miércoles, 25 de enero de 2012

Las redes y el poder (sobre una viñeta del Roto)




Vaya por delante mi admiración por el humor gráfico, o más bien la sátira social gráfica del Roto. Se trata de un humor que hace pensar, de brevísimos relámpagos filosóficos en los que se articulan una imagen y un mensaje verbal minimalista, lapidario. El Roto es un filósofo, un filósofo moral a la manera de Pascal, pero es también un dibujante cargado de humor negro, a la manera de Goya cuyo legado reconoce como propio. Puede decirse -citando la leyenda de su viñeta del día siguiente al atentado contra la T4- que lo que describe "daría risa si no diera miedo". Como Goya, nos describe con lúcido pesimismo la realidad espantosa del sistema y de la época en que vivimos, la arrogancia estúpida de los poderes, su cinismo, su fealdad. Sus dibujos son auténticos "caprichos" y "desastres de la paz". Cotidianamente nos distancia el Roto por este medio de los malsanos efectos de la sumisión y, haciendo honor a su nombre artístico, rompe, desgarra el velo que recubre el horror, del Estado, del capitalismo, de los propios seres humanos que vivimos en las entrañas de este sistema estúpido y cruel y que lo sustentamos. Como él mismo afirmba en una entrevista refiriéndose a su trabajo: "El núcleo esencial de la sátira es poner de manifiesto aquello que consideras que son falsificaciones o mentiras, las formas en las que se presentan las cosas para ser más digeribles. Arrancar esa careta es justamente lo que hace la sátira."

Hoy, 24 de enero de 2012 nos gratifica con una viñeta en la que un personaje que lleva una capucha roja precida a la de los superhéroes de los cómics se sonríe mirando hacia abajo y dice: "Ya tenemos a todos en la red. Preparaos para izarla." La palabra red está resaltada en color rojo, el mismo color de la máscara. El rojo subraya la palabra "red" como un significante especial. Hay varios sentidos en la palabra "red": la red en la que entramos voluntaria e imprudentemente y que nos aprisiona, la red que nos conecta, la red que constituimos entre todos. El humor satírico del Roto  se basa en mostrar que detrás del sentido amable y cooperativo de la red está la red como trampa, como dispositivo de captura. La red es hoy, más que nunca, una metáfora ambigua.

Tradicionalmente la red era un instrumento de captura, una trampa. La red fue la metáfora -acertada- de un poder que todo lo determina, pero también de un poder predador que "pescaba" a los súbditos. La red era algo en que se estaba preso, no una trama que conecta los distintos nodos. Los nuevos filósofos y otros ideólogos del "(anti)totalitarismo" usaron abundantemente la imagen de la red para describir un poder sin escapatoria que identificaron con una imagen caricatural del marxismo e incluso de un pensamiento occidental que venía preparando el Gulag desde Sócrates y Platón. La red es hoy, sin embargo, por excelencia, la que se materializa en Inter-net (la inter-red, la red de redes). La Red es hoy un espacio horizontal de cooperación generalizada. La Red sustituye las jerarquías, rompe las fronteras y establece una cooperación directa entre individuos o grupos de individuos situados a un mismo nivel. La Red, en ese sentido es democrática y multitudinaria: no manda ni representa, sino que conecta y articula potencias singulares. A diferencia de las construcciones políticas soberanas de la teoría moderna del Estado, que se basan en la trascendencia del poder (Bodin, Hobbes), la organización en red se basa en la m:ás estricta inmanencia. La coherencia de la red no depende nunca de un punto exterior (el soberano, la instancia de mando) que la unifique: la red se une y se sostiene merced a su propia trama en un todo inestable y nunca entramente cerrado, pero, por ello mismo, capaz de reconstituirse.

La Red es una organización flexible y recombinante. Cuando se destruye el puesto de mando de una organización jerárquica, esta no es capaz de recomponerse y queda enteramente destruida. Cuando la red conecta líneas de comunicación (conversaciones) entre sí y una de las líneas se interrumpe, siempre es posible restablecer la comunicación mediante un rodeo. Es mucho más difícil liquidar una red que una estructura jerárquica y centralizada. Esto lo comprendieron bien los militares norteamericanos, quienes crearon el primer Internet como medio para recomponer la cadena de mando militar tras un ataque enemigo que hubiera destruido el cuartel general o cualquier otro fallo en las líneas de comunicación. El ejército aprende así de la guerra de guerrillas que siempre funcionó en red, pero también de las nuevas formas de organización de la producción tras la gran revuelta de finales de los 60 y principios de los 80 contra la empresa fordista y sus jerarquías. Horizontalidad, flexibilidad, cooperación directa de los trabajadores articulaban la respuesta de la nueva forma de empresa frente al mercado, intensificando a la vez la productividad y la explotación de la fuerza de trabajo.

Un trabajo que se confunde cada vez más con la vida social y que abarca todos los momentos y esferas de la actividad afectiva y cognitiva sólo puede organizarse en red. El capitalismo ha descubierto que el comunismo (la cooperación directa entre trabajadores) es infinitamente más productivo, flexible y creativo que el trabajo sometido a jerarquías. Por ello mismo lo ha integrado, lo ha capturado  sometiéndolo, eso sí, al "dulce gobierno" del mercado. El ideal del neoliberalismo es una cooperación social horizontal estructurada como una enorme red de transacciones mercantiles. Individuos dotados de capacidades productivas propias negociarían permanentemente en el mercado -o en una nueva empresa que interiorice, al menos en parte, las dinámicas de mercado- sus condiciones de cooperación. Esta utopía neoliberal se enfrenta, sin embargo, a un importante escollo que es el papel fundamental como fuerza productiva, no ya sólo de las capacidades individuales de los productores, sino de la capacidad común, de la potencia de la red como tal. Esa capacidad se expresa ante todo como un saber común en constante elaboración colectiva que el Marx de los Grundrisse denominaba, en una curiosa referencia a Averroes, General Intellect (Intelecto General). Esto determina, por consiguiente, una tensión constante entre dos tendencias inmanentes a la red: una tendencia apropiativa que intenta reducir el saber del intelecto general a "capital humano" privado y que limita por consiguiente el libre acceso a los comunes en Red y una tendencia a desarrollar la productividad y la creatividad indidividual y colectiva mediante el acceso libre y general a los comunes.

La Red es así, un espacio de cooperación, pero también de conflicto. A la jerarquía y al mando suceden como dispositivos de apropiación de valor por el capital los mecanismos de mercado y los instrumentos financieros. Existe poder y dominación en la red, pero es un poder que ya no funciona de arriba a abajo como el del soberano o el de la empresa fordista, sino en un plano horizontal de rigurosa inmanencia en el que el capital y sus aparatos empresariales, financieros y políticos se esfuerzan por imponer la norma jurídica de la propiedad en el terreno de los comunes, por transformar la cooperación en transacción comercial. Frente a ese poder se generalizan las resistencias, también horizontales que desarrollan prácticas de ocupación del territorio y de liberación de zonas cada vez más amplias donde rige la ley de los comunes y no la de la propiedad. La Puerta del Sol, Tahrir, los distintos movimientos Occupy son expresión de esta liberación horizontal que no toma la Bastilla ni el Palacio de Invierno -los lugares de un poder que está arriba- sino que bloquea la circulación de un mando capitalista indirecto y horizontal que se ejerce a través del mercado.

Por una vez no estoy de acuerdo con el Roto. Hoy no hay ningún poder que esté "arriba": el poder circula "abajo", entre nosotros, y entre nosotros también se organiza la resistencia y la liberación. La red no es una trampa o no es sólo una trampa -también puede serlo si se reduce a mercado- sino un auténtico instrumento de liberación. Ya nadie puede tirar de ella: ni la empresa, ni el mercado, ni Dios.

lunes, 16 de enero de 2012

Fraga no ha muerto




"Der Feind ist meine eigene Frage in Gestalt"
("El enemigo es mi propia pregunta puesta ante mí")
Carl Schmitt


El régimen español, tras la muerte de Franco, se ha caracterizado por su contitnuidad jurídica e institucional con el orden establecido por el 18 de julio. No sólo se pasó de la "democracia orgánica" a la "monarquía democrática" en el marco de las leyes franquistas y sin la más mínima ruptura del ordenamiento jurídico, sino que se mantuvo en la jefatura del Estado al rey elegido por Franco, los magistrados y mandos policiales responsables de la represión conservaron sus puestos y prosiguieron sus carreras, los mandos militares franquistas siguieron en su lugar. El conjunto del aparato de poder del régimen se mantuvo, haciendo sitio en los lugares de privilegio a los dirigentes de los partidos de oposición que aceptaron legitimar la mutación. A todos ellos, la constitución de 1978 les garantizaba no sólo la impunidad, sino el respeto público, pues los que habían sido pilares de uno de los regímenes más sangrientos del período fascista europeo y lograron hacerlo sobrevivir hasta bien entrados los años 70 del siglo XX, quedaron transformados en sostenes de la "joven democracia". En el contexto de este peculiar arreglo, quienes dentro de la débil oposición deberían haber pasado a los libros de historia como responsables de horribles crímenes de guerra fueron incluidos "generosamente" en la impunidad de sus vencedores.  En España no hubo nunca una comisión de la verdad y la reconciliación que esclareciera todos los crímenes, hubo silencio recíproco entre los responsables de los principales partidos sobre sus responsabilidades respectivas.


Manuel Fraga Iribarne, que hoy nos acaba de abandonar fue un actor fundamental de esta transformación. En su historial está sin duda el haber sido ministro de Franco y haber dado cobertura política y moral a algunos de los más espeluznantes crímenes del franquismo reciente (Grimau, Puig Antich, Vitoria...). Fraga aprobó en su conjunto el régimen de Franco del que fue uno de los pocos intelectuales competentes, lo que le daba una posición excepcional en el erial intelectual que fue el franquismo. Su posición fue siempre conforme a su autodefinición, la de un "liberal conservador". Sin embargo, esta calificación merece matices importantes, pues la defensa del orden liberal, para Manuel Fraga, podía requerir la abolición de la libertades democráticas. Fraga, aunque en algún momento, como embajador del Estado español en Londres luciera bombín no era un conservador británico, sino un reaccionario español particularmente ilustrado. No puede despreciarse en su formación intelectual el bagaje del pensamiento de la contrarrevolución y en concreto la influencia de pensadores como Joseph de Maistre o Donoso Cortés. Su amistad política y filosófica con el ultracatólico y filonazi Carl Schmitt a quien acogió en momentos de desgracia -tras el paso de este por el tribunal de Nüremberg- en el Instituto de Estudios Políticos es a este respecto muy ilustrativa. Al igual que Carl Schmitt quien consideró que la defensa del régimen liberal de Weimar pasaba por la implantación de una dictadura y que, en último término acabó defendiendo las leyes de excepción que sirvieron de fundamento al régimen hitleriano, Fraga defendió el orden burgués desde la dictadura franquista. Lo hizo, al igual que Carl Schmitt, con todas las consecuencias: aceptando la ausencia de libertades, los encarcelamientos políticos, la tortura y las ejecuciones. Para Fraga, sin embargo, la democracia no era imposible; era incluso deseable siempre y cuando respetase el orden liberal burgués. De ahí que impulsara una transición controlada del franquismo originario a la peculiar "democracia" que hoy conocemos. Para Manuel Fraga, la esencia del Estado de derecho era, aunque él no utilizara estos términos, la dictadura de clase: el mantenimiento por todos los medios necesarios de un orden social dominado por la burguesía y las demás clases capitalistas españolas. Por ello mismo, la diferencia entre dictadura y democracia nunca fue una diferencia radical para él, pues lo importante era el mantenimiento de la "situación normal" basada en el respeto de la propiedad y de las libertades mercantiles y las demás libertades resultaban accesorias y temporalmente prescindibles.


Este planteamiento de Fraga y del sector de la derecha española que constituyó en torno a él Alianza Popular y posteriormente el PP explica que el Estado español sea uno de los pocos países europeos donde no existe una extrema derecha organizada. A pesar de los intentos por parte de Blas Piñar (Fuerza Nueva) o Ramiro Fernández Cuesta (Falange) de crear un espacio autónomo de extrema derecha, nunca llegó a haber desde la transición un partido fascista con peso significativo en el panorama español. La explicación de este fenómeno radica en que la identidad de extrema derecha no corresponde ni puede corresponder a ningún partido en particular, sino al conjunto del régimen transfranquista y, en particular, a la fuerza de derechas que encarna su naturaleza "liberal conservadora" en el sentido anteriormente matizado. La extrema derecha española puede permitirse ser liberal, e incluso "democrática" a condición de que, bajo ningún concepto se ponga en peligro el orden social capitalista en su versión hispánica. Para ella, Estado de derecho y dictadura no son términos contradictorios siempre que la dictadura tenga como objetivo la defensa del orden social y no su subversión. Esta posición, prevalente en el PP, destiñe hacia otros horizontes políticos, contando con eximios representantes en un PSOE que defiende posiciones neoliberales y nacionalistas españolas y que siempre ha criticado el franquismo sin la más mínima intención de romper con él, y, por supuesto, hacia el partido del nacionalismo español a la vez impolítico y autoritario que es UPyD.


Del mismo modo que no había razón alguna para alegrarse de que Franco muriese en su cama, tampoco la hay para celebrar la muerte de Manuel Fraga. Después de todo, es sólo la muerte de dos personas. Las instituciones y sobre todo el orden de legitimidad política que fundaron y defendieron siguen existiendo, representados en el principal nexo de continuidad entre la etapa actual y la etapa anterior del régimen: la persona del monarca designado por Franco para sucederle a título de rey. Más vale ahorrarse los improperios contra Manuel Fraga, pues no sólo él defendió o encubrió ejecuciones y torturas. El actual Jefe de Estado compartió balcón el Plaza de Oriente con el Caudillo, cuando este se dirigía en sus últimas semanas de vida a una manifestación espontánea organizada que apoyaba los últimos fusilamientos del régimen. Asimismo, Juan Carlos de Borbón declaró más de una vez que jamás aceptaría que se criticase a Franco en su presencia. El régimen no ha muerto, sólo ha muerto uno de sus más lúcidos y tal vez cínicos exponentes, que algunos consideramos un "enemigo político" en el sentido preciso que diera Carl Schmitt a ese término: "El enemigo político no tiene por qué ser moralmente malo; no tiene por qué ser estéticamente feo; no tiene por qué actuar como un competidor económico y hasta podría quizás parecer ventajoso hacer negocios con él. Es simplemente el otro, el extraño, y le basta a su esencia el constituir algo distinto y diferente en un sentido existencial especialmente intenso de modo tal que, en un caso extremo, los conflictos con él se tornan posibles, siendo que estos conflictos no pueden ser resueltos por una normativa general establecida de antemano, ni por el arbitraje de un tercero "no-involucrado" y por lo tanto "imparcial"."  No puede decirse lo mismo de la inmensa mayoría necia, inculta e indecente de los exponentes del actual régimen español.