martes, 25 de diciembre de 2012

Feliz Navidad (dentro y contra)




Desde mucho antes de que el cristianismo fuese religión oficial del Imperio romano, las fechas que corresponden hoy a la Navidad eran las de una de las más importantes fiestas de Roma: las saturnalias. Las saturnalias celebraban el fin de los trabajos del campo y el reposo invernal de los campesionos tanto libres como esclavos. Eran días en que los esclavos gozaban de una relativa libertad respecto de sus tareas habituales y se celebraba con alegría el fin de los días más cortos del año, el inicio de un nuevo ciclo. El cristianismo recuperó estas fechas, y en particular la del 25 de diciembre (día de Sol Invictus o, para la secta mitraica, día de Helios Mitra) para celebrar el nacimiento de Jesucristo, sin que conste que exista ninguna relación entre este acontecimiento y la fecha elegida. Con todo, el cristianismo situó el nacimiento de Cristo en el mismo período en que los esclavos celebraban una relativa libertad y esperaban lograr una libertad definitiva bajo el gorro frigio del dios Mitra.

Ciertamente, la Iglesia no mantuvo esta celebración de la libertad, pero sí celebra estos días el nacimiento de un personaje que difícilmente puede ser asimilado por ningún poder. La enseñanza del Nazareno, que retoma en su literalidad el aliento revolucionario de los profetas, desentona en una institución que, desde muy pronto se convirtió en un centro de poder y de justificación de todos los poderes terrenales y de todas las explotaciones. Es tan sorprendente que se predicara el Evangelio en el marco de una institución de este tipo como que el Estado y la Revolución de Lenin se publicase en la URSS de Stalin. Lo que explica esta paradoja es que, en ambos casos, un mensaje contrario al orden existente quedó neutralizado, literalmente desemantizado, por obra y gracia de la repetición ritual en el marco de las liturgias oficiales.

Vale la pena, dicho esto, hacer un esfuerzo por volver a escuchar lo que dice Jesucristo -y lo que dice Lenin- detrás de estas densas capas de mistificación. Jesucristo no es el predicador de la obediencia a la ley basada en el temor, sino el de la obediencia libre basada en la esperanza o en la razón. No de la obediencia a cualquier cosa, sino a una ley que coincide con la justicia y en la caridad. De lo que se trata según el mensaje mesiánico de Cristo -que la Iglesia ha olvidado- es de basar toda obediencia a la ley en la previa asunción de la dimensión de lo común. Nadie antes de Louis Blanc y del Marx de la Crítica del Programa de Gotha había dicho tan claramente en que podía consistir una sociedad donde el acceso a la riqueza quedara disociado de la propiedad y del trabajo, una sociedad comunista. La idea de "caridad" ("gratuidad": pues charis es en griego la gracia y lo propio de la gracia es lo gratuito) coincide exactamente con un acceso a los bienes de este mundo independiente de los títulos jurídicos de la propiedad y de la sumisión a un orden del trabajo:
 “Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo? Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: No trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe? No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal.” (Mateo 6:25-3) A lo que llama Jesucristo es a compartir, a abandonar la propiedad, a no preocuparse por la economía y a no creer en ella sino en la libre capacidad productiva de lo común y de la comunidad: "Todo cuanto tienes véndelo y repártelo entre los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego, ven y sígueme." (Lucas, 18:22). Esto, en términos modernos (Louis Blanc, Karl Marx) se dice: "De cada cual según su capacidad a cada cual según sus necesidades".

Los seguidores reales del Hijo del Carpintero no son los grandes prelados ni los poderosos, no son los mojigatos ni los meapilas, sino los verdaderos comunistas y los auténticos ateos. Los comunistas, en cuanto defienden no las monstruosidades del socialismo estatal, sino el régimen del común y de los comunes, cuyo fundamento es la justicia y la caridad, esto es una justicia cuya base no es la propiedad, sino el libre acceso gratuito a lo común. Los ateos también, pero también en este caso, los auténticos ateos, no los que defienden una atroz religión fetichista de la historia, del Estado o de cualquier otra pesadilla. Los auténticos ateos son los que no creen en una providencia, ni en un orden del universo, sino en la gratuidad, en la aleatoriedad de la historia y de la naturaleza, en la fundamental aleatoriedad de todo lo necesario. Entre estos ateos de la gracia, están naturalmente, junto a los materialistas que rechazan el principio de razón suficiente, los cristianos que afirman, junto a los teólogos de la liberación, una "teología de los predicados" en la cual no se afirma que "Dios es amor", sino que "el amor es Dios" y que el hijo del hombre, todo hijo del hombre es Dios, que fuera de la comunidad de los hombres, del otro reino que está en este mundo, no hay ningún Dios.

No les regalemos la Navidad a los que crucificaron a Cristo, a los prelados y a los poderosos, a los ricos y prepotentes, a los que roban a los pobres y los desahucian. La Navidad no es suya, sino de la única comunidad en la que creyó Cristo, del único pueblo de Dios que es a su vez Dios mismo, no el Dios único, pues su divinidad es intrínsecamente múltiple, sino lo único que merece ser llmado Dios. Celebremos dentro y en contra de una tradición cristiana degenerada y corrompida por el poder el nacimiento de un decisivo actor de la tradición de la libertad comunista y atea: Jesucristo. ¡Feliz Navidad, camaradas!

sábado, 22 de diciembre de 2012

Nosotros, los nuevos mayas

(Imagen de la película El Golem (1920))
 
 
 
A los que pensaban que el 21 de diciembre podía haber sido el fin del mundo, va dedicada esta pequeña cita de Slavoj Zizek en su intervención -repetida por los centenares de voces del "micrófono humano"- en Occupy Wall Street: "En abril de 2011 el gobierno chino prohibió que apareciesen en TV, películas o novelas todas aquellas historias que hiciesen referencia a realidades alternativas o viajes en el tiempo. Esta es una buena señal para China, puesto que significa que la gente aún sueña con alternativas, así que hay que prohibir este sueño. Aquí no se piensa prohibir nada de eso, porque el sistema en el poder incluso ha suprimido nuestra capacidad para soñar. Fijaos en las películas que vemos todo el tiempo. Es fácil imaginar el fin del mundo, un asteroide que destruya el planeta y ese tipo de cosas. Pero no se puede imaginar el fin del capitalismo."

Esta breve cita nos muestra hasta qué punto hemos confundido el capitalismo con lo más estable que se puede pensar. Marx, en el Capital, había hecho del Capital un enorme monstruo, una especie de gigantesco e infinito Gólem *, creado por nuestras propias manos y que a la vez nos sirve y nos domina, nos alimenta y amenaza, con la brutalidad de la divinidad de los monoteismos, nos libera de todo poder mundano y nos oprime de manera exclusiva e ilimitada. Lo fundamental es que, como el Dios de Feuerbach, el Capital es un producto humano, que sólo vemos como ajeno por la necesaria ilusión fetichista  que produce la combinación entre expropiación del trabajador (respecto de sus medios de producción) y relación social mercantil en la que las cosas parecen intercambiarse solas y llevar su propio comercio independientemente de los humanos que sólo son sus portadores. Como producto humano que es, como algo más que un producto humano, como nuestra propia potencia colectiva contemplada como algo ajeno debido a la distorsión óptica que produce la relación capital, el Capital es inseparable de nosotros y nosotros mismos somos inseparables de él. 
Todo cambio radical en -y de- la relación capital deberá producirse desde dentro de esa misma relación: la perspectiva imaginaria, fetichista, que nos relaciona con el Capital, sólo podrá superarse a partir del desarrollo desde dentro de esta relación -y contra ella: "dentro e contro" como afirma la tradición operaista- de una perspectiva de lo común que supere la atomización característica de la relación mercantil. En cierto modo, esto es algo que todos sabemos, hayamos o no leído a Marx. Por eso, nuestro deseo de liquidar la relación capital que hoy nos asfixia se manifiesta como deseo de "fin del mundo", de que caiga un meteorito o vengan los marcianos a liberarnos de una pesadilla que no podemos quitarnos de encima. Una vez asociados existencialmente al capital, este se presenta para nosotros como una sustancia infinita y eterna respecto de la cual los mundos son plurales y efímeros. Con el fin del mundo, no estamos, sin embargo, soñando realmente nuestra propia muerte. Freud afirmaba que soñar su propia muerte es imposible, pues todo sueño de la propia muerte incluye al sujeto como espectador de ella. El mundo se puede acabar, porque sabemos que la potencia secuestrada y movilizada en la relación capital, una vez autodeterminada, liberada como relación comunista, es capaz de crear muchos nuevos mundos y de rescatar la propia naturaleza, o el propio entorno natural de la vida humana hoy supuestamente amenazado. 
En lugar de dedicar tiempo a tonterías supuestamente inspiradas por unos códices y calendarios mayas de difícil e incierta lectura, más valdría recordar que, como recuerda Jared Diamond, los propios mayas liquidaron su civilización permitiendo que una aristocracia -o cleptocracia- de nobles y sacerdotes se mantuviera demasiado tiempo en el poder. Algo parecido les ocurrió a los habitantes de la Isla de Pascua. A veces, una revolución es el único medio de salvar un mundo y una civilización. Para nosotros, de todas formas, el fin del mundo ya ha llegado, pues con el capitalismo no existe propiamente mundo, sino subsunción real de toda forma de vida bajo el capital: producción masiva de externalidades negativas (contaminación, destrucción de especies etc.), sacrificios generalizados y sobre todo muchos sacrificios humanos. Tenemos que elegir entre refundar la civilización cambiando de régimen social y acabando con los grandes sacerdotes del capital o dejar que una casta que persigue intereses delirantes la liquide definitivamente poniendo incluso en peligro nuestra propia existencia como especie.

En cuanto a la naturaleza, que nadie se preocupe por ella: la humanidad no la destruirá, será ella la que destruirá a la humanidad, en cualquier caso, pues el propio concepto de naturaleza implica esa desproporción entre la potencia del infinito y la de lo finito, por enorme que este sea. "En la naturaleza no se da ninguna cosa singular sin que se dé otra más potente y más fuerte. Dada una cosa cualquiera, se da otra más potente por l que aquélla puede ser destruida" (Spinoza, Etica IV, axioma). Por grande que sea la potencia humana subsumida en el Capital, mayor será siempre la del resto de la naturaleza. De ahí la debilidad intrínseca del gigantesco Gólem hecho de nuestra propia sustancia: el Capital es una ilusión de omnipotencia, basada en una enorme potencia real. Sin embargo, mientras esa potencia real no se articule con el resto de la naturaleza y siga creyendo que el hombre es "un imperio dentro de otro imperio" según la bella expresión de la Cábala que recoge críticamente Spinoza, avanzaremos aceleradamente hacia el desastre. Si el capitalismo sigue vampirizando nuestra potencia, destruyendo nuestro entorno y nuestros propios comunes sociales, no tardará la naturaleza en ocuparse de esta realidad demasiado débil y exangüe.
* El Gólem es un ensueño de los cabalistas que Gershom Sholem describió con precisión. No se nos ocurre, sin embargo, relato más breve y elegante de la historia del Gólem que el poema de Jorge Luis Borges del mismo nombre:
Si (como afirma el griego en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de 'rosa' está la rosa
y todo el Nilo en la palabra 'Nilo'.

Y, hecho de consonantes y vocales,
habrá un terrible Nombre, que la esencia
cifre de Dios y que la Omnipotencia
guarde en letras y sílabas cabales.

Adán y las estrellas lo supieron
en el Jardín. La herrumbre del pecado
(dicen los cabalistas) lo ha borrado
y las generaciones lo perdieron.

Los artificios y el candor del hombre
no tienen fin. Sabemos que hubo un día
en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre
en las vigilias de la judería.

No a la manera de otras que una vaga
sombra insinúan en la vaga historia,
aún está verde y viva la memoria
de Judá León, que era rabino en Praga.

Sediento de saber lo que Dios sabe,
Judá León se dio a permutaciones
de letras y a complejas variaciones
y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,

la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
sobre un muñeco que con torpes manos
labró, para enseñarle los arcanos
de las Letras, del Tiempo y del Espacio.

El simulacro alzó los soñolientos
párpados y vio formas y colores
que no entendió, perdidos en rumores
y ensayó temerosos movimientos.

Gradualmente se vio (como nosotros)
aprisionado en esta red sonora
de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,
Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.

(El cabalista que ofició de numen
a la vasta criatura apodó Golem;
estas verdades las refiere Scholem
en un docto lugar de su volumen.)

El rabí le explicaba el universo
"esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga."
y logró, al cabo de años, que el perverso
barriera bien o mal la sinagoga.

Tal vez hubo un error en la grafía
o en la articulación del Sacro Nombre;
a pesar de tan alta hechicería,
no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.

Sus ojos, menos de hombre que de perro
y harto menos de perro que de cosa,
seguían al rabí por la dudosa
penumbra de las piezas del encierro.

Algo anormal y tosco hubo en el Golem,
ya que a su paso el gato del rabino
se escondía. (Ese gato no está en Scholem
pero, a través del tiempo, lo adivino.)

Elevando a su Dios manos filiales,
las devociones de su Dios copiaba
o, estúpido y sonriente, se ahuecaba
en cóncavas zalemas orientales.

El rabí lo miraba con ternura
y con algún horror. '¿Cómo' (se dijo)
'pude engendrar este penoso hijo
y la inacción dejé, que es la cordura?'

'¿Por qué di en agregar a la infinita
serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana
madeja que en lo eterno se devana,
di otra causa, otro efecto y otra cuita?'

En la hora de angustia y de luz vaga,
en su Golem los ojos detenía.
¿Quién nos dirá las cosas que sentía
Dios, al mirar a su rabino en Praga?
 

jueves, 6 de diciembre de 2012

Algunas notas sobre el Maquiavelo de Althusser





Reflexiones sobre unos fragmentos del libro de Louis Althusser Maquiavelo y nosotros acerca de los conceptos de fortuna y virtù (las páginas citadas corresponden a la traducción española, Akal, 2004)

   "Este encuentro de la Fortuna y la virtù tienen en Maquiavelo, en el caso de la fundación de un Principado Nuevo por un Príncipe Nuevo, un significado político muy preciso... Lo propio de la virtù es dominar la Fortuna, aunque sea favorable, transformar el instante de la Fortuna en duración política, la materia de la Fortuna en forma política, por consiguiente, estructurar políticamente la materia de la coyuntura local favorable, sentando los fundamentos del Nuevo Estado, es decir, echando raíces en el pueblo, para durar y crecer, siempre pensando en en el poder futuro y apuntando alto para llegar lejos...

[pg.105]

...Maquiavelo no solo plantea, sino que piensa políticamente su problema, es decir como una contadicción en la realidad, que no puede ser resuelta por el pensamiento, sino por la realidad, es decir, por el surgimiento, necesario pero imprevisible, inasignable en el lugar, el tiempo y la persona, de las formas concretas del encuentro político del que sólo se definen las condiciones generales... Este desajuste, pensado y no resuelto por el pensamiento, es la presencia de la historia y de la práctica política en la teoría misma
"
[pg. 109]


Pensar la política, pero no pensar la política pasada, la historia ya hecha, sino la política y la historia por hacer. Hacerlo, además desde el materialismo, esto es, sin garantías trascendentes ni transcendentales. Sin finalismos y sin determinismos, otras tantas garantías, otros tantos refugios de la superstición. Pensar la política lúcidamente, desde la existencia real de los individuos y desde sus relaciones sociales concretas, sin sucumbir al optimismo ni al pesimismo antropológico en que se basan las teologías políticas. Tal es el objetivo de Maquiavelo, tal fue también el empeño de Louis Althusser, para quien el desvío por Maquiavelo fue un intento de pensar la política más allá de la crisis terminal del marxismo staliniano. Debajo de Spinoza -otra de las grandes referencias de Althusser- está Maquiavelo, este Maquiavelo que nos desvela Althusser, no el ficticio de la razón de Estado. Maquiavelo no es ningún teórico de la razón de Estado y mucho menos el fundador de la teoría de la razón de Estado. Maquiavelo frente a la teoría de la razón de Estado piensa la política en el antagonismo, pero piensa a su vez el antagonismo en su absoluta facticidad, en un horizonte abierto y no según el esquema amigo-enemigo en el que lo encierra la teología política schmittiana.

Para Maquiavelo, la política es creación de lo nuevo, sentido de la coyuntura y de la inmensa fragilidad de las coyunturas. No es en primer lugar gestión de las poblaciones: esto sería la política de la razón de Estado de un Giovanni Botero. Ragion di Stato en la lengua de Botero, donde "ragion" es, mucho más que razón, contabilidad (ragioneria). La razón de Estado es el viejo ardid de la economía, la forma laica de la Providencia de un Dios que pretende engañar al Mal para sacar adelante su plan de salvación. La razón de Estado es ya la "mano invisible" en acción. Una forma mezquina de desentenderse de la política y de imponer la dominación mediante la administración valiéndose de esa forma excelente de ocultación del acto de gobierno que es la estadística.

En Maquiavelo el cálculo es siempre cálculo de la coyuntura, no cálculo estadístico en el espacio lleno y pastoso de la dominación, sino juego en el que intervienen la fortuna, la ocasión y las fuerzas disponibles, la virtù. El conatus es la virtù spinozista, esa potencia por la que se afirma el individuo en su esencia entre los cambios de la fortuna. "Fortuna", en latín es a la vez la ocasión, pero también la tormenta, la tempestad que es desorden y confusión, pero también oportunidad de agarrar la huidiza ocasión. Todo esto nos sitúa lejos, lejísimos de la dicotomía entre administración y golpe de Estado, "ragion di Stato" (Botero) y "coup d'Etat" (Naudé) que domina el pensamiento moderno de la política, que alterna entre una política racional (contble) de la administración de la que todo acto innovador desaparece y una política de la acción que se presenta como enteramente irracional. Maquiavelo nos sitúa fuera de esa dicotomía, en la inmanencia de las relaciones sociales vistas siempre como una totalidad precaria. El materialismo, que, no por casualidad ha solido presentarse en los ropajes del atomismo, es conciencia de la precariedad del todo, o más bien de la esencial inconsistencia de cualquier todo. Su lema podría tomarse prestado al Jacques Lacan que replicaba a los estudiante maoistas que pretendían "cambiarlo todo" en el 68 que "rien n'est tout" (nada es todo o no hay nada que sea todo). Tanto el todo existente como el todo al que algunos aspiran son meras apariencias (semblant). Átomos y vacío: virtù irrealizada y fortuna pensada como apertura, como rechazo del principio de razón suficiente.

Para el pensamiento del orden todo debe justificarse: la violencia del príncipe, incluso su inmoralidad, se justifican según el Descartes de las cartas a Elizabeth por el fin último del gobierno que es el bien del pueblo. El fin justifica los medios o, en otros términos, para todo acto de gobierno debe haber una razón suficiente: si se quebranta una ley, tiene que ser en nombre de una legalidad superior. Nada de esto hay en Maquiavelo, para quien esta consideración económica de los medios y los fines sería no un instrumento, sino un obstáculo para pensar la política. El príncipe tiene una función constituyente: su acción es dictatorial en cuanto para fundar un nuevo orden tiene que ponerse al margen de las leyes que reproducen el orden existente. Su eficacia depende de su capacidad de hacerse con recursos (denari) y armas, pero también con el favor de la población y, sobre todo, de los más pobres. El príncipe no se justifica por los fines, sino que se autoriza a sí mismo fundando el principado nuevo. Un vacío lo separa del orden social y político anterior, un vacío abierto por su propio acto de autorización de sí mismo. El Príncipe es el sujeto que emerge en las brechas y las fallas del orden anterior, como aquello que el orden anterior jamás pudo llegar a expresar ni representar debido a su intrínseca inconsistencia, antes disimulada y ahora, en plena crisis, manifiesta. El Príncipe releido por Althusser es una buena lectura para pensar la crisis y actuar en ella. Como ya sabía Aristóteles, aunque mucho marxista y mucho revolucionario lo haya pretendido siempre ignorar, la conclusión del silogismo práctico no es una nueva proposición, sino un acto.