domingo, 3 de febrero de 2013

Rajoy o el nuevo Epiménides








Comparecencia de Rajoy para explicar su posición y la de su partido ante el caso Bárcenas. Tremenda imagen: la tribuna vacía, nada de preguntas y la imagen de Rajoy, como una ridícula deformación del Gran Hermano, a través de una pantalla. Se habrán dicho los periodistas a sí mismos: así, por lo menos, no escupirá a nadie al hablar. Maravillosa la cámara -en el centro de la foto- que filma la imagen ya filmada como último resto de una realidad que se ha escapado por el sumidero. Juego de espejos borgiano o realidad virtual del Morel de Bioy Casares, sociedad del espectáculo, en versión casposa. El suplente de nuestros verdaderos tiranos, su mísero criado que supuestamente acepta tristes propinas se esconde detrás de la pantalla. Tal vez, como sugiere la revista Mongolia, no exista ya y esas imágenes sean las de alguien que, como el padre del sueño de Freud ya está muerto y tal vez no lo sepa.


Los argumentos del personaje virtual no dejan de ser graciosos. En primer lugar por la forma: "todo es falso". Puede verse en esa afirmación cuya referencia es indeterminada una posible autorreferencia involuntaria, o tal vez jesuítica, como cuando se cruzan los dedos detrás de la espalda para mentir sin pecar. Ese "todo es falso" recuerda, sin embargo, la famosa referencia al cretense Epiménides que figura en la Epístola del apostol San Pablo a Tito: "Dijo uno de ellos, propio profeta de ellos: Los Cretenses, siempre mentirosos, malas bestias, vientres perezosos." En su versión más breve este texto ha ilustrado la paradoja de Epiménides o paradoja del mentiroso cuya forma extensa es "Dijo Epiménides el cretense: todos los cretenses son mentirosos", siendo su forma breve, la simple frase "yo miento". "Todo es falso" (incluso lo que estoy diciendo) podría ser una novedosa forma de esta añeja paradoja, merced a la cual miente el sujeto que la enuncia cuando dice la verdad y dice la verdad cuando miente. Tal vez sea esta la mejor forma lógica del disparatado y corrupto régimen español actual.

Aunque tal vez la otra fuente del presidente Rajoy en sus declaraciones de ayer sea Cantinflas, por ese escaso reparo en el absurdo de cuanto afirma. Por un lado sostiene la imagen virtual de Mariano Rajoy que "Nunca, repito, nunca he recibido, ni he repartido dinero negro ni en este partido ni en ninguna parte."  La cosa parece clara, pero no lo es tanto. En primer lugar porque precisa acto seguido que "Lo digo con toda serenidad. Lo estoy leyendo porque no quiero pronunciar una palabra más alta que otra." Parece el presidente español, al decir esto, un justo ofendido, un santo Job, que quiere moderar su indignación leyendo un texto en lugar de improvisarlo. Sin embargo, el texto está perfectamente milimetrado y sus términos en su imprecisión están escogidos para evitar cualquier responsabilidad penal. "Dinero negro" es un término periodístico que puede interpretarse de muchas maneras. Lo que no ha dicho Rajoy, porque los asesores jurídicos que revisaron el texto de su intervención se lo prohibieron con toda probabilidad es que no tuvo ningún ingreso que no declarara. Por ello mismo remite surrealistamente a sus declaraciones de hacienda y a las de sus colaboradores para demostrar que no declaró ningún ingreso no declarado...

Hay que bromear: un régimen así tiene que acabar envuelto en una inmensa carcajada. La comparecencia de Rajoy ha sido patética. El silencio del PSOE en cuanto al fondo no lo es menos. Están en esa situación que describe Spinoza en el Tratado Político en que el gobernante se muestra en toda su indignidad: "corre borracho y desnudo por las calles rodeado de prostitutas,  hace el payaso o desprecia las propias leyes que ha instituido", y, podríamos añadir, precisando el texto del maestro de Amsterdam sin traicionarlo: "roba a los pobres y ejerce una arbitraria violencia". Lo que pasa es que esto puede tener dos efectos y no sólo la indignación prevista por Spinoza como su consecuencia más evidente: es posible también que, en una sociedad sumida en la tristeza y la impoencia se contagie la indignidad como ocurrió en Italia con Berlusconi o como ocurre en todos los ascensos del fascismo. En ese caso, la propia indignidad del gobernante se vuelve muestra de legitimidad, pues, la multitud corrompida ve al gobernante, no como fuente de la ley y factor del orden social, sino como excepción. Acostumbrarse al estado de excepción, a que el gobernante no respete las leyes ni la "common decency" (la decencia común sobre la que reflexionara Orwell) es el resultado de una extrema corrupción de la multitud y del Estado, de una degeneración supersticiosa de la multitud y de una conversión del propio Estado en simple grupo de maleantes al margen de toda ley y de toda moral. Es preocupante esta posibilidad, aunque, afortunadamente, no es la única. Existe también la posibilidad de restablecer una correlación de fuerzas m´as favorable a la liertad, recuperando esas nociones y prácticas comunes que empezaron a constituirse el 15M y se han ido desplegando como base de un proceso constituyente. No hay ninguna garantía de que vaya a ser así: de nosotros depende evitar que se mantenga con el orden actual el rumbo seguro hacia el desastre.

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