viernes, 26 de febrero de 2010

¿Ha muerto un enemigo de la revolución?

La clémence qui compose avec la tyrannie est barbare
(La clemencia que admite compromisos con la tiranía es bárbara)
Maximilien Robespierre
No es fácil pronunciarse sobre la muerte del preso cubano Orlando Tamayo Zapata sin caer en diversas trampas. En primer lugar, cuando se es un resuelto adversario de la institución de la prisión en el capitalismo, es difícil admitirla como algo "normal" en el socialismo. La prisión, como afirma Michel Foucault es un dispositivo que se aparta enteramente de la tradición jurídica liberal. Es un invento de policías: para los policías, no importan, como se sabe, los delitos sino la existencia de un personaje, el criminal, que la propia policía y luego la cárcel contribuyen a crear. No vale, por lo tanto, para la lógica penitenciaria, el principio jurídico normal por el cual el hecho delictivo debe compensarse de alguna manera mediante una retribución. Para la lógica penitenciaria, lo fundamental es ocuparse del delincuente, someterlo a observación y a reeducación, haciendo de este modo que el acto del sujeto "imprima carácter", que este pase de ser autor contingente de un acto a sujeto esencialmente peligroso.

La revolución cubana tiene, aun habiéndose separado en muchos aspectos del capitalismo, presos y prisiones. No son pocos los presos en Cuba, por 100.000 habitantes, son unos 297, mucho más que en el Estado Español (126) u otros países europeos donde esta cifra suele ser inferior a los 100. Sin embargo, no cabe llamarse tampoco a engaño, si hay muchos presos en Cuba en comparación con Europa, no es porque haya allí un régimen socialista y revolucionario, sino por otros motivos. En los Estados Unidos, sin alejarnos mucho geográficamente de Cuba, hay cerca de 700 presos por 100.000 habitantes. Además, de quienes están en la cárcel en Cuba, sólo 200 presos pueden calificarse de manera muy amplia como presos políticos (en España serían más de 750 sólo los relacionados con el independentismo vasco, un buen número de ellos sin relación alguna con actividades armadas). Entrelos presos políticos cubanos hay algunos que han participado en campañas contrarrevolucionarias instigadas y financiadas por los Estados Unidos; algunos incluso están condenados por participar en la preparación de acciones armadas o de sabotaje, lo que se denomina "terrorismo". Otros, por hacerse portavoces a sueldo de la política exterior agresiva de los EEUU en la isla.

Prueba de que nadie está en la cárcel en Cuba por oponerse sencillamente al régimen es la existencia del blog de Yoaní Sánchez y de otros muchas páginas web que, desde Cuba, atacan al gobierno revolucionario. También lo es la existencia de diversos grupos de oposición cuyos integrantes no suelen tener problemas para expresarse y que han podido manifestarse legal o incluso ilegalmente en las calles de La Habana y de otras ciudades de Cuba sin exponerse a la brutalidad de las cargas policiales que en Europa consideramos "normales", ni a detenciones que superasen la retención por 20 minutos en un coche policial que sufrió Yoaní Sánchez. Que no existen partidos legales que puedan presentarse a las elecciones es una gran verdad: tampoco el Partido Comunista lo puede hacer. Los candidatos a las elecciones son postulados en Cuba por las asambleas de vecinos, no por los aparatos de partido. De este modo, las organizaciones de oposición pueden existir, pero con dos grandes limitaciones: no pueden presentarse a las elecciones como tales y no pueden recibir dinero del extranjero. Podrá pensarse lo que se quiera de este sistema, pero el resultado es que, hasta el momento, ha mantenido un nivel de participación y de conciencia política en la isla que no conocemos por estos indolentes pagos. Esto, entre otras cosas, es lo que explica la pervivencia del régimen revolucionario en Cuba, tras el hundimiento de los socialismos reales y el paso de China a su peculiar forma de capitalismo. Ciertamente el sistema político cubano no facilita el cuestionamiento del orden constitucional socialista, pero en nuestros capitalismos democráticos es aún más difícil que el voto sirva para cambiar el régimen social. Digan lo que digan los parlamentos o las mayorías electorales -que ya dicen muy poco contra el capitalismo- los que deciden, como estamos viendo hoy en Grecia o en el Estado Español, son los mercados.

El caso de Tamayo Zapata es en este contexto bastante particular. De hecho, en las versiones oficiales se le trata alternativamente de delincuente común o de oponente político agente del extranjero. Tal vez lo cierto sea que, siendo un delincuente común, haya sido cooptado por las organizaciones de oposición dirigidas desde el exterior con el objetivo de hacer de él un mártir. Tal es la convincente versión de los hechos que da en su blog (existen también en Cuba blogs a favor de la revolución) Enrique Ubieta. La transmutación de Tamayo lo hace pasar de la indignidad del delincuente común a la dignidad de enemigo del régimen. Para él era una oportunidad, pero una oportunidad sumamente arriesgada, pues sólo podía acceder a ese estatuto arriesgando y, en realidad, entregando su vida a una causa que, según quienes propiciaron sus sucesivas huelgas de hambre, coincidía con la de la libertad. Las reivindicaciones inmediatas que motivaron su huelga de hambre eran disponer en su celda de un teléfono y una cocina. Reivindicaciones insólitas que no son atendidas en ninguna prisión del mundo. Reivindicaciones que el gobierno de Cuba no pudo atender, aún menos proviniendo de alguien que se había autoproclamado enemigo. Es difícil que a alguien que esté en prisión acusado de colaboración con ETA le pongan teléfono en su celda. La desgracia de Tamayo es que no basta declararse enemigo para que un Estado reconozca a alguien la dignidad de "enemigo". Ningún Estado reconoce estar en guerra contra una parte de la población que sería "el enemigo interno". Quien detenta el monopolio de la violencia sólo puede considerar a sus enemigos como delincuentes o "terroristas", so pena de perder ese autodefinido monopolio. Cuba no es una excepción. En esto se comporta exactamente igual que los países europeos o que los Estados Unidos.

La revolución cubana, a pesar del considerable apoyo interior del que goza, no deja de ser un régimen a la defensiva. Seguramente por necesidad: el embargo, el sabotaje, la agresión exterior en todas sus formas han marcado la cotidianidad del último medio siglo. En esas condiciones era difícil hacer una democracia pluralista, aún más hacer que fuera desapareciendo el Estado y plantearse una transición al comunismo. El drama de la revolución cubana es que el comunismo en un solo país es un absurdo. La presión ambiental de un sistema de Estados obligará siempre a un régimen revolucionario a mantener un aparato de Estado. Es algo que Lenin sabía perfectamente y que los comunistas cubanos tampoco ignoran. Por mucho que los aparatos represivos de Estado y entre otros la prisión sean un desagradable resto del Estado burgués, es imposible suprimirlos por el momento. En cierto modo, los utiliza sin convicción, sin creer en ellos, como instrumentos del terror revolucionario, más que del orden capitalista. Su utilización como instrumentos de terror, su no normalidad, es paradójicamente una garantía, la garantía de su no perpetuación: esto es lo que diferencia a Cuba de los regímenes socialistas periclitados de Europa del Este. El caso de Tamayo es el de un pobre hombre metido en una trampa, dentro de un país que colectivamente está metido en la terrible trampa del embargo y la agresión permanente. Ni él tenía posibilidades de obtener lo que pedía ni, aún menos, de salir de la cárcel, ni el gobierno cubano podía actuar de otra manera. Su triste suerte no ha sido muy distinta de la de los criados de nobles que, durante la dictadura jacobina, acabaron en las prisiones, cuando no en las guillotinas de la revolución francesa. Los tiempos son duros: mientras Orlando Tamayo Zapata se estaba quitando la vida por su propia voluntad, los escuadrones de la muerte hondureños asesinaban a varios sindicalistas y en Iraq y Afganistán se seguía aplicando un programa de "democratización" semejante al que el imperio tiene preparado para Cuba.

6 comentarios:

Anónimo dijo...

JB, no tengo tiempo para reflexionar y comentar en detalle sus dos últimos textos, pero, como mínimo, los he leído, como siempre, con todo el respeto intelectual por el pensamiento intenso y no dispuesto a dejarse embaucar que muestra en todo momento.

Gracias.
Cordialmente.
CCM

Anónimo dijo...

Me parece un análisis muy bien, estructurado y argumentado. Sobre todo, de esos que sabe que hay cosas que no debieran ser, pero que la realidad y la complejidad dicta otras pautas, aún en procesos tan humanos como la revolución cubana.

Como cubano y revolucionario, y que no vive en Cuba (por aquello de que allí la gente tiene miedo, etc), agradezco esta reflexión.

Como se dice en el campo, a manera de broma "se ve que usted es una persona leida y escribida".

saludos,

José

Anónimo dijo...

Me pareció tan bueno que me he tomado el atrevimiento de publicarlo en el Blog de nuestra asociación de cubanos www.estrelladecuba.ning.com

Gracias,

José

Samuel dijo...

Efectivamente, el régimen cubano siempre ha sido un régimen "a la defensiva", y esto ha condicionado completamente su evolución política interna y la consolidación del aparato del Estado. El drama cubano consiste precisamente en que, al final, en no pocos aspectos, el Estado "se comporta exactamente igual que los países europeos o que los Estados Unidos." Una observación: aunque los candidatos a las elecciones sean postulados por las asambleas de vecinos, eso no quiere decir que los aparatos de partido no influyan en el proceso.

Anónimo dijo...

Elecciones libres en todas partes, menos en Cuba.

Y todo aquel que pretenda denunciar la tremenda corrupcion del gobierno (en todos los niveles) y de denunciar el desastre es acusado de "gusano" o "mercenario". Y el presidente de Cuba ya anda por 80. Excelente.

Muy bien.

Y Ud. cita a Robespierre. Ejemplar.

Iohannesmaurus dijo...

A Samuel:
Ciertamente el Partido Comunista no deja de ser un aparato de poder y la democracia cubana tiene evidentes rasgos dictatoriales como el unanimismo o el caudillismo. Se trata, a pesar de los distintos intentos de institucionalización, de un régimen revolucionaria cuyo terreno es el de la excepción. En términos de Robespierre, "la República, en revolución se rige por el terror, en constitución, por la virtud".

No tengo la más mínima duda de que este régimen, que, sin llegar a la virtud, aún no ha abandonado enteramente el terror revolucionario, puede degenerar hacia un modelo chino(es algo de lo que Fidel Castro adviritó con claridad en uno de sus últimos discursos). Pero siguen existiendo fuerzas en la isla para que una evolución democrática y anticapitalista sea posible.

A Anónimo:

Me habla Vd. de la corrupción en Cuba. No le niego que exista: creo que es evidente su importancia y su extensión. Los dirigentes comunistas cubanos son perfectamente conscientes de ello. Pero hay dos diferencias fundamentales entre la Cuba revolucionaria y la Europa capitalista. La primera es que -paradójicamente- allí la corrupción afecta afecta más a quienes menos poder tienen: obtiene más dinero irregulamente un simple taxista o el dueño de un paladar que un ministro o un científico, por no hablar de los médicos que con salarios bajísimos y enorme prestigio han conseguido que en Cuba los datos sanitarios sean mejores que los de los EEUU. Un ministro cobra el equivalente a 150 dólares y no tiene acceso a fuentes de ingresos en divisa extranjera. Vive de manera espartana. De Fidel Castro, la revista Forbes saca periódicamente una artículo en que habla de su considerable fortuna. En cuanto uno examina en qué consiste descubre que esa "fortuna" son los fondos que se obtendrían del Palacio de Congresos de La Habana que, efectivamente, se gestiona desde la presidencia de la República. Se trata de los fondos que se obtendrían si se alquilase en vez de usarse gratuitamente. Esto equivaldría a convertir en millonarios a todos los curas de barrio teniendo en cuenta lo que ganarían convirtiendo su parroquia en discoteca. Ridículo.

Por otra parte, la corrupción, por generalizada que sea en Cuba es un mal del sistema, una disfunción. Si Vd. entiende por corrupción la supeditación del interés público al privado, no le costará inferir de ello que la corrupción en nuestras "democracias" capitalistas no es una disfunción, sino el nervio mismo del sistema.

En cuanto a la edad del actual presidente cubano, ronda en efecto los 80 y la de su hermano Fidel, los supera. El mantener a un Castro al frente del gobierno es una apuesta discutible, pero que puede tener su fundamento en el hecho de que Fidel Castro Ruz ha sido el objetivo de unos 680 atentados planeados y financiados desde los EEUU. La npremanencia en escena de los Castro es, con sus ventajas y sus indiscutibles inconvenientes, una perpetuación del episodio revolucionario. Lo que ocurre con ese grandioso episodio es que ahora toca no perpetuarlo, sino estrictamente repetirlo.

En cuanto a Robespierre es para mí el nombre de la revolución que se autoriza por sí misma, de la revolución como acto terrible y abismal de libertad, con el consiguiente riesgo para los enemigos de la revolución y -como se vió- para el propio revolucionario. Es algo que se entiende mal en tiempos de humanismo biopolítico.

Atentamente
JB