico que no fuera meramente pasivo. También sirvió para posibilitar que la transición a la democracia fuese, a efectos de continuidad social con el tardofranquismo, el surgimiento de un nuevo avatar del régimen del 18 de julio. La clase media era así un constructo complejo, a la vez ideológico, material y político, que permitió la creación de fuertes consensos alrededor de diversas formas de la autonomía de lo político, tanto bajo la forma no democrática (o de democracia orgánica) del franquismo como bajo las formas del pluralismo partitocrático y sin participación que caracterizó al régimen del 78. La autonomía de lo político, la ilusión de un Estado por encima de la sociedad y la existencia de la clase media como "pilar de la sociedad" son realidades interrelacionadas. La autonomía de lo político se basa en la negación del carácter de clase de la política y encuentra su fundamento en esa estructura de suspensión de la lucha de clases que se denomina "clase media".

El 15M es un fenómeno directamente expresivo de la crisis de la clase media española tras un periodo de relativo florecimiento de esta que llevó a su límite la crisis de 2008. Podemos es a su vez la nueva fase del ciclo político abierto por el 15M, fase de intervención en la esfera de la representación y en las instituciones, que se mostró necesaria al fracasar los distintos intentos de insurrección pacífica que tuviero por origen al 15M. En ambos casos, el sujeto social es la clase media en descomposición y, más concretamente, las generaciones más jóvenes de esa clase media, unidas a un sector del nuevo precariado. La clase media vivió la crisis como una pérdida de poder social y económico, traducido en la falta de perspectivas de reproducción social, una vez su base material -la última: la burbuja inmobiliaria- dejó de estar presente. Esta descomposición se expresa en cierto desclasamiento, respecto de esa "clase media" que nunca fue realmente una clase, al menos desde el punto de vista de las relaciones de producción, y en cierta convergencia al menos afectiva y verbal con unos sectores proletarios con los que el contacto siempre fue muy escaso.

La indignación expresa en primer lugar para los metabolitos resultantes de la descomposición de la clase media una imposibilidad de aceptar la propia degradación social, la incapacidad de reproducir materialmente las condiciones de vida correspondientes a la clase media: empleo y remuneración estables, consumo, acceso a servicios públicos de calidad, etc. Esta indignación tenía ante sí-y sigue teniendo- dos posibilidades de evolución: su inscripción en la lucha de clases puesta al descubierto por la desaparición parcial de una clase media que la invisibilizaba, o la recuperación del poder social por otras vías, en particular, las de la representación política. La primera se ve dificultada por la falta de una clase obrera realmente organizada (los partidos de izquierda y los propios sindicatos no son organizaciones de clase, o si lo son son las organizaciones de la izquierda de la "clase media", también en descomposición), la segunda por el hecho de que el sistema político ya está ocupado y, ni siquiera en caso de conquista del gobierno, existen las posibilidades materiales de reconstruir una clase media "como la de antes". Queda, según la conclusión de Emmanuel Rodríguez, aceptar la crisis como horizonte a medio y largo plazo y trazar desde ella y desde las posibles convergencias estratégicas que en su evolución puedan darse, una nueva estrategia política de creación de nuevos órdenes sociales surgida, como lo mejor del 15M, de la aleatoriedad que la propia crisis pone de manifiesto.

jueves, 12 de enero de 2017

Nota sobre la denominación "Secretario General" (en sentido político)

Nota sobre la denominación "Secretario General" (en sentido político)

La historia del término "secretario general" es bien curiosa. "Secretario general", antes que una función política, designa una función administrativa propia de la administración y, en concreto, de los órganos colegiados del Estado: es la persona que dirige una secretaría general encargada de preparar las reuniones de estos órganos. La dirección bolchevique, no queriendo dar un cargo demasiado importante a uno de sus miembros más incultos -prácticamente el único que no era un intelectual de clase media- relegó a Stalin a esa función. No se dieron cuenta, sin embargo, estos refinadísimos personajes, de que la astucia del georgiano a la hora de preparar los órdenes del día y las convocatorias le otorgaría un gigantesco poder sobre esta organización dirigida por un puñado de intelectuales revolucionarios. Quien asume la modesta función de preparar un orden del día puede, en efecto, convocar a unos y no a otros, orquestar conflictos entre facciones, usar las divisiones de los otros para obtener más poder para sí mismo. Esto le permitiría a Stalin a medio y largo plazo convertir al partido bolchevique en una maquinaria burocrática y represiva de gran eficacia por encima de los cadáveres de sus antiguos compañeros. De este modo, manipulando el debate hasta liquidar el propio debate y a los propios interlocutores, consiguió Stalin que el carguillo modesto de Secretarío General se convirtiese en el primer cargo político del PCUS, y que el término Secretario General designara también la primera función del Estado soviético. Desde entonces, el término "secretario general" se hizo de uso común en los partidos comunistas para designar al dirigente. Siguiendo a los partidos comunistas, otros partidos, incluso de derechas, se dotaron de "secretarios generales". Esta banalización del término no le libra de esa carga histórica, sino que contribuye a "normalizarla" y reproducirla.

Si estas razones no son suficientes para que se elimine en Podemos esa funesta denominación para el cargo del primer representante de la organización, será que el nombre se ha ido ajustando peligrosamente a la realidad de una degeneración burocrática y autoritaria de la organización y que el problema no es entonces de nombres sino de relaciones de fuerzas consolidadas.