martes, 17 de febrero de 2015

Paradojas del populismo


Paradojas del populismo

Uno de los problemas del discurso populista es que, desde su interior, no es posible situar socialmente a ningún movimiento que use este lenguaje. Podría decirse con Wittgenstein que "los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo". La lógica del significante y del pueblo recurre explícitamente a una universalidad abstracta de la que esta no puede salir para particularizarse como posición en el orden social. Para el populismo, en términos de Mao Zedong: "dos se concilian en Uno". Fuera del Uno no hay un verdadero Otro, sino un residuo, un "casi nada", un 1% o una casta, cuando no se trata de realidades por definición invisibles como la conspiración financiera o la "sinarquía" cara al general Perón y al mariscal Pétain.

Hay que abandonar el terreno del discurso y del significante vacío para poder situar políticamente, frente a otras fuerzas, a cada movimiento populista, para poder pensar cómo "uno se divide en dos" en el caso de un pueblo o de una sociedad. De ahí los tremendos vaivenes internos de cada uno de estos movimientos, su profunda inestabilidad y su vacío teórico fundamental que los hace derivar hacia la propaganda o la retórica. Propaganda y retórica no son males en sí mismas: son necesidades de toda política hegemónica, pero en el discurso populista, huérfano de teoría social pues se asienta en la tesis de una absoluta autonomía de lo político, suplen el momento de la teoría, que queda reducida, en el mejor de los casos, a un discurso esotérico de sociología política. Hay así dos populismos: uno de ellos, que podemos llamar "metódico", es una característica general de la política, de toda política, consistente en la necesidad de que -en términos de Gramsci- "todo interés particular se defienda en nombre de lo universal"; el otro es el populismo "sustancial", no meramente metódico, que toma realmente como base de sus planteamientos la representación de las múltiples demandas de la sociedad mediante un significante vacío sin exterior.

Sobre este discurso resulta imposible concebir y aún más desarrollar un partido orgánico que corresponda a la articulación en un marco antagónico de los diversos sectores sociales que constituyen un bloque histórico, esto es la expresión histórica efectiva de la lucha de clases. Para ello, ha de ser posible pensar la pluralidad, pero ello es imposible, pues la entrada en régimen populista significa la asunción de una universalidad abstracta, sin posible vuelta atrás: solo existen el Pueblo, la Gente, el Sobernao, la Patria...y no sus divisiones, sus rupturas internas, sus costuras y articulaciones. Existe la sustancia sin relación efectiva ni externa ni interna. El populismo "sustancial" piensa el poder como sustancia trascendente a la pluralidad social, como un soberano trascendente que representa y abole la multitud, a la manera de Hobbes. Mucho de lo que sostiene Laclau es, de hecho, una versión postmoderna del más rancio hobbesianismo. Desde el "significante vacío" es desde donde puede afirmarse coherentemente con Hobbes que el pueblo "es" el soberano que lo representa y actúa en su nombre. En los términos algo brutales de Hobbes: "The King is the people", el rey es el pueblo, y, por consiguiente, fuera de la representación monárquica (o de cualquier otra configuración del soberano) el pueblo no es, ni actúa.

Si Gramsci se apoya en Maquiavelo, Laclau se apropia a Gramsci a través de esta lógica hobbesiana de la representación que pretende abolir ese espacio de lo múltiple y del encuentro, ese horizonte de la guerra, que Maquiavelo designa con el nombre de Fortuna. Solo queda, tras la ilusión de haber domeñado la Fortuna, una soberanía que se afirma como imperio de la virtù del Príncipe en una desafortunada caricatura monista y trascendente del planteamiento profundamente pluralista y lucreciano de Maquiavelo. Una vez expulsado lo plural del pueblo representado, no cabe dentro de él articulación real de fuerzas, ni fuera de él antagonismo que no sea abstracto. Gramsci y Maquiavelo, con su profundo sentido de la complejidad y la coyuntura, permitirían inmunizar al discurso populista contra su tentación sustancialista, convirtiéndolo en simple método, en lenguaje general de la política. El materialismo político cumple la función que cumplían en la Odisea los marineros de Ulises, quienes para evitar que su capitán sucumbiera a los cantos de las sirenas, lo ataron al mástil de su barco. En una política democrática sensata, lo plural debe retener a lo Uno, impedir que caiga en el universal vacío donde todas las mutaciones teratológicas son posibles.

Personalmente, hace muchos años pude asistir a la transformación de Falange Auténtica en un partido de izquierda inspirado por el peronismo montonero. También ha habido izquierdas patrióticas como UCE que derivaron por vía populista del carrillismo a cierto cuasi-fascismo. De momento, el anclaje de Podemos en los movimientos sociales y la memoria genética del 15M cualifican suficientemente su populismo desde fuera para que este pueda situarse en un marco antagónico del lado de la democracia radical, pero estos factores son necesariamente exteriores al discurso y no pueden, como se ve, incluirse en él. Por el contrario, han de ser objeto de una permanente denegación a fin de preservar la universalidad abstracta que requiere el rigor del discurso populista. Conclusión teórica: o se es populista o se es coherente en la teoría. Conclusión práctica: es necesario mantener vivo un exterior del discurso populista que sea capaz de situarlo del lado de los movimientos sociales. Hay que atar a Ulises al mástil

1 comentario:

José Antonio Palao Errando dijo...

El análisis me parece magnífico. Evidentemente nos estamos cargando el pluralismo a base de trascendentalizar e hipostatizar las operaciones retóricas de las que habla Laclau. El problema es que en vez de utilizarse como un método heurístico o hermenéutico se está usando como una algorítmica, para manipular y predecir resultados de acciones de implementación de tendencias y liderazgo que acaban siendo puro márketing político.
Por aportar algo desde el lado lado del psicoanálisis, el problema de Laclau (muy agravado por el schmittianismo de Mouffe, creo yo) es que la distinción de los tres órdenes se pierde completamente. Es decir, que las operaciones retóricas y simbólicas parecen autónomas,esto es, sin tener en cuenta sus consecuencias imaginarias y su componente "real", nada menos que la agresividad y la pulsión de muerte.
No se puede entender la idea de significante vacío sin ponerla relación con el Sq (pivote esencial de la transferencia) y el S1 (el significante amo). Claro, esto da como consecuencia un manejo de los afectos que lleva a la pasión ignorante, a un concepto lógicamente totalitario del populismo, como muy bien apuntas, en los cualquier heterón, cualquier germen de pluralidad es arrollado por la uniformidad y la adoración al líder. Peligrosísimo.