viernes, 15 de enero de 2016

De rastas y castas

Copio a continuación una serie de reflexiones sobre la entrada en el Congreso de los diputados de Podemos y de las confluencias. Su único orden es cronológico


¡Que no nos representan! Ellos tampoco.
Un éxito indudable que estén allí los diputados de Podemos y de las confluencias. Están ahí para hacer una labor concreta que se les ha encomendado: defender un programa centrado en el rescate ciudadano y la defensa y ampliación de la democracia. Merecen ser apoyados en esa tarea, pero eso no implica que nos representen. Nunca hay que aceptar ser representado, nunca debe ninguna persona libre delegar su capacidad política. La representación/delegación es una inmensa máquina de despolitización de la ciudadanía. La entrada de estos nuevos diputados en el parlamento solo será útil para las mayorías sociales si la ciudadanía los vigila de cerca y no deja de actuar en otros muchos terrenos sociales que son los decisivos.

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A pesar de mis conocidas diferencias políticas y teóricas con algunos de los diputados de Podemos que hoy han entrado en el Congreso, hay que reconocer que suponen un chorro de aire fresco y una perspectiva de repolitización de una institución adormecida y neutralizada por la partitocracia. Las críticas de los medios de la derecha muestran el miedo y el odio que suscita en la clase política la presencia de gente normal en estos ambientes. Esperemos que los diputados de Podemos y de las confluencias nunca se profesionalicen. Para eso tendrán que cambiar cosas, sobre todo dentro de Podemos. Para eso habrá que controlarlos muy de cerca.
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Si queremos que en el Congreso puedan intervenir las mujeres en pie de igualdad con los hombres, hay que hacerse a la idea de que estas lleguen con sus bebés, e incluso de que los amamanten. También a la idea de que es necesario que haya guarderías en el Congreso como en cualquier lugar de trabajo. La "vergüenza" que este espectáculo produce al ministro amigo del ángel Marcelo, es simplemente el resultado de que considera que las mujeres tienen que quedarse en casa y que las actividades que tienen que ver con el cuidado de nuestros hijos son "obscenas". En cierto modo tiene razón: en una sociedad patriarcal todo lo que tiene que ver con la mujer es "obsceno", debe quedar apartado de la vida pública.La vergüenza del ministro cuando se exhibe públicamente una hembra humana actuando como tal, es la otra cara de la exclusión y la discriminación de las mujeres. En otros lugares y épocas, las personas de "raza" no blanca producían vergüenza a los blancos cuando se exhibían públicamente en lugares frecuentados por blancos: la solución fue la segregación, a menos que la propia vergüenza no fuera la parte subjetiva de los dispositivos materiales de segregación. En lugares como el Estado Islámico y Arabia Saudí han encontrado soluciones radicales para la vergüenza que sienten algunos miembros del sexo masculino ante las mujeres. Prefiero otra solución: que se acostumbren todos los hombres a la presencia pública de mujeres en todas las situaciones. Se les pasará pronto la vergüenza y habrán ganado en libertad y dignidad.

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Al fetichismo de la mercancía que nos hace ver las mercancías como portadoras de valor al margen de cualquier relación social, hay que añadir otra ilusión necesaria en el capitalismo: la Inmaculada Concepción del producto por la cual este surge espontáneamente en la naturaleza sin contacto alguno con el trabajo. La invisibilidad de los procesos de producción y de reproducción es una característica fundamental del modo de producción basado en la mercancía. La invisibilización de la fábrica, pero también de la actividad reproductiva de la mujer son rasgos esenciales de nuestro imaginario cotidiano. El "escándalo" provocado por Carolina Bescansa ayer en el Congreso se inscribe en el marco de ese régimen de prohibiciones.

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Forma parte del imaginario racista básico la idea de que el cuerpo del otro es sucio y contamina. Los diputados de Podemos y las confluencias son considerados por la derecha como una amenaza, por lo cual se les aplican los estereotipos habituales: huelen mal, están sucios, son obscenos y maleducados, amamantan a sus hijos en público como las gitanas, etc. Lo importante aquí es comprender que el racismo no tiene nada que ver con las razas -raza no es ningún concepto científico en biología, ni en ninguna otra disciplina- sino con la voluntad de excluir, de eliminar al otro, que es la forma subjetiva en que se manifiestan dispositivos de exclusión perfectamente materiales. Saben perfectamente que, hoy por hoy, unos diputados portadores de exigencias forjadas en el 15M y los movimientos sociales son realmente una amenaza para sus privilegios y su dispositivo de poder. En un primer momento funcionará el intento de exclusión, pero muy pronto se desencadenará otro mecanismo más perverso: la cooptación selectiva. Todo colonialismo necesita guardias moras o cipayos. Cuidado sobre todo con este tipo de mecanismos, sobre todo en un Podemos cuya dirección ha liquidado todo mecanismo de control de la acción de sus responsables internos y diputados por parte de su base social y militante. Esos mecanismos tienen que existir: si no se quiere que Ulises sucumba a los cantos de sirena del poder, sus marineros tienen que atarlo firmemente al mástil.

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Lo que ha irrumpido con fuerza en el parlamento español es algo inédito. Su nombre es biopolítica. Se trata de una política a la altura de una producción capitalista que ya no tiene límites en el espacio (globalización) ni en el tiempo (inexistencia de límites horarios, de "jornada de trabajo") y, por consiguiente, termina coincidiendo con la vida misma. Una mujer dando el pecho, jóvenes -y menos jóvenes- con rastas u otros adornos o vestidos afirmando su singularidad irreductible, cierto modo de vida desenfadado, ajeno al respeto reverencial por los símbolos y poderes del Estado, son, más allá de la representación, una reivindicación de lo común que nos permite a los humanos colaborar y vivir. La vida misma exige sus derechos y expresa su potencia frente a un orden mortífero que la bloquea, que la niega, y hace de la juventud una juventud sin futuro y de la democracia una democracia irreal.
Obviamente, en un parlamento que se había convertido en el squat o en la okupa de un grupúsculo minoritario y fuertemente marginal de ricos y poderosos con rituales y códigos vestimentarios propios, esta irrupción de la vida, de la gente normal, ha producido reacciones de odio e incluso de racismo. Nada más normal: el régimen actual ejerce un poder de contención y de bloqueo sobre la vida, es un "biopoder" cuya función es controlar la vida en nombre de una representación de la vida conforme a sus intereses de casta. Este bloqueo y esta contención, que van hasta la eliminación pura y simple de la vida, en nombre de una representación de la vida se llama racismo. Las referencias a la "suciedad", al "mal olor" del otro son típicas de un discurso de la segregación y la eliminación del otro típicamente racista. Esto nos permite ver dónde estamos y precavernos frente a quien se presenta abiertamente como enemigo. Frente a eso, mucha calma, mucha normalidad: los rarillos y, sin duda socialmente peligrosos son ellos. Ellos son contingentes y marginales, la vida normal, lo común, el trabajo, son en cambio, cada vez de forma más clara, lo normal y lo necesario.

martes, 12 de enero de 2016

Las brechas de la máquina de guerra electoral







(Este artículo, publicado el 12 de enero de 2015 en Público en el marco del blog Contraparte, responde al texto de Íñigo Errejón titulado Abriendo brecha: apuntes estratégicos tras las elecciones generales publicado el mismo día en el mismo diario)
Público.es

Álvaro Oleart y Juan Domingo Sánchez Estop
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Hacía tiempo que se esperaba un análisis de los resultados electorales y de la coyuntura política que estos han determinado por parte de la dirección de Podemos. Tal vez ese análisis ha tardado casi un mes porque los resultados no cuadraban con las expectativas de quienes dirigen Podemos. En estas elecciones, ni la coalición formada en torno a Podemos ni los métodos de sus distintos componentes —en todos los casos muy distintos de los de la vertical y centralista “máquina de guerra electoral” diseñada para “asaltar los cielos”— han correspondido a las expectativas de Iglesias-Errejón y su equipo. A pesar de las renuncias democráticas impuestas a los militantes de Podemos, de la ingrata disciplina de empresa de comunicación carente de pluralismo real y del mando centralizado —que todo lo decide sin ningún tipo de consulta que no esté estrictamente controlado—, los objetivos de la dirección solo se han cumplido a medias. Además, si la coalición alrededor de Podemos consiguió resultados decorosos, ello se debe en buena parte a la movilización de elementos municipalistas enteramente ajenos a la estrategia “populista-electoral” de la dirección del partido.
El artículo de Íñigo Errejón titulado “Abriendo brecha: apuntes estratégicos tras las elecciones generales” publicado en Público ayer mismo, muestra que el objetivo previsto no se ha realizado: ciertamente se ha abierto brecha en el sistema político del régimen, pero se está lejos de haberlo derribado. Si se lee con atención, el análisis de Errejón asume como horizonte la idea de autonomía de lo político. Para él la política es un juego autónomo, con su propio espacio y sus propias reglas: unos partidos desplazan a otros en la medida en que son portadores e incluso generadores de sentidos de la realidad, no en cuanto encarnan intereses y fuerzas sociales. Se refiere Errejón a la excepcionalidad de las legislativas del 20 de diciembre en los siguientes términos: “El hecho mismo de que nadie discutiese que el 20D no era una competición electoral ordinaria, constituye ya una victoria de quienes trabajan para el cambio político y la soberanía popular por cuanto no era “necesario” por ninguna acumulación de circunstancias sino el resultado de una disputa por el sentido.” La política es para el secretario político de Podemos disputa por el sentido, no lucha social entre distintos actores.
Naturalmente, en el mundo de Errejón no se habla de la crisis, no existen clases ni conflictos que no se den en una esfera rigurosamente simbólica. La consecuencia de esto es que cada actor de la escena política —cada partido y dentro de cada partido cada dirección— se ve a sí mismo como el productor de un sentido que, posteriormente, inspira movimientos sociales y antagonismos. La objetividad tozuda de la crisis, la precarización general del trabajo que afecta a las propias clases medias no existen aquí. La crisis política española no tiene que ver en este marco de análisis con la imposibilidad de representar una crisis y unas resistencias que existían mucho antes de Podemos, sino con el juego entre sentidos abstractos como “lo nuevo”, “lo viejo”, “los privilegiados”, “las fuerzas de alternancia”, “las fuerzas del cambio”…
Asistimos así a un combate de abstracciones en el que la dirección de Podemos genera su propio sentido e intenta hacerlo compartir a las mayorías sociales. Sin duda, el método de análisis centrado en la pugna por el sentido es útil para preparar una campaña electoral, pero claramente insuficiencia para una comprensión de las fuerzas reales en presencia. El populismo es un estilo discursivo. Es una forma, no un contenido. Por eso, el populismo, en tanto discurso, no está necesariamente ligado a ninguna ideología o proyecto político ni a ningún interés social definido. En este sentido es un método óptimo para el recambio de élites, pero resulta insuficiente para una estrategia de cambio social efectivo. Quizás no haga falta insistir en que se requiere mucho más que una estrategia discursiva para derribar al régimen, al menos si esto es realmente lo que se desea.

La hipótesis populista errejoniana no permite entender la acción de realidades sociales ajenas a ella. Por ese motivo, para Errejón, la brutal bajada de la intención de voto de Podemos en los sondeos posteriores a enero de 2015, responde exclusivamente a las campañas de desprestigio lanzadas contra Podemos por los medios, no a la incapacidad de esta organización —tras su cierre verticalista de Vistalegre— de seguir echando raíces en la sociedad real, asumiendo su complejidad y pluralidad efectivas. Toda posibilidad de autocrítica queda así cerrada. No existe un exterior en que apoyarse para formularla. Como en todo discurso ideológico, si una hipótesis falla total o parcialmente, la causa de este fallo es siempre exterior. O como los viejos teólogos, “Dios no puede ser el autor del mal”.
No menos interesante es el modo en que a través de este discurso ideológico se reelabora la realidad. Si a pesar del declive del núcleo central de Podemos, este partido y las candidaturas a él asociadas han tenido un éxito relativo, ello se debe a la importación de pluralismo a partir del exterior, en concreto de los procesos municipalistas (En Común, En Marea), infinitamente más participativos y horizontales que el partido de Iglesias. Obviamente Errejón no puede reconocer esto sin arruinar su propia hipótesis y tiene que traducirlo a términos compatibles con su estrategia, aunque para ello tenga que valerse de una dialéctica algo descabellada. Así la estrategia nacional-popular, basada en “un discurso patriótico de nuevo tipo” tiene que reconocer el hecho tozudo de la plurinacionalidad, pero también el hecho de que vivimos en una sociedad capitalista europea del siglo XXI y de que en ella existe “una composición social individualizada en la que la relación con lo público se establece a menudo más como ‘ciudadano’ que como ‘pueblo'”. En efecto, es difícil hacer de un conjunto plurinacional una nación, pero no lo es menos hacer de una multitud de individuos que desean participar activamente en la vida política un “pueblo”. Como en un juego de prestidigitación, la hipótesis populista choca con la realidad y se fractura, pero su fracaso teórico y político se reinterpreta como éxito. Se pasa así por alto la especificidad de los procesos participativos y democráticos que permitieron la victoria de las candidaturas de unidad popular en muchas ciudades y que salvaron a Podemos en las legislativas de unos resultados mediocres, o lo que es lo mismo, de una previsible marginalidad.
El proceso de construcción de un “pueblo plurinacional”, objetivo explícito de la cúpula de Podemos, conlleva además el riesgo de un soberanismo que olvide completamente la cuestión europea y global. Ni siquiera un Podemos con mayoría absoluta en España podría cambiar gran cosa para bien. Las élites son europeas y globales. En consecuencia, un movimiento contra-hegemónico debe incluir necesariamente una dimensión global. La correlación de fuerzas inmediata se juega a nivel europeo.
En definitiva, la lógica de la producción de sentido acaparada por una dirección es un límite obvio para la conquista de la hegemonía. Para constituir una potencia común deben multiplicarse las producciones de sentido y entretejerse. El sentido que los animales políticos damos a nuestra acción es inseparable de otras producciones que no son de mero sentido, sino de nueva realidad: el trabajo, las luchas, el amor, la inteligencia siempre colectiva, mientras que la idiotez es solitaria. La producción de sentido es necesariamente colectiva, lo cual implica que hace falta una articulación social más allá de la unilateralidad de los medios de comunicación. En ningún modo, puede llegar a triunfar por medios y con efectos democráticos una estrategia que prive a la gente común de su papel en esta producción. El monopolio de la producción de sentido por parte de la “máquina de guerra electoral” va ligada directamente a la lógica de la representación. El famoso “No nos representan” del 15-M ha sido rápidamente olvidado en favor del núcleo irradiador. El cierre sobre este núcleo como productor exclusivo de sentido genera una impotencia rayana en el delirio, obscurantismo y lenguaje de papagayo, impide hacer frente a la realidad y a lo común de los seres humanos, imposibilita la autocrítica, impide luchar con eficacia y establecer las alianzas necesarias. Impide vencer.